Domingo Vigésimo Quinto del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 55. 6-9; Sal 144,2-3. 8-9. 17-18;
Flp 1, 20c-24-27; Mt 20, 1-16
Un propietario sale a contratar jornaleros. En no pocas ciudades del mundo, a
través de la historia, la plaza ha sido lugar de contratación, mercado de trabajo.
Esto en los tiempos de Jesús era normal. Jesús ha tomado su punto de partida de la
vida cotidiana. Pero la parábola de hoy no nos quiere instruir sobre propietarios,
trabajadores y jornales, sino hablarnos de lo que ocurre con el Reino de Dios.
Los judíos piadosos y observantes eran celosos de su “santidad” y de su “justicia”.
Y no comprendían que Jesús se relacionara con pecadores: publicanos,
recaudadores de impuestos; mujeres de todo tipo, de conducta no siempre
ejemplar; gente sencilla, que arrastraba una vida dura, que bastantes problemas
tenían con el trabajo de cada día y no les quedaba tiempo para prestar minuciosa
atención a la Ley de Moisés y a las observancias con que la habían rellenado los
letrados y fariseos.
Ellos habían intentado que Jesús entrara en razón. O habían acudido a sus
discípulos: “¿Cmo es que su maestro come con publicanos y pecadores?” (Mt 9.
11). Lo único que habían logrado es algún chasco. Jesús no quería comprender las
razones de aquellos hombres cumplidores. Y ellos tampoco querían comprender las
razones de Jesús. Con la parábola de los jornaleros Jesús intenta, una vez más,
hacerles ver las cosas. Fijémonos en el diálogo del final. ¿Hacia dónde nos
inclinamos nosotros?
a) Los trabajadores de la primera hora “pensaban que recibirían más”. ¿Por qué?
“Estos últimos han trabajado slo una hora y los has tratado igual que a nosotros,
que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Tienen razn, podemos
pensar: han trabajado más; merecen mejor jornal.
b) El propietario responde: “¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y
vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Vas a tener tú envidia porque yo
soy bueno?” El propietario también se explica con claridad. Y no resulta injusto.
Pero Jesús no quiere dar ahora lecciones de justicia social, sino decirnos lo que
ocurre con el Reino de Dios, con los hombres delante de Dios.
1) Los jornaleros de la primera hora representan a los judíos celosos y observantes.
Cuentan con su trabajo, con sus méritos. Tienen, pues, unos títulos que presentar
ante Dios. Pueden irle con exigencias. Más todavía: sus méritos les autorizan -creen
ellos- a considerarse superiores a los demás: “Estos últimos han trabajado slo una
hora y los ha tratado igual que a nosotros”. ¿Cmo es posible, tratarnos igual,
cuando nosotros somos mejores?
2) El dueo de la via representa aquí al Padre del cielo: “Quiero darle a este
último igual que a ti. ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Es bueno. Da
generosamente. Le molesta la suficiencia de aquellos obreros de primera hora. Han
trabajado bien, eso es verdad. Pero, ¿por qué han de meterse con los que han
venido luego y querer medirles con cuantagotas lo que él les regala de corazón?
¡Nos cuesta tanto comprender que, ante Dios, no tenemos ningún mérito que
exigir!: “Yo he hecho eso y aquello; he cumplido con tal y con cual obligacin.
Merezco, pues...” No merecemos nada.
Dios es quien nos ama, quien nos llama a su Reino, quien nos ofrece gratis su
amor. Nosotros debemos extender la mano y aceptar su don; abrir los brazos y
recibir su abrazo. ¡Nos cuesta tanto comprender que nuestro esfuerzo no nos
autoriza a considerarnos superiores a los demás, a mirarlos por encima del hombro!
¡Que creer en Jesús y venir a misa todos los domingos no nos convierte en una raza
superior de hombres! Dios ofrece su amor a todos, llama a todos. Como Jesús, que
trataba con todo tipo de gente. Y que se sentía molesto cuando algunos buenos
fariseos de toda la vida, de corazón encogido, querían guardarse para ellos solos el
amor de Dios y de su Reino, que el Padre ofrece a todo el mundo.
“Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. Los escribas y fariseos
y los sacerdotes -los primeros en darse prisa- quedaron atrás. Y aquellos pobres
pescadores del lago; y aquel publicano, Mateo; y los otros discípulos, gente del
pueblo bajo, pasaron a ser primeros.
Pero ¡cuidado! Por el hecho de ser primeros o últimos, nadie de nosotros puede
enorgullecerse ni considerarse superior a los demás. Siempre debemos mirar
arriba, abrir los corazones para acoger el don de Dios, y decirle: ¡Gracias, Señor!
Eso es lo que ahora vamos a hacer en la eucaristía.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)