Domingo Cuarto de Cuaresma, Ciclo B
2Crón 36,14-16. 19-23; Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6;
Ef 2,4-10; Jn 3,14-21
Uno de los símbolos preferidos de san Juan: Cristo es la Luz, el que le sigue
no anda en tinieblas.
Este motivo de la luz -como también el otro, la serpiente/cruz- lo tenemos
que relacionar decididamente con la celebración de la Vigilia Pascual, donde la luz
va a ser uno de los gestos simbólicos fundamentales para comprender y celebrar el
Misterio de la Pascua. La progresiva iluminación a partir del Cirio Pascual, y la
presencia de este símbolo a lo largo de toda la cincuentena, es un modo expresivo
de significar la Nueva Vida de Cristo, comunicada esa noche a los cristianos.
Pero también hay que aterrizar en la otra vertiente del símbolo: no sólo
Cristo es “Luz Pascual”, sino que todos los cristianos somos invitados a convertirnos
en “hijos de la luz”. Pablo nos ha dicho que Dios nos hace nacer con Cristo en la
Pascua para que nos dediquemos a las buenas obras. Un cristiano es el que no sólo
está bautizado (y ya en la celebración del Bautismo juega un papel importante el
simbolismo de la vela y la luz), sino que intenta vivir asociado a Cristo Resucitado,
en su nuevo modo y estilo de vida. En medio de un mundo desorientado, medio en
tinieblas, el cristiano -la comunidad entera- se compromete en cada Pascua a ser
luz.
El tiempo de Cuaresma, por tanto, nos prepara para celebrar la fiesta de la
Resurrección de Cristo, pero no como un acontecimiento puramente personal de
Jesús, sino como un misterio que nos afecta a todos y cada uno de los creyentes.
Las dos últimas lecturas de hoy pueden ayudarnos a comprender lo que
significa que nosotros resucitaremos.
San Pablo insiste en que los aspectos esenciales de la resurrección ya se han
realizado para los creyentes. Resucitar es creer en Cristo y vivir conforme a esta fe.
De un modo parecido, San Juan nos habla de que, quienes creen en Cristo muerto y
resucitado, elevado en la cruz y elevado por la glorificación, tienen ya la vida
eterna. Se trata de algo que ya está aquí y ahora actúa eficazmente en el corazón
de los creyentes.
En efecto, quienes creen en Cristo, tienen vida eterna, no son condenados,
alcanzan la salvación. Y, en consecuencia, deben llevar una vida conforme a su
condición de resucitados: “realizan la verdad”. En cambio, quienes no creen y no
realizan la verdad, “ya están condenados”.
Es ésta una excelente tarea cuaresmal. Creer que, en Cristo, Dios ya nos ha
resucitado, y vivir de modo totalmente coherente con esta existencia resucitada.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)