La Ascensión del Señor
Hecho 1,1-11; Sal 46,2-3. 6-7. 8-9;
Ef 1,17-23; Mc 16,15-20
La Resurrección, la Ascensión y Pentecostés son aspectos diversos del misterio
pascual. Si se presentan como momentos distintos y se celebran como tales en la
liturgia es para poner de relieve el rico contenido que hay en el hecho de pasar
Cristo de este mundo al Padre. La Resurrección subraya la victoria de Cristo sobre
la muerte, la Ascensión su retorno al Padre y la toma de posesión del reino y
Pentecostés, su nueva forma de presencia en la historia. La Ascensión no es más
que una consecuencia de la resurrección, hasta tal punto que la Resurrección es la
verdadera y real entrada de Jesús en la gloria. Mediante la resurrección Cristo entra
definitivamente en la gloria del Padre.
Hoy en esta celebración de la Ascensión del Señor al cielo, el Señor nos dice:
“Levanten el corazn”, y subamos con él, con corazón íntegro, según lo que enseña
san Pablo: Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba donde está
sentado Cristo a la derecha del Padre; gusten las cosas de arriba, no las de la tierra
(Col 3,1-2); es decir, orienten hacia el cielo todo lo que tienen y todo lo que hacen:
mantengan el deseo de la estar en el cielo, donde está nuestro Pastor resucitado.
Aquí la esperanza, allá la realidad. Cuando tengamos la realidad allá, no habrá
esperanza ni aquí ni allí; no porque la esperanza carezca de sentido, sino porque
dejará de existir ante la presencia de la realidad. Recordemos también lo que dijo el
Apóstol acerca de la esperanza: Hemos sido salvados en esperanza. Mas la
esperanza que se ve no es esperanza, pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Pero si
esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos (Rom 8,24-25).
Así por ejemplo, si alguien espera tomar mujer es porque aún no la tiene. Pues
si ya la tiene, ¿qué espera? Se casa efectivamente con la mujer con la que
esperaba hacerlo y no esperará ya más tal cosa. La esperanza llega a su término
felizmente, cuando se hace presente la realidad. Todo peregrino espera llegar a su
patria; hasta que no se vea en ella, seguirá esperándolo; más una vez que haya
llegado, dejará de esperarlo.
A la esperanza le sucede la realidad. La esperanza llega felizmente a su término
cuando se posee lo que se esperaba. Por tanto, amadísimos, acaban de oír la
invitación a levantar el corazón; al mismo corazón se debe el que pensemos en la
vida futura. Vivamos santamente aquí para vivir allí.
Vean cuán grande fue la condescendencia de nuestro Señor. Quien nos hizo
descendió hasta nosotros, puesto que habíamos caído de él. Pero, para venir a
nosotros, él no cayó, sino que descendió. Por tanto, si descendió hasta nosotros,
nos elevó. Nuestra Cabeza nos ha elevado ya en su cuerpo; adonde está él le
siguen también los miembros, puesto que adonde se ha dirigido antes la Cabeza
han de seguirle también los miembros. Él es la Cabeza, nosotros los miembros. Él
está en el cielo, nosotros en la tierra. ¿Tan lejos está de nosotros? De ningún modo.
Si te fijas en el espacio está lejos; si te fijas en el amor está con nosotros.
En efecto, si él no estuviera con nosotros, no hubiera dicho en el evangelio: “Yo
estaré con ustedes hasta la consumación del mundo” (Mt 28,28). Si él no está con
nosotros mentimos cuando decimos: “El Seor esté con vosotros”. Tampoco
hubiera gritado desde el cielo cuando Saulo perseguía, no a él, sino a sus santos, a
sus siervos, o, para usar un término más familiar, a sus miembros: Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues? (Hch 9,4). He aquí que yo estoy en el cielo y tú en la tierra
y entre los perseguidores. ¿Por qué dices me? Porque persigues a mis miembros,
mediante los cuales, yo estoy aquí. En efecto, si se pisa a alguien el pie, no se calla
la lengua. Así, pues, aquel por quien fue hecho el cielo y la tierra descendió a la
tierra por aquel que hizo de la tierra y elevó a la tierra de aquí al cielo. Esperemos,
por tanto, para el final lo que ya nos ha anticipado él. Él nos dará lo prometido;
tenemos esa certeza porque nos dejó una garantía. Escribió el evangelio; nos dará
lo prometido. Más es lo que nos ha dado ya. ¿Acaso vamos a pensar que no nos
dará la vida futura quien ya nos dio su muerte?... Caminemos confiados hacia esa
esperanza porque es veraz quien ha hecho la promesa; pero vivamos de tal manera
que podamos decirle con la frente bien alta: “Cumplimos lo que nos mandaste,
danos lo que nos prometiste” 1 .
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)
1 San Agustín, Sermón 395