Domingo Tercero de Cuaresma, Ciclo B
Ex 20,1-17; Sal 18,8.9.10.11; 1
1Cor 1,22-25; Juan 2,13-25
Al leer el pasaje de los mercaderes del Templo de Jerusalén (Jn. 2, 13-25),
los cuales fueron expulsados por Jesús a punta de látigo, las mesas de los
cambistas volteadas y las monedas desparramadas por el suelo, tenemos que
pensar qué nos quiere decir hoy a nosotros el Señor con este incidente. Y, sobre
todo, cuando nos dice: “no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Puede
estarse refiriendo a ese mercadeo y comercio, repugnante y dañino, que con mucha
frecuencia usamos en nuestra relación con Dios, concretamente en nuestra forma
de pedirle a Dios.
Si pensamos bien en la forma en que oramos ¿no se parece nuestra oración
a un negocio que estamos conviniendo con Dios? “Yo te pido esto, esto y esto, y a
cambio te ofrezco tal cosa?” Cuántas veces no hemos orado así? A veces también
nuestra oración parece ser un pliego de peticiones, con una lista interminable de
necesidades -reales o ficticias- sin ofrecer nada a cambio. A ambas actitudes puede
estarse refiriendo el Señor cuando se opone al mercadeo en nuestra relación con El.
Fijémonos que en este pasaje del Evangelio los judíos “intervinieron para
preguntarle „qué seal nos das de que tienes autoridad para actuar así?‟”. Y, a
juzgar por la respuesta, al Señor no le gustó que le pidieran señales
Y nosotros? No pedimos también seales? “Dios mío, quiero un milagro”,
nos atrevemos a pedirle al Seor. “Seor, dame una seal”. Más aún: cmo nos
gusta ir tras las señales extraordinarias! Estatuas que manan aceite o que lloran
lágrimas de sangre, que cambian de posición, etc., etc.
Estos fenmenos extraordinarios pueden venir de Dios … o pueden no venir
de Dios. Cuando no vienen de Dios sirven para desviarnos del camino que nos lleva
a Dios, pues lo que pretende el Enemigo es que nos quedemos apegados a esas
señales y que realmente no busquemos a Dios, sino que vayamos tras esas
manifestaciones extraordinarias, sean aceite, sangre, lágrimas, escarchas, cambios
de posición, etc., como si fueran Dios mismo.
Escarchas, lágrimas, fenómenos extraordinarios -cuando son realmente de
origen divino- son signos de la presencia de Dios y de su Madre en medio de
nosotros. Son signos de gracias especiales que sirven para llamarnos a la
conversión, al cambio de vida, a enderezar rumbos para dirigir nuestra mirada y
nuestro caminar hacia aquella Casa del Padre que es el Cielo que nos espera, si
cumplimos la Voluntad de Dios aquí en la tierra.
Y esas señales son justamente para ayudarnos a que nos acerquemos a Dios.
Pero ¿en qué consiste ese acercamiento? ¿En seguir buscando fenómenos
extraordinarios? ¿En entusiasmarnos con esas señales como si éstas fueran el
centro de la vida en Dios? No. El acercarnos a Dios consiste en que cumplamos su
Voluntad, y en que nos ciñamos a sus criterios, a sus planes, a sus modos de ver
las cosas.
Pero ¿qué sucede con demasiada frecuencia? ... Sucede que, a pesar de
estas señales, seguimos apegados a nuestra voluntad -y no a la de Dios-, a
nuestros criterios -y no a los de Dios-, a nuestros modos de ver las cosas -y no a
los de Dios.
No podemos quedamos en lo externo, en lo que podemos ver y palpar con
los sentidos del cuerpo. No podemos seguir buscando estos fenómenos por todas
partes, como si fueran el centro de la cuestión, pues el centro de la cuestión es
otro: es buscar la Voluntad de Dios para cumplirla a cabalidad... y así no correr el
riesgo de ser expulsados de la Casa del Padre para siempre.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)