Domingo Vigésimo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 56. 1.6-7; Sal 66,23. 5. 6 y 8;
Rm 11, 13-15. 29-32; Mt 15. 21-28
“Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a
gritarles: Ten compasin de mí, Seor, Hijo de David”.
También nosotros hemos iniciado esta Eucaristía casi con el mismo grito: “Seor,
ten piedad”. Este grito, a la cananea, le salía del alma. No sé si también
a nosotros... Ya que a veces la rutina es capaz de vaciar de sentido, incluso, ¡lo
más sagrado! El grito de la cananea era la gran plegaria de una madre que siente
como propio -porque lo es- el dolor de su hija.
Podíamos preguntarnos: nuestro “grito”, tan parecido al suyo, por lo menos
externamente, ¿ha intentado expresar toda la realidad de nuestra vida? Y no una
vida aislada sino marcada y ensanchada por todas las otras vidas, empezando por
las más próximas, las de todos aquellos que conocemos y amamos. Sólo así la
Eucaristía adquiere pleno sentido. Sólo así puede llegar a ser un verdadero
intercambio entre la gran riqueza del Señor y nuestra gran pobreza.
“Seor ten piedad”, “Kyrie eleison”. He aquí una invocacin que arranca del AT,
pasa al Nuevo y llena toda la liturgia de las iglesias cristianas. Ojalá fuera siempre
una expresión llena de sentido, una auténtica plegaria en el corazón de los que
tenemos la dicha de celebrar la Eucaristía.
“Slo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Sí, así era al principio.
Sin embargo, la fe, que mueve montañas, es capaz también de mover el tiempo. Y
Jesús se lo adelanta a la mujer cananea, porque su fe se lo merece; y también para
empezar a decir, ya con hechos, que la salvación no se reduce a un solo pueblo,
sino que está abierta a todos los pueblos, es universal. Este es -hoy- el núcleo
central del mensaje de Jesús. Hagamos ahora un poco de memoria: el pasado
domingo, la fe de Pedro se tambaleaba. Se asustó ante la fuerza del viento que
sacudía las olas. Tuvo miedo y se hundía. Y Jesús, le reprendi diciendo: “¡Qué
poca fe!”. Hoy, una mujer forastera, mantiene con firmeza su fe humilde. Ni tan
siquiera el reproche del insulto más bajo, el de los perros, con el que se pone a
prueba su fe y su humildad, la hace tambalear. Y Jesús la elogia: “Mujer qué
grande es tu fe”. ¡Cuántas veces, a todos, nos conviene recibir lecciones de la
gente más sencilla...!
“Mujer, qué grande es tu fe”. Jesús sale alegremente vencido por la lucha verbal.
Se rinde frente al arma de que dispone la mujer: la fe. Jesús se deja vencer por la
fe. Y no puede por menos que manifestar la propia admiración, ante la fe de la
cananea.
Todos somos un poco cananeos, porque todos, como esa mujer llevamos dentro
algo que nos preocupa. Algo, o mucho, de qué hablar con Jesús. La mujer canea no
dejó escapar la oportunidad, pasa por encima de las humillaciones y pruebas a las
que es sometida... ¿Tiene esa intensidad nuestro trato personal con Jesús? ¿Es tan
deseado, tan convencido como esta mujer? Cuando lo sea, también escucharemos
de Jesús: “Que se cumpla lo que deseas…”
Hagamos, pues, de cada Eucaristía una verdadera vivencia de fe. Celebrémosla
gozosos y agradecidos, porque nosotros, a pesar de todo, no estamos invitados a
comer las migajas que caen de la mesa, sino que, bien sentados, estamos invitados
a compartir como hijos la mejor comida.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)