Domingo Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Is 45, 1. 4-6; Sal 95,1 y 3. 4-5. 7-8. 9-10a y c;
1 Ts 1, 1-5b; Mt 22, 15-21
Las Lecturas de este Domingo tratan un asunto importante para el buen
desenvolvimiento de la vida de los pueblos, de los gobiernos y de los gobernados.
El Evangelio de hoy toca un asunto político-religioso: la autoridad civil y la
autoridad divina. Se trata del episodio en el cual los Fariseos, pretendiendo
nuevamente poner a Jesús contra la pared, le preguntaron si era lícito pagarle
impuestos al imperio romano.
Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado como desobediencia a la
autoridad civil, en manos de los romanos que tenían ocupado el territorio de Israel.
Si contestaba que sí, podría interpretarse como una limitación de la autoridad de
Dios sobre el pueblo escogido. La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la
trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-
21).
Con su respuesta Jesús deja claramente establecido que la autoridad política tiene
su campo propio de acción, relacionado con el orden público y el bien de todos los
gobernados, y que para eso requiere de la obediencia y de la contribución o tributo
de éstos. Pero también deja claro que el respeto y el tributo no sólo se le debe a la
autoridad civil, sino que también a Dios debemos darle lo que es de El y a El
corresponde.
Esto significa varias cosas. En primer lugar debemos saber que toda autoridad
temporal viene de Dios. Recordemos lo que Jesús, más tarde, le dijo a Pilato, el
gobernador romano, en el momento del juicio que éste le hizo: “Tú no tendrías
ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto” (Jn. 18, 11).
Si la autoridad civil viene de Dios, también depende de El. Esto tiene como
consecuencia que un gobierno puede llegar a ser injusto si, por ejemplo, se opone
al orden divino, a la Ley de Dios; si exige algo que vaya contra la ley natural
establecida por Dios, si va en contra de la dignidad humana, contra la libertad
religiosa, etc.
Aunque Jesús no dice expresamente qué es del César y qué es de Dios, es claro
que no todo es del César. Y en este sentido Jesús pone coto a cualquier absolutismo
y recorta la autoridad del estado. Por otra parte, Jesús critica también cualquier
concepción teocrática que identifique los intereses y los derechos de una nación con
la misma voluntad de Dios. Pone también límites a cualquier clericalismo. Digamos
que la respuesta de Jesús condena por igual la deificación del estado y la
suplantación de Dios por los que dicen representarlo.
En el fondo de todo hay un criterio básico común, que es el que Jesús ha venido a
traer: el criterio es dar a Dios "lo que es de Dios". Lo que es de Dios es lo que Jesús
vive y anuncia, es el Evangelio. Lo que es de Dios no explica ni concreta lo que hay
que hacer con lo que es “del César”, y por tanto, a la hora de escoger grandes o
pequeñas opciones y actuaciones en la vida social y política, el creyente escoge
según su propio cerebro. Pero a la vez, el creyente sabe que Dios, que el Evangelio,
aunque no concrete lo que hay que hacer y pensar en cada caso concreto, sí ofrece
unos criterios que deben guiar estas concreciones y opciones:
- Es preciso que nos empapemos de Dios, del Evangelio, para que lleguemos a
llevar en nuestro interior “lo que es de Dios” y esto nos marque toda la vida.
- La Iglesia, colectivamente, debe denunciar aquellas situaciones que se alejan
descaradamente del proyecto del Evangelio, pero sin dejarse llevar
inconscientemente por otros criterios, y aplicando también los principios que
acabamos de indicar para cada cristiano.
- Y hay que tener claro, en última instancia, que el origen de todo, la fuerza que lo
mueve todo, el término de todo, es Dios manifestado en Jesús.
Demos “a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. Cuando el César
pide lo de Dios, a saber la absoluta sumisión a su poder por encima de los derechos
inalienables del hombre, entonces será la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, la
que definirá lo que es de Dios y se lo negará resueltamente al César, cualquiera
que sea.
Que sepamos esforzarnos por no separar nuestra vida humana de nuestra vida de
fe. Demos a cada quien lo que le corresponde: en el dominio del César y en el de
Dios; busquemos la verdad y el bien…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)