Domingo Segundo
Hech 4,32-35; Sal 117,2-4. 16ab-18. 22-24;
1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31
El primer día de la semana, y de nuevo el día octavo, o sea, siempre en
domingo, la comunidad apostólica experimentó la presencia de su Señor, primero
sin Tomás y luego con él, y "se llenaron de alegría". El Señor les dio su Espíritu, les
envió como el Padre le había enviado a El, les dio el encargo de la reconciliación ("a
quienes perdonéis los pecados...").
Hoy la liturgia apunta claramente a la realidad del domingo cristiano. Nosotros
nos gozamos de la presencia y la donación de Cristo que se hace nuestro alimento
en cada Eucaristía.
En efecto, el domingo, la Pascua semanal, es el día en que Cristo Resucitado,
presente en nuestra vida los siete días de la semana, nos muestra su cercanía de
un modo especial. Como a los apóstoles, nos da su Espíritu, nos comunica su paz,
nos envía a anunciar la reconciliación y alaba nuestra fe...
Nuestra reunión eucarística dominical es algo más que cumplir un precepto o
satisfacer unos deseos espirituales. Hoy podemos redescubrir el valor y sentido a
nuestro domingo.
Desde aquel primer domingo, ¡cuántos y cuántos domingos los cristianos nos
hemos ido reuniendo! Si los contásemos, ¡qué cifra tan alta nos saldría! Años y
años, siglos y siglos, hasta hoy, hasta este domingo…, y hasta todos los domingos
que vendrán en el futuro.
Y todos estos domingos, los cristianos reunidos hemos sentido que el Señor nos
daba su paz, nos afirmaba el corazón. Y nos enviaba a ser testigos da una vida
distinta, su misma vida, la vida que se fundamenta en el amor más profundo a todo
hombre y a toda mujer, aunque eso cueste, aunque eso lleve a la cruz. Y nos daba
su Espíritu, su mismo Espíritu que es el que nos da la vida. Y nos hacía portadores
de su perdón, de su misericordia inagotable.
Y eso, a pesar de las dudas y las incertidumbres. Porque ya desde el inicio, ya
desde el primer día, el encuentro con Jesús es un encuentro que choca con las
dudas incluso de sus amigos más íntimos. La Historia de Tomás es nuestra misma
historia. Y no pasa nada. Jesús lo entiende perfectamente, y continúa
acercándosenos a pesar de nuestras dudas. Y nos anima a creer, como animó a
Tomás el domingo siguiente de aquel primer domingo. De este encuentro con el
Señor resucitado, los apóstoles sacaron la fuerza para vivir y transmitir el gozo del
Evangelio, la gran noticia de Jesús. De aquí nació la primera comunidad de
creyentes, que es nuestra misma comunidad.
¡Cuán potente, cuán transformador fue para ellos este encuentro con el Señor,
este encuentro de cada domingo! Precisamente, la primera lectura de hoy nos hace
poner los ojos en aquella comunidad que empezaba, aquella comunidad que es
como un espejo para nosotros. Y ciertamente que verlos a ellos, mirar aquellos
primeros pasos de la comunidad de los creyentes, nos da como una cierta envidia,
nos hace sentir muy poquita cosa, pero al mismo tiempo, nos debe hacer desear
con muchas ganar acercarnos tanto como podamos a su manera de vivir.
Ellos, nos decía la lectura, pensaban y sentían lo mismo y los que eran
propietarios ponían sus bienes a disposición de la comunidad y de los pobres. Y así,
porque hacían eso, eran bien vistos por todo el mundo. Hacían eso y, además, los
apóstoles anunciaban la buena noticia con muchos milagros, con señales que daban
vida, salud, esperanza a los que más lo necesitaba, como había hecho Jesús.
Nuestro encuentro con el Señor resucitado nos debería llevar, a nosotros
también, a hacer de nuestras comunidades un lugar en el que los que tienen ponen
su bienes al servicio de los que no tienen, y donde todos hacen los “milagros”
(digámoslo así) que es capaz de hacer: porque todo el mundo puede, de un modo u
otro, dar vida, y salud, y esperanza, a los que la necesitan.
Que durante estos cincuenta días de Pascua, estos días que nos llevarán a
celebrar el don del Espíritu en Pentecostés, vivamos con mucho gozo el encuentro
con el Señor resucitado. Cada uno de nosotros, y todos juntos como comunidad.
