Domingo Séptimo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Hech 1,12-14; Sal 102,1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13;
1Cor 3,16-23; Mt 5,38-48
Hemos escuchado el principio fundamental en el que la Ley basaba el
comportamiento de los israelitas: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto”. La misma medida que hemos encontrado en el evangelio: “Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto”. También san Pablo recordaba a los corintios, y nos recuerda
hoy a nosotros, que somos templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
nosotros.
No debe extrañarnos que Jesús coloque muy arriba el listón. La ley del talión
no era en ella misma una ley “bárbara”, sino una norma “civilizada”, que ponía coto
al afán desmesurado de venganza que todos llevamos en nuestro interior y que
expresa claramente el canto de Lamec: “Caín será vengado siete veces, pero
Lamec, setenta y siete” (Cfr Gn 4,24). La reparacin debe ser proporcional a la
ofensa y no puede llevarse más allá: ojo por ojo, diente por diente, sí; pero no
más. En cambio, el discípulo de Jesús no puede contentarse con este rasero: “Yo,
en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia; a quien te pide, dale...” El
discípulo de Jesús debe arrancar de su corazón el sentimiento de venganza y debe
estar dispuesto a hacer más de lo que está estrictamente obligado: presentar la
otra mejilla, dejarse cortar la capa, no esquivar a los que piden.
El discípulo debe llegar, incluso, a amar a los enemigos. Es decir, no debe
tener enemigos, como no los tiene el Padre celestial. Jesús lleva la Ley a su
perfeccin: el “prjimo” que debemos amar son todos los hombres, sin excepcin.
Jesús nos da ejemplo de lo que predica: “Padre, perdnalos, porque no saben lo
que hacen” (Lc 23,31). Y el primer mártir, Esteban, muri orando: “Seor, no les
tengas en cuenta este pecado!” (Hch 7,60).
Ante este ideal de vida, reaccionamos como los discípulos en una ocasión:
“Quedaron impresionados: Así, pues, quién podrá salvarse?, dijeron. Jesús se les
quedó mirando y les dijo: Para los hombres es imposible, pero Dios lo puede todo”
(Mt 19,25-26). El es capaz de arrancarnos nuestro corazón de piedra y darnos uno
de carne (Ez 36,20). Medimos demasiado según nuestros raseros. Contamos
demasiado con nuestras posibilidades. Dejemos que el Espíritu Santo mueva
nuestros corazones y guíe nuestro comportamiento: “No sabéis que sois templo de
Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (2ª. Lectura).
El Señor está en nosotros y con nosotros y, él es amor, y si él esta con
nosotros y es amor, nos quiere semejantes a él, nos quiere santos: “Serán santos,
porque yo, el Seor su Dios, soy santo”. Queda claro que lo que nos propone
Jesucristo es un intento de vivir a imagen y semejanza de Dios Padre: "así serán de
su Padre que está en el cielo", "sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”.
Esto se alcanza con el intento diario de ser perfectos en el cumplimiento
responsable de nuestro diario vivir, a través de la comunión con su amor en
nuestros hermanos.
Dios es amor y nos llama al amor; todos necesitamos amar y ser amados;
Dios está con nosotros, vamos a nuestra realidad a intentar ser discípulos de Jesús:
a amar a Dios y amar al prójimo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)