Domingo Quinto del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 58,7-10; Sal 111,4-5. 6-7. 8a y 9;
1Cor 2,1-5; Mt 5,13-16
I
Para dar luz y sabor al mundo
El Evangelio de hoy (Mt. 5, 13-16) es la continuación del Sermón de la
Montaña, que iniciamos el Domingo anterior con las Bienaventuranzas. Enseguida
de éstas, el Señor nos dice: “Ustedes son la sal de la tierra... Ustedes son la luz del
mundo”.
Y, para ser “sal de la tierra” y “luz del mundo” es necesario vivir el espíritu
de las Bienaventuranzas. O sea que, para poder ser “sal” y “luz”, debemos:
ser pobres de espíritu (es decir, sabernos nada ante Dios y actuar de
acuerdo a esta realidad);
ser también mansos y humildes;
ser misericordiosos y puros;
saber, además, aceptar el sufrimiento dándole valor redentor;
tener también deseo de santidad, andar seguros y serenos en medio
de las críticas y las persecuciones.
Y, adicionalmente, estar llenos de la Paz de Cristo para poder llevarla a los
demás. Esto es, en resumen, el espíritu de las Bienaventuranzas.
Consecuencia de vivir las Bienaventuranzas, siendo “sal de la tierra” y “luz
del mundo”, es la práctica de la Caridad, siendo reflejos del Amor de Dios.
La fe, el Evangelio, la vida y la persona de Jesús, es algo que debe
comunicarse, compartirse. Los fieles cristianos estamos llamados a transmitir y
transparentar el amor de Dios a través de medios pobres y modestos. Jesús invita a
sus seguidores a dar testimonio gustoso (sal) y luminoso (luz) del Reino y las
bienaventuranzas. Eso sólo es posible a través de las buenas obras, Isaías nos dice
que cuando se es misericordioso y caritativo, “surge tu luz como la aurora... brilla
tu luz en las tinieblas y tu oscuridad es como el mediodía”; o como dice el salmo:
“El justo brilla como una luz en las tinieblas”.
: compartir el pan, dar de beber al sediento, hospedar al migrante, vestir al
desnudo, visitar al enfermo, practicar la justicia... (Cfr Mt 25, 34 ss). En efecto, los
santos fueron santos porque de manera modesta dieron luz y sabor al mundo a
veces tan oscuro y desabrido en el que vivieron.
“Pero si la sal se vuelve insípida –sosa-”, es decir, si los cristianos no somos
buena sal, dice Jesús no sirven para nada. Ser la sal de la tierra es ser el cristiano
más precioso: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, por el
contrario, si sigue siendo sal, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. Si
nosotros Iglesia dejáramos de ser sal, ya no seriamos el “México siempre fiel” de
Juan Pablo II; no seriamos ya fieles a nosotros mismos, y no solo nos perderíamos,
sino que dejaríamos al mundo sin salvador.
Y si la luz ya no ilumina... Si cada discípulo deja de ser luz por sus acciones,
por el testimonio, el mal puede venir, porque la sal pierde su sabor y la luz no
alumbra, sino que ahúma, y será más difícil al mundo dar gloria a nuestro Padre del
cielo; será más difícil la salvación a muchos…
El mundo tiene necesidad vital de que nosotros seamos verdadera sal de la
tierra y luz del mundo. Necesitamos ser cristianos que proclamen el evangelio en la
familia, en el trabajo, en el camino, en el mercado; con los amigos… hasta los
confines de la tierra. Jesús hoy nos pide permanecer fieles discípulos y apóstoles
suyos. Nuestro mundo no necesita de un cristianismo sin el sabor de la fe; tiene
necesidad de verdaderos cristianos que confiesan la fe total, sal de la tierra, en el
mundo donde el señor nos ha puesto para llevar a nuestros hermanos a la
salvación.
II
Seguimos escuchando a Jesús desde el monte de las bienaventuranzas, la
lista de motivos de felicidad que nos da el Señor; el camino de Cristo, el camino del
cristiano, el único camino hacia la dicha eterna a la que aspira nuestro corazón: el
fin último al que Dios nos llama: la vida eterna, el descanso en Dios (Mt. 5, 1-12).
Jesús ahora les dice a sus discípulos, y en ellos a nosotros: “Ustedes son la
sal de la tierra... Ustedes son la luz del mundo”. ¿Qué significa ser sal de la tierra y
luz del mundo? ¿Qué invitación nos hace hoy Jesús?
La sal y la luz en el mundo antiguo tenían la fama de ser imprescindibles. La
sal significa purificación, dar sabor, conservar aquello perecedero, dar valor, etc.
Aplicado a nosotros, los cristianos, significa que con nuestras obras y nuestro
testimonio del Evangelio hemos de dar sabor y valor a la humanidad. La luz es
claridad, lo que ayuda a ver las cosas en su vida y color. Los que viven según las
bienaventuranzas se convierten en sal de la tierra y luz del mundo, es decir, en fer-
mento de una nueva humanidad. Por tanto, la luz, la sal significa que los cristianos
hemos de influir en la vida de los demás a través del testimonio personal y
comunitario.
La fe, el Evangelio, la vida y la persona de Jesús, es algo que debe
comunicarse, compartirse. Los fieles cristianos estamos llamados a transmitir y
transparentar el amor de Dios a través de medios pobres y modestos. Jesús invita a
sus seguidores a dar testimonio gustoso (sal) y luminoso (luz) del Reino y las
bienaventuranzas. Eso sólo es posible a través de las buenas obras: compartir el
pan, dar de beber al sediento, hospedar al migrante, vestir al desnudo, visitar al
enfermo, practicar la justicia... (Cfr Mt 25, 34 ss). En efecto, los santos fueron
santos porque de manera modesta dieron luz y sabor al mundo a veces tan oscuro
y desabrido en el que vivieron.
“Pero si la sal se vuelve insípida –sosa-”, es decir, si los cristianos no somos
buena sal, dice Jesús no sirven para nada. Ser la sal de la tierra es ser el cristiano
más precioso: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, por el
contrario, si sigue siendo sal, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. Si
nosotros Iglesia dejáramos de ser sal, ya no seriamos el “México siempre fiel” de
Juan Pablo II; no seriamos ya fieles a nosotros mismos, y no solo nos perderíamos,
sino que dejaríamos al mundo sin salvador.
Y si la luz ya no ilumina... Si cada discípulo deja de ser luz por sus acciones,
por el testimonio, el mal puede venir, porque la sal pierde su sabor y la luz no
alumbra, sino que ahúma, y será más difícil al mundo dar gloria a nuestro Padre del
cielo; será más difícil la salvación a muchos…
El mundo tiene necesidad vital de que nosotros seamos verdadera sal de la
tierra y luz del mundo. Necesitamos ser cristianos que proclamen el evangelio en la
familia, en el trabajo, en el camino, en el mercado; con los amigos… hasta los
confines de la tierra. Jesús hoy nos pide permanecer fieles discípulos y apóstoles
suyos. Nuestro mundo no necesita de un cristianismo sin el sabor de la fe; tiene
necesidad de verdaderos cristianos que confiesan la fe total, sal de la tierra, en el
mundo donde el señor nos ha puesto para llevar a nuestros hermanos a la
salvación.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)