Ciclo A. XXV Domingo del Tiempo Ordinario A
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos hermanos.
Es el mensaje del evangelio de este domingo. La parábola de los obreros en la viña,
como las demás parábolas, hermanos, son narraciones que el Señor utiliza como
medios sencillos para hacer entendible el reino de Dios. Les invito pues, como en
toda parábola ha tener en cuenta dos aspectos de interpretación. El primero, la
intención de la misma en labios de Jesús, y el segundo, el acento que
posteriormente recibe de la comunidad primitiva, es decir el contexto eclesial e
intensión del evangelista.
En esta ocasión ambos aspectos coinciden en la enseñanza fundamental. Aunque
Jesús la aplica a los fariseos, porque le critican que acogía a marginados y
pecadores; la comunidad eclesial se la aplica a sí misma: Salvación de Dios para
todos porque Dios es bueno y generoso.
En el contexto eclesial, la Iglesia aparece como el nuevo pueblo de Dios
conformada no solo por judíos convertidos sino también de gentiles y paganos. Y a
todos Dios los ama, por eso a todos les ofrece su salvación. Pero para la comunidad
judía, sobre todo para los fariseos, la salvación era sólo para ellos, el pueblo
heredero, pensamiento que no coincide con lo que revela Jesús. Es que los
pensamientos de Dios y su gratuidad, son diferentes y por eso no entraba en el
pensamiento de los fariseos. Para los planes de Dios la salvación no es sólo para un
grupo de personas y mucho menos monopolio exclusivista de algunos, sino que es
universal. Para el Señor no cuenta nuestro sentido utilitarista de la eficacia, ni
mucho menos ecuación entre tiempo de trabajo y salario. Es que la vida cristiana
no la podemos estructurar sobre una contabilidad de haber-debe, sino sobre la
gracia que Dios imparte de manera gratuita, no por nuestros meritos sino, porque
nos ama y es bueno y generoso.
Queridos hermanos, hoy les invito a que examinemos nuestra motivación religiosa.
¿Aceptamos en realidad que Dios sea bueno con los demás, aunque no lo
merezcan? O ¿reaccionamos también como los fariseos, reclamando a Dios porque
a nosotros no nos va bien, como nos gustaría, a pesar que somos fieles
cumplidores de misas y obras de caridad?. Purifiquemos pues las motivaciones
profundas de nuestro ser religiosos y que sea el amor, no nuestro interés personal,
el que nos mueva en la participación eucarística, y mucho menos en el hacer obras
de caridad. Esforcémonos en el llevar una vida digna agradable a los ojos de Dios.
De tal manera que nuestra vida, sea la extensión de la eucaristía que celebramos
cada domingo. Sólo así seremos creíbles al mundo de hoy.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)