Epifanía
Is 60,1-6; Sal 71,2. 7-8. 10-11. 12-13;
Ef 3,2-3a. 5-6; Mt 2,1-12
I
La Iglesia celebra la epifanía a los doce días de la navidad. Se trata de una
fiesta que tiene un carácter similar al de la anterior. Navidad y Epifanía son fiestas
complementarias que se enriquecen mutuamente. Ambas celebran, desde
diferentes perspectivas, el misterio de la encarnación, la venida y manifestación de
Cristo al mundo. Navidad acentúa más la venida, mientras que epifanía subraya la
manifestación.
El origen de la Epifanía, del griego epiphaneia (manifestación), arroja luz
sobre la significación originaria de la fiesta. En el griego clásico, la palabra podía
expresar dos ideas, secular una, religiosa la otra. En el uso secular podía referirse a
una llegada. Cuando, por ejemplo, un rey visitaba una ciudad y hacía su entrada
solemne, se recordaba ese evento como una epifanía. San Pablo utiliza la palabra
en este sentido refiriéndose a Cristo. Su venida a la tierra fue una epifanía, como la
de un gran monarca que entra en una ciudad. Fijémonos, por ejemplo, en este
pasaje de 2 Timoteo 1, 10: “Y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la
eternidad, y manifestada ahora por la aparición (epiphaneia) de nuestro Señor
Jesucristo”.
Con esto, entendemos que Epifanía , que la fiesta de hoy celebra la venida, la
llegada y la presencia de la Palabra encarnada entre nosotros. Es una fiesta de
manifestación: Dios manifestaba su poder benevolente en la encarnación. La venida
de Cristo a la tierra es una epifanía en sí misma. Hubo, además, otras
manifestaciones: la adoración de los magos, el bautismo en el Jordán, la conversión
del agua en vino y otras más.
El episodio de los tres magos que siguen a la estrella y vienen con sus
regalos a adorar al Mesías es el tema principal de la fiesta. Estos personajes
simbolizan la vocación de los gentiles –de todos los no judíos- a la Iglesia de Cristo.
Los grandes padres latinos, san Agustín, san León, san Gregorio y otros, se
sintieron fascinados por esas tres figuras, por lo que ellos representaban, su
función simbólica: los sabios de Oriente representaban a las naciones del mundo.
Ellos fueron los primeros frutos de las naciones gentiles que vinieron a rendir
homenaje al Señor. Ellos simbolizan la vocación de todos los hombres a la única
Iglesia de Cristo.
Con esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más universal:
Dios deja de manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a
conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos
los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda
tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de
Dios abraza a todos.
Este misterio fue fuente permanente de admiración para san Pablo. En la
segunda lectura de la misa (Ef 3, 2-6) habla de este misterio, oculto desde
generaciones pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, “que los paganos
comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se
les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio”.
Recordemos que también nosotros hemos sido “gentiles”. Como san Pedro
recordaba a sus conversos paganos: “Los que en un tiempo no eran pueblo de Dios,
ahora han venido a ser pueblo suyo, han conseguido misericordia los que en otro
tiempo estaban excluidos de ella” (1 Pe 2,10).
En relacin a este llamamiento, san Len Magno, dice “que todas las
naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios
sea conocido no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero”. Y después
una exhortación: “celebremos con gozo espiritual el día que es el de nuestras
primicias y aquel en que comenz la salvacin de los paganos”. Estos sabios de
Oriente representaban los primeros frutos, las primicias (primitiae) de la gran
cosecha de la humanidad.
La Iglesia celebra no precisamente un acontecimiento de otro tiempo, sino la
actividad salvadora que continúa todavía en el mundo. Allí donde se predica el
evangelio y las gentes son atraídas a la fe en Cristo, se realiza el misterio de la
epifanía. Y todos nosotros compartimos este trabajo de llevar a otros a Cristo.
Todos deberíamos ser “servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a
Cristo”.
