Santa María Madre de Dios
1 de enero
Nm 6,22-27; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8;
Gál 4,4-7; Lc 2,16-21
Todavía estamos en Navidad. Celebramos el Nacimiento de Cristo. Nuestra
atención está centrada en él, también hoy que recordamos a su Madre. El se llama
Jesús, que significa: Dios-salva. Y es él, el que ilumina nuestra existencia entera y
nos ofrece la salvación de Dios.
Según la primera lectura los sacerdotes del antiguo Israel invocaban en la
liturgia, sobre todo en año nuevo, la bendición y la paz de Dios sobre todo el
pueblo.
Pero nosotros los cristianos tenemos motivos mucho más plenos para
alegrarnos y esperar que Dios bendiga nuestro nuevo año, haciendo prosperar la
paz en torno nuestro. La razón es la misma que hemos ido escuchando en todo este
tiempo. Y hoy nos la ha dicho san Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Somos hijos. O sea, el Hijo de Dios se ha hecho hombre, en el seno de la
Virgen María, para que nosotros, los hombres, seamos hijos adoptivos de Dios. Por
eso podemos decir con confianza, o mejor aún, es el Espíritu de Dios el que puede
gritar dentro de nosotros: Abbá, Padre.
Somos hijos, no esclavos. Esa es la mejor perspectiva del año que empieza.
A lo largo de sus doce meses podremos encontrarnos con dificultades de todo tipo.
Podremos caer enfermos, sufrir las mil vicisitudes de la vida. Pero no estamos
solos. ¡Somos hijos! Pertenecemos a la familia de Dios. No podemos dejarnos
dominar por el pesimismo o la angustia. Nos ha nacido Jesús, el-Dios-que-salva. Y
él nos ha enseñado quién es Dios para nosotros: a veces le llamamos Creador,
Todopoderoso, Ser Supremo, Dios, Señor... Pero Jesús nos ha dicho que le
podemos llamar Padre.
Santa María Madre. El recuerdo de la Virgen María hace aún más agradable
esta buena noticia. Ella, María de Nazaret, una humilde muchacha de pueblo, fue
elegida de Dios para traer a este mundo al Salvador. Y hoy, primero de enero, los
cristianos le dedicamos una de las fiestas más solemnes del año, recordando y
celebrando su Maternidad: Santa María, Madre de Dios.
Ciertamente es un recuerdo que a todos nos llena de alegría y de esperanza.
Y que está plenamente centrado en el espíritu de estas fiestas navideñas: ella,
nuestra mejor maestra en la celebración de la navidad.
María, la Madre, la que dio a luz a Jesús. La que se alegró íntimamente de la
presencia de los pastores y de las palabras que decían. La que le llevó al templo. La
que junto con José su esposo, y siguiendo la indicación del ángel, le puso el nombre
de Jesús. La que “meditaba todas estas cosas” que pasaban a su Hijo,
“guardándolas en su corazón”...
Más tarde ella será también la perfecta discípula de su Hijo, la primera
cristiana, miembro de la comunidad apostólica de Jerusalén.
También fue ella la que mejor supo alabar a Dios, dándole gracias en su
canto del Magnificat, por lo que había hecho en favor de todos. Y finalmente estuvo
al pie de la Cruz, en comunión perfecta con su Hijo en el momento de la muerte,
como lo había estado en el de su nacimiento.
Por esto, junto a su entrañable título de Madre de Dios, es invocada hoy
gozosamente por los cristianos como Madre de la Iglesia, Madre de todos los que
creen en Cristo Jesús.
Así empezamos el año con una fe renovada en Jesús, como Dios Salvador. Y
a la vez con un recuerdo filial hacia su Madre y nuestra Madre; que ella, nuestra
Madre, nos haga celebrar con fe esta Eucaristía y nos dé ánimos para empezar con
optimismo cristiano el nuevo año.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)