PENTECOSTÉS
Hech 2,1-11; Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34;
1Cor 12,3b-7. 12-13; Jn 20,19-23
Celebramos hoy el domingo de Pentecostés. Hoy es la fiesta de la FUERZA DE
DIOS, de aquella fuerza que no ha permitido que Cristo fuera abandonado entre los
muertos, ni que su carne experimentase la corrupción. Es LA FUERZA DE LA
PASCUA DE JESUCRISTO. Y esta fuerza ha sido derramada con profusión por
Jesucristo Resucitado sobre los discípulos. Este es el sentido de la fiesta de hoy que
cierra el tiempo pascual: la efusión del Espíritu Santo en la Iglesia, para que
seamos testigos claros y convincentes de Jesucristo en medio de la humanidad.
Grata es para Dios esta solemnidad en que la piedad recobra vigor y el amor
ardor, como efecto de la presencia del Espíritu Santo, según enseña el Apóstol al
decir: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones mediante el
Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom, 5,5). La llegada del Espíritu Santo
significó que los ciento veinte hombres reunidos en el lugar se vieron llenos de él.
Desde la tarde de la Resurrección a la mañana de Pentecostés, el efecto de la
resurrección de Jesús es permanente: dar, comunicar su Espíritu.
Por eso podemos decir que siempre es Pascua de Resurrección y siempre es
Pentecostés. Con el “don” del Espíritu de Jesucristo resucitado podemos decir que
Dios es definitivamente el “Emmanuel”, el Dios-con-nosotros. Y donde está el
Espíritu, está también el Padre y el Hijo.
Podríamos preguntarnos hoy, nosotros que somos la comunidad que vivimos y
creemos en el Espíritu de Jesús resucitado, por nuestros miedos. Miedo porque
quizás somos pocos; miedo porque parece que en nuestra sociedad vamos
perdiendo influencia; miedo porque no vemos el camino claro… ¡Como si no
tuviéramos la fuerza del Espíritu!
Nosotros por el bautismo y la confirmación hemos recibido el Espíritu para una
vida nueva. No la del hombre egoísta y pecador, sino la que valora y vive aquello
que no pasará nunca. Nosotros, por el bautismo y la confirmación, nos hacemos
portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y trabajamos para que de
hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el pueblo de Dios que es
templo del Espíritu.
“Se llenaron todos de Espíritu Santo”. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de
Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que sopla donde quiere. Y la
comunidad está reunida, y está reunida “en compañía de algunas mujeres, de
María, la madre de Jesús”. La comunidad reunida en oracin, y “con María la madre
de Jesús”. Estos son aspectos fundamentales de todo grupo cristiano si quiere ser
una comunidad que experimente y viva del Espíritu: comunidad que reza, y en la
que “María la madre de Jesús” está muy presente.
Nuestro bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el
mismo de Pentecostés; la Eucaristía es acción del Espíritu Santo que nos reúne, nos
comunica y hace entender la Palabra, y hace que la Palabra se haga Pan que
alimenta, y nos envía a hacer las obras que el Padre quiere en favor de los
hermanos.
Todos nosotros somos testigos de cómo el Espíritu nos va transformando,
personal y comunitariamente; cómo el Espíritu va suscitando hombres y mujeres
que luchan para la transformación de nuestro mundo.
“Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu”. Por eso el
misterio de Pentecostés está actuando siempre. Es el Espíritu que nos da la fe por
la que confesamos que “Jesús es Seor”. Es el Espíritu que nos congrega y nos
hace una comunidad, la Iglesia. Es el Espíritu que suscita múltiples carismas,
servicios, dones, regalos, ministerios, al servicio de la comunidad. El Espíritu es el
que hace posible que siendo muchos, y teniendo distintas maneras de pensar y
actuar, sepamos amarnos y ser “uno”. El Espíritu Santo nos hace superar todas las
divisiones, fruto del pecado, y salta todas las barreras sociales, de raza, de religión.
El Espíritu Santo es la única bebida que da la Vida de Dios.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)