Domingo Tercero del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 9,14; Sal 26,1. 4. 13-14; 1Cor 1,10-13.17; Mt 4,12-23
Las Lecturas de este Domingo nos hablan principalmente de dos cosas: de la
manifestación de Jesús como fuente de luz y de salvación, y de la llamada a
seguirle: conocerle, amarle e imitarle
Jesús es esa “gran luz” que había sido anunciada por el Profeta Isaías: “El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de
sombras, una luz resplandeci” (Is. 8,23/9-3). En el hombre o mujer que se
convierte a Jesús, que cambia su vida…se inicia, de hecho, el Reino de Dios y es así
como empieza Jesús a hacerse luz para quien le da el corazón; y es entonces
cuando vive y exclama desde dentro de sí, como el salmista: “El Seor es mi luz y
mi salvacin”. Y, siendo el Señor nuestra luz y salvación, ¿a quién deberemos
seguir? ¿En quién nos deberemos apoyar?
Sabiendo que Jesús es nuestra luz y nuestra salvación, a El debemos seguir.
Y de esto se trata este Evangelio de hoy. En efecto, Jesús como a Pedro, Andrés,
Santiago y Juan; también nos escoge y nos llama a todos a vivir con Él y ser sus
testigos ante nuestro mundo.
Sucede, sin embargo, que la voz del Señor es suave, y el llamado que hace a
nuestra puerta es también suave. No nos obliga, no nos grita, ni tampoco tumba
nuestra puerta. El Señor es gentil. No nos doblega, ni nos amenaza. Pero siempre
está allí, llamando a nuestra puerta. Somos libres de abrirle o no. Somos libres de
responderle o no. El llamado es para seguirle a El: ser y hacer como Él. Es hacer lo
que Dios quiere y no lo que yo quiero. Es ser como Dios quiere que sea y no como
yo quiero ser; es reconsiderar toda nuestra vida y situarnos ante los valores del
Reino de Dios.
A veces creemos que por ser Católicos, bautizados, estamos siguiendo a
Jesús, o incluso que ya tenemos el pase a la vida eterna. Cierto, tenemos a nuestra
disposición todos los medios de salvación que nos llegan a través de la Iglesia
fundada por Cristo. Pero ¿realmente seguimos a Jesús?...
El Señor tal vez podría decirnos como nos ha dicho a través de San Pablo:
“Tengamos cuidado, no sea que alguno se quede fuera. Porque a nosotros también
se nos ha anunciado ese mensaje de salvación, lo mismo que a los israelitas en el
desierto; pero a ellos no les sirvió de nada oírlo, porque no lo recibieron con fe”
(Hb. 4, 1-2). No basta decir yo tengo fe, yo creo en Dios, yo creo en la Virgen; pero
de qué te sirve la fe si no tienes obras; la fe sin obras es una fe muerta, dice
Santiago. La esencia del cristianismo es Cristo mismo, que llama a vivir un estilo de
vida semejante a Él, por eso somos cristianos, Cristos.
¡Cuidado, entonces, de no quedar fuera! Cuidado si no nos dejamos iluminar
por esa “gran luz” que es Jesucristo nuestro Señor. Cuidado si no aceptamos y
vivimos su mensaje de salvación. Que se transparente en nuestras obras el Salmo:
“El Seor es mi luz y mi salvacin. Lo único que pido, lo único que busco es vivir en
la casa del Seor toda mi vida”. Y, para vivir en la casa del Seor eternamente, es
necesario seguir a Jesús: ser Cristos, cristianos, no sólo con la fe, sino con nuestra
forma de vivir.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)