II
FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA
DOMINGO 2º. del Tiempo de Pascua
Jn 20,19-31
El Evangelio de este Domingo 2º de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, nos
relata una de las apariciones de Jesús a los Apóstoles, después de su Resurrección.
Las apariciones de Jesús Resucitado a sus Apóstoles antes de su Ascensión al Cielo,
fueron varias. Pero ésta de hoy parece muy importante. No sólo el episodio de
Santo Tomás la hace destacar, sino también que en esa misma ocasión el Señor
instituy el Sacramento del Perdn o de la Penitencia o Confesin. “Reciban el
Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los
que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
En el día en que se recuerda la institución del Sacramento del Perdón de los
pecados, la Iglesia celebra la Fiesta de la Divina Misericordia. También el salmo nos
dice que “La misericordia del Seor es eterna” (Sal. 117).
Esta Fiesta es nueva en la Iglesia, fue solicitada por el mismo Jesucristo a través
de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca de este siglo, quien murió en 1938 a
los 33 años de edad y quien fuera canonizada precisamente en esta Fiesta de la
Divina Misericordia del año 2000. Nos dijo, el siervo de Dios, Juan Pablo HI, el día
de la Beatificacin de esta Santa de nuestros días: “Dios habl a nosotros a través
de la Beata Sor Faustina Kowalska”.
La devoción de la Divina Misericordia ya se ha ido difundiendo bastante en todo
el mundo. Incluye la imagen de Jesús de la Divina Misericordia, la Fiesta, el Rosario
de la Misericordia, la Novena (se inicia cada Viernes Santo y culmina el Sábado
antes de la Fiesta), la Hora de la Gran Misericordia, etc.
Con motivo de este Evangelio y de la Fiesta de la Divina Misericordia, veamos
qué nos ha dicho el Señor sobre la Confesión a través de Santa Faustina Kowalska:
“Cuando vayas a confesar debes saber que Yo mismo te espero en el Confesionario,
sólo que estoy oculto en el Sacerdote. Pero Yo mismo actúo en el alma. Aquí la
miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia. Llama a la Confesión
Tribunal de la Misericordia. Y para acogerse a El no nos pide grandes cosas: sólo
basta acercarse con fe a los pies de mi representante (el Sacerdote) y confesarle
con fe su miseria ... Aunque el alma fuera como un cadáver descomponiéndose (es
decir, muerta y descompuesta por el pecado) y que pareciera estuviese todo ya
perdido, para Dios no es así ... ¡Oh! ¡Cuán infelices son los que no se aprovechan
de este milagro de la Divina Misericordia!”
Dios le dijo a Santa Faustina Kowalska?:
“Habla al mundo de mi Misericordia, para que toda la humanidad conozca la
infinita Misericordia mía. Es la señal de los últimos tiempos. Después de ella vendrá
el día de la justicia. Todavía queda tiempo... Antes de venir como Juez justo, abro
de par en par las puertas de mi Misericordia. Quien no quiera pasar por la puerta de
mi Misericordia, deberá pasar por la puerta de mi Justicia”.
Dios es infinitamente Misericordioso, pero también infinitamente Justo. Su
Justicia y su Misericordia van juntas. Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo
nos hace saber que por el momento, para nosotros, tiene detenida su Justicia para
dar paso a su Misericordia.
No nos castiga como merecemos por nuestros pecados, ni castiga al mundo
como merecen los pecados del mundo, sino que nos ofrece el abismo inmenso de
su Misericordia infinita.
El deseo de Dios es que todos nos abramos a su misericordia: el Señor sobre la
Fiesta de hoy nos ha dicho: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y
amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores... Ese día
derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi
Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el
perdón total de las culpas y de las penas... Que ningún alma tema acercarse a Mí,
aunque sus pecados sean como escarlata” (o sea, muy graves o muy feos).
Para recibir las gracias otorgadas este Día de la Divina Misericordia, es necesario
recibir la Eucaristía y haberse confesado, condición para recibir el perdón total de
las culpas y de las penas, que son consecuencia de nuestros pecados. No dudemos
como Tomás, acudamos al amor y la misericordia divina. Dios te espera en esta
pascua… Tú tienes la respuesta…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)