Domingo Trigésimo Segundo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Sb 6. 13-17; Sal 62,2. 3-4. 5-6. 7-8;
1 Ts 4, 12-17; Mt 25, 1-13
El deseo de Dios
El evangelio es el que conocemos como el de las diez vírgenes. La invitación a
velar se concreta en tener “el aceite” a punto para el momento de la resurreccin,
el momento en que “el esposo” nos “despertará”. Se trata del momento decisivo en
el que ya todo está hecho. Ahora y aquí, antes de “dormirse”, es cuando se ha
hecho o se ha dejado de hacer aquello que era necesario.
La primera lectura está tomada del libro de la Sabiduría que también utiliza la
imagen del velar como expresión del deseo y de la búsqueda de Dios. Y con el
salmista diremos: “Mi alma está sedienta de ti, Seor, Dios mío”.
La segunda lectura, en la que continuamos hasta el próximo domingo la primera
carta de san Pablo a los tesalonicenses, también nos coloca en postura de espera:
“A los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los resucitará.
El último de los cinco grandes bloques de enseñanza de Jesús en el evangelio de
Mateo es el llamado “discurso escatolgico” (Mt 24-25); uno de los materiales
propios de Mateo es la parábola de las diez doncellas.
Con esta parábola Mateo nos exhorta a comportarnos con sabiduría a la espera
del final de los tiempos, a poner en práctica la voluntad de Dios, tal como nos la ha
transmitido Jesús. El mejor término para definir tal actitud es el de “velar”, utilizado
a menudo en los escritos del Nuevo Testamento en que aparece dicha actitud, tan
humana, relacionada con el futuro último. La preocupación del creyente no ha de
consistir en la curiosidad por el día o la hora del final del mundo, sino en vivir con
atención y responsabilidad el tiempo presente.
Llegando ya al final del año litúrgico, la Iglesia nos quiere ayudar a reflexionar
sobre cómo vivimos y por qué vivimos.
Hemos de estar despiertos y valorar aquello que de verdad merece la pena, esto
es: nuestra vocación cristiana.
Con la parábola del evangelio de hoy Jesús nos habla de unas jóvenes sensatas
y de otras que no lo eran y sensatez significa hacer las cosas sabiendo lo que
hacemos, de tal modo que tengan sentido. Hacerlas, tal como afirma la primera
lectura, con sabiduría y esta sabiduría es un tesoro: es la gracia de Dios, es Jesús
mismo. Un monje ruso, llamado Serafín de Sarov, comentando este texto del
evangelio de hoy dice: “Pienso que a las doncellas insensatas les faltaba el Espíritu
Santo de Dios”. Quizás se esforzaban en hacer muchas cosas, pero les faltaba -
sigue diciendo el monje ruso “la gracia del Espíritu
Santo, simbolizada en el aceite, sin la cual nadie puede salvarse”. El aceite que
nunca se apaga nos permite esperar la llegada del esposo a media noche y entrar
así junto a él en la fiesta del gozo eterno. ¡Hemos de velar! Pero no debemos
temer, ya que esperamos al Señor, el esposo, que viene para introducirnos a la
fiesta eterna. Nos basta con tener la vida de la gracia, el aceite de la sabiduría.
La sabiduría es Jesús, es avanzar siempre en el afecto hacia él, es amarlo,
escucharlo y seguirlo. Es lo que llaman los maestros espirituales el deseo de Dios.
Esto tendríamos que experimentar en nuestra vida y vivirlo, logrando que sea una
realidad aquello que también nos dice el mismo salmo responsorial:
“En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y
a la sombra de tus alas canto con júbilo”.
Ojalá experimentemos esta felicidad. Dios nos ama y vela por nosotros. A
nosotros nos toca tan sólo creerlo de veras y vivirlo con alegría.
Pidamos hoy tener siempre este deseo de Dios, Y que siempre nos sintamos
acogidos, amados y mimados por él, y que nos conceda el don de ser ya felices
bajo el calor y la protección de sus alas.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)