Domingo Trigésimo Primero del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Ml 1. 14b-2. 2b/8-18; Sal 130, 1. 2. 3;
1 Ts 2. 7b-9/13; Mt 23. 1-12
I
Las Lecturas de hoy se refieren muy especialmente a aquéllos que tienen
responsabilidad dentro de la Iglesia, en la familia y en la sociedad, quienes con su
ejemplo y sus palabras estamos llamados guiar al pueblo de Dios.
La crítica del Señor se basaba sobre todo en que ellos mismos no cumplían lo
que exigían cumplir a otros, por lo que el Señor los llamó “hipócritas” .
Los títulos no son para oprimir, sino para servir y amar, de aquí que, incluso,
Jesús diga a sus oyentes: “A ningún hombre sobre la tierra lo llamen „padre‟,
porque el Padre de ustedes es sólo el Padre Celestial”. Lo que quiere prohibir el
Seor no es el uso de las palabras “Maestro”, “Padre” y “Guía”, sino la actitud de
superioridad con relacin al prjimo, que con tal oficio se puede exigir…; con la
prohibición el Señor quiere hacer un llamado a la humildad de parte de los que
tienen esas funciones.
Por esto, el planteamiento de Jesús concluye así: “El mayor de entre ustedes
sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido”.
El Señor condena el orgullo de los que quieren ocupar los primeros puestos y
hacen las cosas para ser admirados. A esta conducta Jesús contrapone la sencillez y
humildad que desea que sean sello de sus apóstoles y discípulos, los cuales deben
ser “servidores” de los demás.
Y no sólo nos lo aconsejó, sino que de esto nos dio ejemplo al hacer un
servicio que usualmente hacían a los invitados a los banquetes los sirvientes de las
casas: lavar los pies a sus Apóstoles en la Ultima Cena.
A esta actitud de humildad que el Señor reclama, hay que añadir el amor y la
entrega generosa por los demás de que nos habla San Pablo en la Segunda Lectura
(1 Tes. 2, 7-9. 13) . Aquí vemos cuál es el trato que el Apóstol ha dado a aquéllos a
quienes sirve. Más allá del servicio, les habla de una ternura maternal y hasta de
entregar la propia vida por ellos.
Además, Jesús condena en toda autoridad el que se exija una cosa y se haga
otra, pero a la vez dice “hagan todo lo que les digan, pero no imiten sus obras,
porque dicen una cosa y hacen otra” . ¡Cuántas veces nuestro ejemplo no va parejo
con nuestras palabras y con nuestras exigencias a los demás! ¡Cuántas veces
nuestros actos contradicen nuestras palabras!
A unos el Señor nos pide que sigamos los buenos consejos, aunque quienes
los den no den el ejemplo con sus obras; y que otros, los que nos toca aconsejar,
tratemos de tener coherencia entre nuestra vida y nuestras palabras, dando
siempre buen ejemplo, y evitando cargar de peso a los demás, sino que más bien
les ayudemos a llevar sus cargas.
Sigamos la advertencia de Jesús nuestro Señor: “Si vuestra santidad no es
mayor que la de los maestros de la Ley y los Fariseos, no entrarán en el Reino de
los Cielos” (Mt. 5, 20).
II
Fardos pesados/acogedores y afectuosos
Como conclusión de las discusiones de Jesús con diversos grupos de judíos en el
templo de Jerusalén, Mateo introduce unas palabras duras de Jesús contra” letrados
y fariseos”.
En este texto hemos de tener presente que Mateo escribe su evangelio en la
época en que, después de la destrucción de Jerusalén, los fariseos han asumido la
dirección del judaísmo oficial y han rechazado por completo el mensaje cristiano.
En la primera parte de este discurso, lo que escuchamos hoy, Jesús se dirige a
la multitud y a los discípulos, criticando con dureza la práctica religiosa de los
fariseos. De hecho, en este caso parece aceptar, al menos parcialmente, la
autoridad de los letrados, e incluso el contenido de su enseñanza, pero pone de
relieve su incoherencia y se queja de la manera cómo se aprovechan de su función
religiosa para satisfacer su vanidad personal.
No obstante, la atención se desplaza pronto desde los fariseos a la comunidad
cristiana. El texto se dirige en especial a todos aquellos que tienen alguna
responsabilidad concreta dentro de la comunidad, y les recuerda que para ellos no
tiene ningún sentido el uso de títulos honoríficos, porque entre los seguidores de
Jesús los criterios habituales de las sociedades humanas quedan superados.
Ninguno ha de buscar acumular poder, sino hacerse servidor; no son importantes
los primeros lugares, sino los últimos; no se trata de tener dominio sobre los
demás, sino de vivir un nueva fraternidad de forma radical. Los cristianos forman
una comunidad profundamente igualitaria, en la que todos son hermanos, porque
todos tienen a Dios como Padre, y a Cristo como Maestro y Señor.
¿Verdad que Jesús parece demasiado duro? Recordemos lo que dice a propósito
de los letrados y fariseos: “leían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la
gente en los hombros...”. Esto decía de los responsables religiosos de entonces. Y
también nos lo repite a nosotros. Hemos de ser sensibles al mensaje de Jesús. Y
que las víctimas de nuestra mala actuación no sean los más sencillos y dóciles.
Tenemos que abandonar las normas frías y tener entrañas de misericordia y de
comprensión. A veces en nombre de Dios y de la moral podemos cargar a los
demás obligaciones, sin tener en cuenta a la persona y a sus circunstancias. Hemos
de ser muy cuidadosos en esto, porque corremos el peligro de querer dominar las
conciencias. ¡Alerta! No nos dejemos dominar por nadie. La actitud siempre ha de
ser evangélica. Tenemos que esforzarnos más en servir que en mandar, en ofrecer
que en imponer, en acompañar que en dirigir. Con leyes excesivas, con normas
intransigentes y con amenazas sólo desvirtuamos el mensaje liberador de Jesús.
Jesús nos quiere libres, no esclavos. No hemos de dejamos esclavizar por nadie
más que por Jesús, ya que sólo él es el único Señor. Jesús quiere que respiremos a
pleno pulmón el aire de la libertad cristiana, y no que vayamos por ahí encogidos y
llenos de miedos. Él nos ama y nos acoge siempre.
El modelo, el camino a seguir lo hallamos en san Pablo, tal como escuchábamos
en la segunda lectura. Fijémonos con qué afecto hablaba y con qué actitud se
acercaba a los cristianos de Tesalnica: “los tratamos con delicadeza, como una
madre cuida de sus hijos, les teníamos tanto cariño que deseábamos entregarles no
sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque se habían
ganado nuestro amor”. Éste es el camino a seguir. A nadie hemos de cargar fardos
pesados, sino acoger a todos con afecto y ternura.
Sólo con esta actitud podremos comunicar el mensaje de Jesús y las ganas de
mantenernos fieles a él. Como dice el mismo apóstol, de este modo recibiremos con
ilusin la “Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”.
El encuentro con Jesús en esta Eucaristía nos ha de transformar para que
sepamos vivir y comunicar su mensaje por caminos de humildad, de amor y de
ternura.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)