Domingo Vigésimo Sexto del Tiempo Ordinario A
“No quiero. Pero después se arrepintió y fue”
La afirmacin de Jesús: “No basta decirme: ¡Seor, Seor!, para entrar en el Reino
de Dios; no, hay que poner por obra la voluntad de mi Padre del Cielo”. (Mt 7, 21),
está en la misma línea de la parábola en la que Jesús critica la conducta de los que
sólo tiene buenas palabras, y alaba en cambio la de aquellos que primero dicen no,
pero luego terminan cumpliendo la voluntad de Dios. Jesús distingue entre las
buenas obras y las buenas palabras. El Reinado de Dios no se construye con
palabras y más palabras, sino con obras de solidaridad, justicia y de ayuda
fraternal. Lo que cuenta son los hechos.
Los dos hijos reciben la misma invitación de ir a trabajar en la viña. Se trata de un
detalle capital: sean cuales fueren nuestra situación y nuestra vida, Dios nos hace
la misma llamada fundamental y el mismo ofrecimiento. Pueden parecer grandes
las diferencias entre nosotros, pero siempre son superficiales respecto a nuestra
opción más profunda: decir si ó no a Jesucristo. A la invitación, unos dicen sí, pero
no van. Otro dicen no, pero recapacitan, se arrepienten y van.
En el fondo de estas actitudes hay una realidad que no debemos pasar por alto.
Para muchos la fe ha sido y sigue siendo, simplemente, creer un conjunto de
verdades, estar seguro de que más allá de la muerte hay “otra vida” y practicar un
conjunto de ritos con lo que, de vez en cuando, nos ponemos en relación directa
con Dios, ese Dios en el que decimos creer, y asegurar el más allá.
Hay quienes dicen que son creyentes pero no practicantes. Y si se les pregunta qué
entienden por creyente no practicante, contestan sin dudarlo, que practicantes son
los que van a Misa los domingos o cumplen con determinadas normas formales de
la Iglesia. No han entendido nada, porque, en modo alguno, se puede ser creyente
sin ser practicante. Si no se practica, no se tiene fe. ¿Quién es practicante? No se
puede limitar la vida de fe a “cumplir” puntualmente con unas formalidades
externas. A los más podrá ser una persona religiosa, pero no una persona de fe.
Tiene fe quien vive “prácticamente” las exigencias de su fe en todo eso que de
verdad interesa a los hombres: en la vida, en cada faceta en las que la vida se
manifiesta, siguiendo las pautas del Evangelio.
Una persona de fe es la que enfoca su matrimonio y su familia desde Dios y vive
con las exigencias de generosidad, entrega, abnegación, amor y comprensión que
su fe le está pidiendo. Que se compromete en el mundo de los negocios viviéndolo
con una exigencia de justicia y responsabilidad social que está de acuerdo con sus
postulados de fe. Que participa, si tiene ocasión, en la cosa pública llevando todo el
caudal de limpieza, rectitud que su fe le pide. Que comprende al hombre y a la
mujer y les ayuda, porque su fe se lo pide y no los condena ni los desprecia, porque
su fe se lo impide. Que no busca, por encima de todo, la riqueza y la atesora
mientras contempla indiferente a los que carecen de lo más indispensable para
subsistir. Es, en definitiva, vivir, todas las facetas de la vida desde la fe. Y,
naturalmente, la persona de fe es quien, inevitablemente, reza y se pone en
contacto con Dios que le mantiene en “forma” para poner en práctica lo que El
quiere y le está pidiendo, precisamente porque dice tener fe.
Esto es lo que nos pide Dios para poder instaurar su Reino en este mundo. Dios no
nos pide velas, ni duros sacrificios, ni pomposas ceremonias, o lánguidas oraciones.
Lo que nos pide es que vayamos a trabajar a la viña del mundo y de los hombres,
para conseguir una vida mejor para todos; hacer que brille ante toda la creación la
grandeza del ser humano, de todo ser humano; conseguir que la fraternidad sea
una realidad que alcance a todos; evitar todo dolor, todo sufrimiento, toda soledad
y toda vejación que aplasta al hombre.
Son duras las palabras con que termina la parábola: “Los publicanos y las
prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino”, porque recibieron la
llamada para ir a trabajar, dijeron que no, pero se arrepintieron y fueron. No las
olvidemos para salir de nuestra rutina.
Joaquin Obando Carvajal