Domingo Vigésimo Sexto del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Ez 18. 25-28; Sal 24,4bc-5. 6-7. 8-9;
Flp 2. 1-11; Mt 21, 28-32
De paradoja en paradoja vamos penetrando en el misterio del Reino de Dios; de
escándalo en escándalo vamos comprendiendo toda la novedad del mensaje de
Jesús. La parábola de los dos hijos es ilustrativa al respecto: el hijo que parecía
desobediente resultó ser el obediente, el que parecía sumiso resultó ser rebelde.
La explicación inmediata la dio el mismo Jesús: hay dentro del judaísmo quienes
afirman con sus labios cumplir la palabra de Dios, pero en realidad después sólo
hacen sus caprichos; hay también quienes en un primer momento rechazan la
Palabra con una vida disoluta y no-religiosa, mas cuando llega la hora de la
conversión, cambian de vida y se reconcilian con el Padre. De esta forma los
publicanos y las prostitutas entran al Reino, mientras que los sacerdotes, ancianos
y fariseos permanecen fuera.
Como vemos, dentro de su contexto histórico, un tanto polémico, la parábola hace
directa alusión al mensaje de Jesús y a la necesidad de cambiar de vida para entrar
en el Reino. Nosotros procuraremos dar un paso más y ver en qué medida esta
parábola del Reino se aplica a nuestra vida cristiana.
La parábola analiza en pocos trazos la actitud religiosa de dos grupos bien definidos
de creyentes; o, para ser más exactos quizá, dos momentos que pueden darse en
un creyente, o dos aspectos de una misma personalidad que se dice religiosa.
Primer caso: de una conducta rebelde se pasa a la aceptación de la voluntad de
Dios. Ante la invitación del padre a trabajar en su viña, el primer hijo responde
espontánea y taxativamente: “No quiero”. Más, después, lo piensa mejor y va a
trabajar.
Segundo caso: una conducta sumisa y conformista conduce al fracaso del proyecto
humano. Es la otra cara de la moneda. Desgraciadamente hemos confundido
obediencia con sumisión, respuesta con sometimiento, entrega con opresión. Es
interesante aquí observar que la misma palabra “obediencia” implica antes que
nada una actitud de escucha del otro; obedecer no es someterse al otro porque es
autoridad o puede más que nosotros. Es escuchar su llamada, escucharla desde
dentro de uno mismo, como una invitación a salir al encuentro del otro. Esa
respuesta que se da, libremente, es auténtica obediencia.
El hijo que parecía desobediente resultó ser el fiel; el que parecía sumiso fue el
rebelde. Es evidente que nos plantea la falta de adecuación entre lo que decimos y
lo que luego hacemos. Estas dos posibilidades no servían para el fin que se
proponía Jesús: desenmascarar lo que somos y hacemos cada uno de nosotros.
Jesús sabe que hay quienes afirmamos con los labios cumplir la palabra de Dios,
pero en realidad, después sólo buscamos lo nuestro. Podemos tener la tentación de
conformarnos con palabras, sin pasar a los hechos. Decir "sí" con los labios. Casi
profesionalmente. Y luego vivir en la práctica en incoherencia continua, sin practicar
lo que decimos. Y esto puede pasar con los máximos profesionales, los sacerdotes;
o también con las "personas de bien", con los "practicantes" que se creen justos,
etc. También en lo civil es mucho más fácil “hablar” de democracia que
“practicarla”. La distancia entre el dicho y el hecho se constata en todas partes. Y
nos quejamos de los políticos que sólo "prometen.
Y lo peor es que los oficialmente “buenos” miran fácilmente con aires de suficiencia
a los “pecadores”: y Jesús hoy trastorna esta medida. Claro que resulta incmoda
una homilía así, que denuncie la excesiva autosuficiencia de los “buenos” y apunte
a que es posible que “los otros” a lo mejor han entendido y cumplido la voluntad de
Dios. También en el caso de Jesús su “homilía” debi resultar subversiva. En
nuestras homilías pocas veces hablamos de las prostitutas: y sin embargo a Jesús
no le daba vergüenza ni acogerlas con amabilidad, ni perdonarlas, ni hablar de ellas
para explicar su mensaje.
Es toda una interpelación a los cristianos de hoy: por si hacemos consistir nuestra
fe en palabras, o por si nos creemos con derechos y privilegios porque venimos a la
Eucaristía, despreciando a los que no lo hacen (el consejo de Pablo, en la segunda
lectura: considerar siempre a los demás como superiores).
No es cuestin de adular a los pecadores, ni invitar a decir “no”: el ideal es “decir”
el sí, y también “cumplir” (a los pecadores Jesús les dirá: “no peques más”). Pero
nos conviene oír de cuando en cuando lo de que “no el que dice Seor, Seor, sino
el que cumple...” A veces aquellos que aparentemente son más dciles al Evangelio
y a la Iglesia, son los que en los momentos decisivos traicionan fácilmente su fe.
Por el contrario, los que adoptaron una actitud “contestataria” son los que, a la
hora de la verdad, comprenden que la fe es una obediencia a la Palabra de Dios,
dicha en medio de la Iglesia.
Sólo el pecador arrepentido puede llegar a descubrir la inmensidad del amor de
Dios; sólo el hombre que reconoce su pequeñez puede agradecer a Dios todo el
amor que nos tiene; y sólo quien reconoce a Dios como Padre bueno es capaz de
ponerse enteramente a disposición de Dios, aunque antes le hubiese dicho “no”, es
el que está haciendo lo que quiere el Padre: esta es la puerta del camino hacia
Dios.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)