Domingo Décimo Noveno del Tiempo Ordinario, Ciclo A
1Re 19, 9a. 11-13ª; Sal 84,9ab-10. 11-12. 13-14;
Rm 9, 1-5; Mt 14, 22-33
“Los discípulos, viéndole andar sobre el agua se asustaron y gritaron de miedo,
pensando que era un fantasma”.
El miedo forma parte de la vida del hombre... a nivel íntimo, personal, familiar,
profesional, económico, político, de salud... Y, muy claramente, este tiempo que
nos toca vivir -como todo tiempo- está marcado profundamente por incertidumbres
y riesgos concretos. No es necesario enumerarlos, porque forman parte, de un
modo u otro y con más o menos intensidad, del miedo y de las angustias de todos y
de cada uno de nosotros.
Los apóstoles, como toda la gente sencilla de aquel tiempo creían en fantasmas.
Por eso se asustaron y ¡gritaron de miedo! Como nosotros, muchas veces nos
asustamos y gritamos de miedo, aunque procuramos que nuestro grito sea lo más
discreto posible. Y es que los fantasmas existen, aunque con mil caras distintas...
“¡Animo, soy yo, no tengan miedo!” La fe en Jesús nos libera precisamente del
miedo. Jesús anda sobre el agua y no se hunde. E invita a ir con él a todos
nosotros. Y -Pedro y nosotros-, hay momentos en los que nos aguantamos bastante
bien en el agua y, otros momentos, en los que nos hundimos... porque la fe, que
está por encima de toda confianza, nunca nos empapa del todo; no nos llega hasta
el último repliegue de la vida. Y, por eso, dudamos...
Por tanto, el “¡ánimo, soy yo, no tengan miedo!” pertenece al mensaje esencial de
Jesús. Es la perenne promesa que fue realidad aquella noche para los discípulos en
la barca, y quiere ser realidad para nosotros, nos hallemos en la situación que sea,
en cualquiera de nuestras noches. Tanto la Iglesia, como cada uno de nosotros,
andamos seguros cuando ponemos la mirada en Jesús; pero cuando nos fijamos
sólo en nosotros mismos, al más ligero viento, temblamos...
“En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe!” Jesús, una
vez más, educa a Pedro y a sus compañeros, que son hombres de mar, a saberse
enfrentar, con valentía, con sus tempestades. Profecía, también, de todas las otras
tempestades que les esperan y nos esperan.
Sin Jesús la barca se hunde; pero él está en ella, invitándonos como siempre a
avanzar mar adentro, porque solamente en la medida que arriesguemos algo en
nuestra vida podremos decir que tenemos fe.
Cada Eucaristía es un momento privilegiado para sentir la voz de Jesús que nos dice
como a Pedro: “Ven”, y también, para decirle, juntos, como los discípulos postrados
en la barca: “Realmente eres el Hijo de Dios”.
No perdamos la fe, sigamos confiando en el Señor, en cuyo nombre nos reunimos.
Pues, no es el miedo lo que nos recluye en el templo, sino la esperanza que nos
invade. Pues creemos que Jesús murió y resucitó. Eso es lo que nos anima. Eso es
lo que celebramos en la eucaristía. Que el pan y el vino, el cuerpo y la sangre de
Jesús, nos mantengan firmes en la fe y sostengan nuestra marcha y nuestra
esperanza a pesar de todo. ¡Ánimo, Jesús ha resucitado, el Evangelio es la verdad,
el Señor vive, no es un fantasma!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)