Domingo Quinto de Pascua, Ciclo B
Hech 9,26-31; Sal 21,26b-27. 28 y 30. 31-32;
1Jn 3,18-24; Jn 15,1-8
El domingo pasado nos encontramos con Jesús Resucitado con la imagen del
Buen Pastor, nos hacía conciencia de que no estamos solos, el nos ama, da la vida
por las ovejas; el nos conoce y quiere que sus ovejas lo conozcan a Él; el buen
Pastor está vivo, quiere actuar como pastor en cada uno de nosotros como padre,
madre, catequista…; hoy Jesús se nos presenta como la “verdadera vid” a la que
debemos estar fuertemente unidos. Entre él y nosotros hay una gran y auténtica
comunión desde el día de nuestro bautismo; El quiere y debe circular como la sabia
circula de las raíces, al tronco y de este a las ramas, a las hojas, alas flores, a los
frutos…
Ciertamente la parábola de la vid y los sarmientos es muy acertada para
transmitir esta idea. Nosotros, los sarmientos, no podemos vivir sin la comunión
con la verdadera vid, mientras que la verdadera vid, si se la poda de los sarmientos
inútiles, saca otros nuevos y puede emprender un gran impulso de vida.
Nosotros, sarmientos, no podemos vivir, no podemos tener vida, sino unidos, en
comunión con la Vid. Jesús, la verdadera vid, nos dice sin mi vosotros no podéis
hacer nada.
Pero esta comunión no es solo con Jesús, sino que al mismo tiempo implica la
comunión de unos con otros, como viven las ramas una con otras en una vid...
Jesús es nuestro nexo de comunión, con él y entre nosotros.
Pensar que vivimos en comunión con Jesús, sin la comunión con nuestros
hermanos es un desatino, es falta de fe y conciencia de los que somos con Jesús.
Pero ni esta comunión, aunque ya esté, pero todavía no con Jesús y nuestros
hermanos no aparece por arte de magia o como por un hechizo, sino que pide
esfuerzo. Por eso es necesario que el labrador, Dios Padre, siga teniendo cuidado
de su viña. Y nosotros debemos ser sarmientos esforzados, vivos, unidos y activos
de cara a Jesús y a nuestros hermanos para ser hombre y mueres, jóvenes, niños y
niñas productivos.
Por lo tanto, conseguir la comunión con Jesús pide de nosotros que tengamos
espacios, tiempo y lugar para esa comunión.
La oración es un canal o medio privilegiado para mantener la comunión con
Jesús y con nuestros hermanos; sí, en la oración tanto individual como colectiva se
nos manifiesta Jesús con toda su vida y su fuerza. Nos lo dice hoy Jesús bien claro:
“Permaneced en mi, y yo en vosotros”. La oración, por tanto, es un alimento para
nuestra comunión con él y con nuestros hermanos
“Pedid lo que deseáis, y se realizará”. Por lo tanto, recordemos hoy y
comprometámonos comunitariamente en saber encontrar lugares y momentos, a lo
largo del día, de la semana y de los meses, para tener espacios de oración que nos
alimenten en la comunión con Jesús. Pidamos por la intercesión de María nuestra
Madre que a través de esta Eucaristía, El Señor nos ayude a mantenernos bien
unidos a Jesús viviendo en un solo corazón y en una sola alma…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)