Domingo Trigésimo Tercero del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Pr 31. 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127,1-2. 3. 4-5;
1 Ts 5, 1-6; Mt 25. 14-30
La parábola de los talentos
El evangelio de hoy es el de la parábola llamada “de los talentos”. Este era el
nombre de una medida de peso de plata. Un talento era mucho dinero. La parábola
viene a indicar lo mismo que la anterior, la de las diez vírgenes: “Por tanto, velad,
porque no sabéis el día ni la hora”. Pero esta de hoy pone el acento en los frutos -
“intereses”- que se espera del que está en vela. Estar en vela esperando “el día y la
hora” no es, pues, una actitud pasiva. Tampoco es una actitud conservadora. Al
contrario. Es la vida propia del discípulo de Cristo, siempre itinerante: actitud
activa, lanzada hacia aquellos que no te pueden dar nada -los pobres-, con la
creatividad que da la vida a la intemperie, con el riesgo de ser rechazado y
crucificado. He ahí, pues, los frutos: el amor” desinteresado” -es decir, números
rojos- y la creatividad en favor del Reino -es decir, invertir a través del testimonio
para que el Reino, que ya está en medio de nosotros, sea conocido.
La etapa que transcurre entre la partida del señor de los empleados y su
regreso. Es en este intervalo cuando los empleados deben trabajar para que
fructifiquen las cantidades que el señor les ha confiado. De los tres
administradores, dos lo hacen así, y reciben la aprobación y el premio cuando el
señor regresa para pasar cuentas. Sin embargo, la figura destacada es el tercer
empleado: el diálogo del señor con él es el más detallado, y en verdad el más duro,
porque termina con el empleado excluido y rechazado.
Cierto que en su contexto actual se debe interpretar este texto evangélico en
relación con el Reino de Dios, con la parusía y con la actitud que se debe mantener
durante el tiempo que media entre la muerte y resurrección de Jesús hasta su
regreso, es decir, el momento presente. Como es habitual, el lenguaje de Jesús
resulta provocativo y exigente. La parábola pretende ser una advertencia, una
llamada a reaccionar mientras se está a tiempo. Con Jesús y su predicación del
Reino, los hombres han recibido un don extraordinario, que representa una
oportunidad única, pero que se debe acoger y hacer fructificar cuanto sea posible.
a) La hora de ajustar cuentas El Señor vendrá a ajustar cuentas. Hemos de
poner a su servicio los talentos -el capital- que él nos ha dado para trabajarlos.
Hemos de mantenernos fieles a lo que él nos ha confiado y hemos de tener también
muy claro cuál es nuestro papel, nuestra misión. No tenemos una finca propia… ni
somos los amos. Y esto debemos tenerlo muy claro.
El Señor nos invita a actuar. Y nos ha dado unas cualidades y quiere que las
rendir. En una palabra, quiere que nos pongamos en acción. Y esto según las
posibilidades y según la generosidad de cada cual. Todos podríamos hacer más de
lo que creemos. No podemos enterrar los dones recibidos, y hemos de ponerlos al
servicio de los demás.
Un día nos presentaremos ante Dios y nos preguntará cómo hemos vivido y
cómo hemos amado, y nos acogerá él, no a causa de nuestros méritos, sino a
causa de su gracia. La redención de Jesucristo es la que nos salva, pero él espera
encontrarnos con el corazón preparado, con el corazón repleto de amor, con el
corazón sencillo. Esto es: habiendo trabajado, habiendo hecho un buen uso de
nuestros talentos.
En esto consiste el estar vigilantes. Hemos de vivir como “hijos de la luz e hijos
del día”, tal como afirmaba san Pablo en la segunda lectura. Y continuaba: “No sois
de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino
estemos vigilantes y vivamos sobriamente”. Así pues, llegada la hora de ajustar
cuentas, hemos de presentar los deberes hechos. Siempre hemos de estar a punto,
siempre hemos de estar preparados.
Los talentos anunciados por Jesús han llegado hasta nosotros gracias a su
Iglesia. Por eso, hoy rezamos por ella y contribuimos a su sostenimiento con la
generosidad de los hijos de Dios, con la gratitud propia de quienes saben que lo
más preciado de su vida lo han recibido de esta Iglesia, representada en su propia
familia, en su parroquia, y en todos los que nos han transmitido el gozo de la fe. Lo
hacemos con sencillez y con amor hacia la Madre que nos enseña y nos da el amor
de Jesucristo, nos perdona los pecados en su nombre y nos acompaña con su gracia
en la vida y en la muerte.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)