Misa de fin de año
31 de diciembre
Nm 6,22-27; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8;
Gál 4,4-7; Lc 2,16-21
Para nosotros el sentido y el fin de la historia y de todas las vicisitudes
humanas están en Cristo
“Señor, ¿es este el tiempo?”: ¡cuántas veces el hombre se hace esta
pregunta, especialmente en los momentos dramáticos de la historia! Siente el vivo
deseo de conocer el sentido y la dinámica de los acontecimientos individuales y
comunitarios en los que se encuentra implicado. Quisiera saber “antes” lo que
sucederá “después”, para que no lo tome por sorpresa.
También los Apóstoles tuvieron este deseo. Pero Jesús nunca secundó esta
curiosidad. Cuando le hicieron esa pregunta, respondió que sólo el Padre celestial
conoce y establece los tiempos y los momentos (cf. Hch 1, 6-7). Pero
añadió: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán
mis testigos (...) hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8), es decir, los invitó a
tener una actitud “nueva” con respecto al tiempo.
Jesús nos exhorta a no escrutar inútilmente lo que está reservado a Dios -
que es, precisamente, el curso de los acontecimientos-, sino a utilizar el tiempo del
que cada uno dispone -el presente-, difundiendo con amor filial el Evangelio en
todos los rincones de la tierra. Esta reflexión es muy oportuna también para
nosotros, al concluir un año y a pocas horas del inicio del año nuevo.
“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”
(Ga 4, 4). Antes del nacimiento de Jesús, el hombre estaba sometido a la tiranía del
tiempo, como el esclavo que no sabe lo que piensa su amo. Pero cuando “el Verbo
se hizo carne, y puso su morada entre nosotros” (Jn 1, 14), esta perspectiva
cambió totalmente.
En la noche de Navidad, que celebramos hace una semana, el Eterno entró
en la historia, el “todavía no” del tiempo, medido por el devenir inexorable de los
días, se uni misteriosamente con el “ya” de la manifestación del Hijo de Dios. En el
insondable misterio de la Encarnación, el tiempo alcanza su plenitud. Dios abraza la
historia de los hombres en la tierra para llevarla a su cumplimiento definitivo.
Por tanto, para nosotros, los creyentes, el sentido y el fin de la historia y de
todas las vicisitudes humanas están en Cristo. En él, Verbo eterno hecho carne en
el seno de María, la eternidad nos envuelve, porque Dios ha querido hacerse visible,
revelando el fin de la historia misma y el destino de los esfuerzos de todas las
personas que viven en la tierra.
Precisamente por eso en esta liturgia, mientras nos despedimos del ao…,
sentimos la necesidad de renovar, con íntima alegría, nuestra gratitud a Dios que,
en su Hijo, nos ha introducido en su misterio dando inicio al tiempo nuevo y
definitivo.
Mientras desfilan ante nuestros ojos los numerosos acontecimientos del
ao…, queremos, en este ao que estamos esperando, remar “mar adentro para
llevar el anuncio del Evangelio a los hogares, los ambientes y los barrios, (...) a
toda la ciudad” 1 .
Ojalá que cada comunidad cristiana sea escuela de oración y gimnasio de
santidad, una familia de familias, donde la acogida del Señor y la fraternidad vivida
en torno a la Eucaristía se traduzcan en el impulso de una renovada evangelización.
Cada parroquia y comunidad está llamada a la oración constante, para que el
Señor envíe obreros a su mies, y a una dinámica y confiada labor de formación de
los jóvenes y las familias, a fin de que se comprenda la llamada de Dios en su
fuerza liberadora y se la acoja con alegría y gratitud.
Esta noche, de nuestro corazón agradecido se eleva un canto de alabanza y
de acción de gracias en esta Eucaristía. Acción de gracias por los beneficios
recibidos, por las metas apostólicas alcanzadas y por el bien realizado.
Hermanos y hermanas, al final de un año es particularmente necesario tomar
conciencia también de nuestras debilidades y de los momentos en que no hemos
sido plenamente fieles al amor de Dios. Pidamos perdón al Señor por nuestras
faltas y omisiones: Miserere nostri, Domine, miserere nostri. Sigamos
abandonándonos con confianza a la bondad del Señor. Él no dejará de tener
misericordia con nosotros y de ayudarnos a proseguir nuestra vocación y misión de
bautizados, donde el Señor nos ha puesto a cada uno.
Confiamos y nos abandonamos en tus manos, Señor del tiempo y de la
eternidad. Tú eres nuestra esperanza: la esperanza de nuestra Diócesis y del
mundo, el apoyo de los débiles y el consuelo de los extraviados, la alegría y la paz
de quien te acoge y te ama.
Mientras termina este año y la mirada se proyecta ya al nuevo, el corazón se
abandona con confianza a tus misteriosos designios de salvación.
1 L'Osservatore Romano, ed española, 29-VI- 2001, p. 2
Que tu misericordia esté siempre con nosotros: en ti hemos esperado. Sólo
esperamos en ti, oh Cristo, Hijo de la Virgen María, dulce Madre tuya y nuestra.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)