II
Los Tres Reyes Magos representan la manifestación de Jesucristo, Dios y
Señor de todos los hombres, a todas las razas. Por eso la fiesta que recuerda la
visita de los Reyes al Dios-Hombre, al Rey de Reyes, se denomina “Epifanía”, que
significa “manifestacin”.
Dios-Padre ha inscrito en el corazón de todos los seres humanos el deseo de
buscarle. Y Dios responde a ese anhelo que hay en cada uno de nosotros Sus
creaturas. Y responde, mostrándonos cómo es El y cuál es el camino para llegar a
El, con Su Hijo Jesucristo, que se hace hombre, y nace y vive en nuestro mundo.
(Cfr. Juan Pablo II, En el umbral del Tercer Milenio).
Jesucristo es la respuesta de Dios a nuestra búsqueda de El. Es el Salvador
del género humano. Es el “Rey de Reyes”. Es el Dios humanado, el Dios-Hombre.
Eso lo supieron los Reyes que vinieron de oriente hacia Belén, buscándolo.
Dios se les reveló de alguna manera para estimularlos a realizar un largo viaje, no
exento de muchas dificultades, cada uno desde su sitio de origen.
Después de muchas vicisitudes, llegaron “al lugar donde estaba el Nio”. Allí
volvieron a ver “la Estrella y se llenaron de inmensa alegría” (Mt. 2,10).
“Vieron al Nio que estaba con María Su Madre y postrándose, le adoraron”
(Mt. 2, 11). Es decir, al llegar ante la presencia de Dios-hecho-Hombre, caen
postrados ante tal majestad y grandeza.
"Y postrándose le adoraron" (Mt 2,11). Si en el Niño que María estrecha
entre sus brazos los Reyes Magos reconocen y adoran al esperado de las gentes
anunciado por los profetas, nosotros podemos adorarlo hoy en la Eucaristía y
reconocerlo como nuestro Creador, único Señor y Salvador.
"Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt
2,11). Los dones que los Reyes Magos ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera
adoración. Por medio del oro subrayan la divinidad real; con el incienso lo
reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al ofrecerle la mirra celebran al
profeta que derramará la propia sangre para reconciliar la humanidad con el Padre.
Hoy nosotros ofrezcamos al Señor el oro de vuestra existencia, o sea la
libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; elevemos hacia
Él el incienso de nuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrezcámosle
la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha
amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota.
Desechemos de nuestra vida todo o que nos oprime… Adoremos slo a
Cristo: Él es la Roca sobre la que hemos de construir vuestro nuestra vida, nuestra
familia y un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente
del perdón y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros
de la familia humana.
"Se retiraron a su país por otro camino" (Mt 2,12). El Evangelio precisa que,
después de haber encontrado a Cristo, los Reyes Magos regresaron a su país "por
otro camino". Tal cambio de ruta puede simbolizar la conversión a la que estamos
llamados los que somos discípulos de Jesús para convertirnos en los verdaderos
adoradores que Él desea (cfr. Jn 4,23-24). Esto conlleva la imitación de su modo de
actuar transformándose, como escribe el apóstol Pablo, en una "hostia viva, santa,
grata a Dios". Añade después el apóstol de no conformarse a la mentalidad de este
siglo, sino de transformarse por la renovación de la mente, "para que sepan
discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta" (cfr. Rom 12,1-2).
Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno
es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia. Es urgente ser testigos
del amor contemplado en Cristo. La Iglesia necesita auténticos testigos para la
nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el
encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a
los demás. La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo
los santos pueden renovar la familia, los pueblos y la humanidad.
Que María, "mujer eucarística" y Madre de la Sabiduría, nos ayude en
vuestro caminar, ilumine nuestra vida y nos enseñe a amar lo que es verdadero,
bueno y bello. Que Ella nos conduzca a su Hijo, el único que puede satisfacer las
esperanzas más íntimas de la inteligencia y del corazón del hombre.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)