Domingo Cuarto del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Sof 2,3; 3,12-13; Sal 145,7. 8-9a. 9bc-10;
1Cor 1,26-31; Mt 5,1-12a
Las “Bienaventuranzas”, cada una es como un rasgo del rostro de Cristo,
rasgos que estamos llamados a copiar cada uno de los cristianos. Son la lista de
motivos de felicidad que nos da el Señor en el Sermón de la Montaña (Mt. 5, 1-12).
“Dichosos, felices, bienaventurados, los pobres de espíritu por que de
ellos Reino de los Cielos. ”. Esta pobreza de que nos habla el Señor no se trata de
la pobreza material, sino de una pobreza “de espíritu”, la cual consiste en poner
nuestra confianza en Dios y no en nosotros mismos. Los pobres, son los “no-
violentos”, aquellos que tienen a Dios por rey, son los que saben que nada pueden
sin Dios. Y “ricos”, en cambio son los que se creen capaces sin Dios, los
autosuficientes, orgulloso y soberbios…
“Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados.”. Se refiere esta
bienaventuranza a los que sufren, el sufrimiento que más tarde o más temprano,
más fuerte o menos fuerte, nos llega a cada uno. Es aceptar el sufrimiento,
imitando a Cristo, uniendo nuestro sufrimiento al suyo, dándole así valor redentor
para nosotros mismos y para los demás, como nos indica el Papa Juan Pablo II. Así
podremos ser “consolados”, como nos promete esta bienaventuranza.
“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos quedarán
saciados”. Justicia en el contexto bíblico significa “santidad”. Así que el Señor nos
está hablando del deseo de ser santos, de tener hambre y sed de “santidad”; es
decir, desear cumplir la voluntad de Dios en todo. El buscar en todo la voluntad de
Dios nos lleva a la verdadera felicidad.
“Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Los
"misericordiosos" son los que se ponen en la piel del otro y actúan en
consecuencia: dan de comer al que tiene hambre, siendo tolerantes y sabiendo
perdonar a los demás, y sintiendo necesidad de la misericordia divina, porque
somos pecadores y le fallamos a Dios continuamente. Así, podremos ser objeto de
la Misericordia infinita de Dios.
“Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. La limpieza o
pureza de corazón significa no tener el espíritu sucio por el apego al pecado, a los
vicios, a las pasiones, por el apego a los criterios del mundo. Bienaventurados lo
que tienen limpio el corazón, como si fuese agua clara de montaña que permite ver
el fondo en el que Dios se refleja. El que quiera ver a Dios que lave su corazón
sucio para que pueda contemplar en lo profundo de su interior el valor de lo eterno.
“Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos se llamarán «los Hijos de
Dios”. Se refiere a los pacíficos, a los que son portadores de la Paz de Cristo en su
corazón. Por tanto, los pacíficos no son los tranquilos, sino los que hacen la paz,
quienes la componen a partir del desorden, quienes la crean desde el caos. La paz
es el sello de Dios, la plenitud en la unidad. Así, los que trabajan por la paz, la van
llevando por todas partes y a todas las personas.
“Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas
falsas de ustedes por causa mía. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo”. Es claro que el Señor está llamando
bienaventurados a los que son perseguidos por seguir a Él, por tratar de ser santos.
Y esto va desde las persecuciones que llevan al martirio, la de los católicos que por
mucho tiempo estuvieron sometidos a practicar su fe en la clandestinidad en los
países comunistas, y las críticas que reciben los cristianos practicantes de amigos o
enemigos... y puede tener lugar hasta dentro de la propia familia.
Las bienaventuranzas, son el camino de Cristo, el camino del cristiano, el
único camino hacia la dicha eterna a la que aspira nuestro corazón; las
bienaventuranzas nos enseñan por ir al fin último al que Dios nos llama: la vida
eterna, el descanso en Dios. Vale la pena vivirlas, el premio es grande, Dios
mismo…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)