Domingo Cuarto de Adviento, Ciclo B
2 Sam 7-1-5. 8b-11. 16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29;
Rom 16,25-27; Lc 1,26-38
Este domingo último de Adviento es ya una preparación inmediata de la
celebración de la Navidad. María nos es presentada como el gran ejemplo de
cómo abrirse a la venida del Señor. Una venida que acontece en la concreta
realidad de la historia humana, fruto de una larga esperanza en el pueblo de
Israel, en la sencillez de una familia del pueblo. Pero a la vez, y quizá por ello
mismo, nos abre a la gran esperanza, a la gran alegría, que no podemos reducir
a una superficial celebración en la inmediata Navidad. Es preciso que llegue a lo
más hondo de nuestra vida.
No es un hecho casual que en las vigiláis de la Navidad se nos presente en la
lectura el ejemplo de María. Ella, como nosotros hoy, recibe el anuncio de la
venida del Señor a su vida, a su realidad, incluso a su carne. Y se abre a esta
venida con absoluta confianza, con plena fe, aunque no comprenda cómo se
realizará: “¿cmo será esto?”.
Pero ella sabe decir y vivir su “sí” sin reservas. Es una respuesta de fe y de
esperanza, mucho más allá de las previsiones naturales, cotidianas. Es el
ejemplo que se nos propone hoy, en víspera de la Navidad. También nosotros
debemos disponernos para acoger la constante venida del Señor, especialmente
en la inmediata celebración navideña, sabiendo abrirnos a una actitud de fe, de
esperanza, de pobreza, de alegría... sabiendo decir un “sí” confiado a la irrupción
del Señor en nuestra vida. Como la tierra acoge la semilla para que dé fruto.
“El Seor está contigo”, se le dijo a María. El Seor está con nosotros, se nos
dice hoy, para fecundar nuestra vida. Sólo es preciso una condición: que nos
abramos muy de verdad a su venida.
Que le acojamos en lo más hondo de nuestro ser y de nuestro hacer. Que no
celebremos una Navidad superficial, sino que rompamos la barrera de
autodefensa ante la venida del Señor y nos dejemos penetrar por Él. Es preciso
sentirnos pobres, sencillos, necesitados, como María, para acoger la venida
salvadora, renovadora del Seor. Entonces “el Espíritu Santo vendrá sobre
nosotros” para fecundarnos.
La primera lectura de hoy nos ofrece una posibilidad de reflexión ante la
inmediata celebración de la Navidad. Quizá nosotros, como David, estaríamos
tentados, con la mayor buena fe como él, a pensar que debemos corresponder al
amor de Dios haciendo algo. David quería construir un templo para el Señor;
nosotros quizá pensemos en dar algo, en hacer mañana o en uno de estos días
de Navidad aquello que llamamos “una obra de caridad”. Celebraremos con
sincera alegría cristiana la Navidad, nos sentiremos mejor y mejores.
Pero el Señor dice a David que lo que importa no es tanto que le construya un
templo. sino estar siempre junto con su pueblo. Es el gran anuncio de lo que
nosotros llamamos la Encarnación de Dios: Dios se identifica con el hombre, con
su vida real más honda. No vale situarle en un templo, en una caridad, en una
buena acción. Dios al hacerse hombre como nosotros quiere que le recibamos,
que le acojamos, en el centro, en el corazón de nuestra vida.
No nos engañemos celebrando la Navidad en aspectos superficiales de
nuestra vida. Sí, será bueno celebrarla con fiesta, abrirnos a nuestros hermanos
más necesitados con una ayuda económica, con una visita, con un gesto de
amor. Pero no se juega ahí lo más importante: sólo celebraremos
auténticamente la Navidad si acogemos la venida del Señor, si hay un lugar para
él dentro de nosotros, le atendemos, le amamos y si le entregamos nuestro
corazón cada día.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)