Domingo Décimo Octavo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 55. 1-3; Sal 144,8-9. 15-16. 17-18;
Rm 8. 35.37-39; Mt 14. 13-21
Durante estos domingos estamos reflexionando sobre el Reino de Dios a través de
las parábolas de Jesús: el Reino es como una semilla, como la levadura, es una
perla preciosa, es un tesoro... Hoy es un milagro de Jesús el que cierra estas
consideraciones: el Reino es el gran banquete que Dios ofrece a los pobres,
enfermos, necesitados e indefensos. Así había sido predicho por Isaías (primera
lectura) a los judíos que volvían del destierro: aun sin dinero podrán comprar trigo
en abundancia, comerán y beberán hasta saciarse. Después de las reflexiones de
los domingos anteriores, no resulta difícil comprender que el Reino viene al
encuentro de los más necesitados; o mejor dicho: de la humanidad necesitada.
Dios sale al encuentro de los hombres que caminan por la vida como si ésta fuese
un desierto estéril y hostil.
Así lo hizo Dios en el Antiguo Testamento; así lo hizo Jesús en el Nuevo: el Reino
responde a la realidad concreta de los hombres y los asume así tal cual son, con
todas sus carencias, dolencias y enfermedades.
De este evangelio podemos entresacar dos enseñanzas:
- Jesús sacia nuestra hambre de Dios
En él encontramos el camino que nos lleva hacia Dios. Su palabra y su testimonio
de vida y acción nos dicen cuál es la vida que vale la pena. En la Eucaristía nos
alimentamos de esta palabra, de esta vida de Jesús. Su pan partido nos da vida.
Como expresa el salmo de hoy: "Los ojos de todos te están aguardando, tú les das
la comida a su tiempo".
- Jesús nos urge a saciar el hambre de la humanidad sufriente
El camino por el cual nos conduce Jesús y que sacia nuestra hambre de Dios pasa
por la entrega en favor de los que más sufren. Pasa por el compartirlo todo, sea
poco o mucho lo que tengamos. Abrir los ojos, como Jesús. Darse cuenta de la
realidad. Y dar una respuesta, no teórica sino práctica, como Jesús. La mesa
eucarística siempre nos abre a la caridad. Y la caridad hecha acción nos lleva a la
mesa eucarística.
La primera lectura añade una tercera enseñanza vinculada a las de este evangelio:
demasiadas veces queremos comprar la felicidad (consumismo, por ejemplo).
Demasiadas veces utilizamos el comercio, también, en las cosas de Dios (la terrible
impresión que tiene mucha gente de que las misas tienen un precio). Demasiadas
veces, también, somos mezquinos a la hora de dar limosna: hay que ir a fondo con
las actitudes, de modo que la caridad sea sincera, auténtica. No valen excusas para
no compartir.
Dios nunca deja de compartir nuestros problemas; nosotros aprendamos a
compartir -unos con otros- los problemas de todos. Jesús empieza
“compadeciéndose”de la multitud y termina “compartiendo”, sepamos compartir
nuestros panes y nuestros peces, Jesús pone lo demás; y luego veremos que todo
se multiplica. Compartir es multiplicar.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)