Solemnidad de la Santísima Trinidad
I
Esta Solemnidad de la Santísima Trinidad nos sitúa en el misterio del Dios
Revelado por Jesucristo: ante nuestro Dios que llamamos Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Nos es familiar desde pequeños el nombrar a la Trinidad; no puede ser de
otra forma, pues desde pequeños fuimos Bautizados en el Padre, el Hijo y. el
Espíritu Santo (Mt 28, 16-20).
Así, todos somos conscientes de que el Señor está con nosotros: en él somos,
en él vivimos y en Él existimo. Por el bautismo hemos sido habitados por la
trinidad, entramos en una íntima comunión con el Padre de Jesucristo, en el
Espíritu Santo. En efecto, por el bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo” hemos quedado situados en el interior de este juego denso del amor
de Dios hacia sí mismos, en el que somos amados los hombres.
Por eso hoy podemos decir con el corazón, como enseña san Agustín: Señor y
Dios mío, en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Oh Dios, Uno y Trino, tú no dirías
la Verdad: Id, bautizad a todos los pueblos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo (Mt 28,19), si no fueras Trinidad; tú eres la Trinidad en quien creo, a
quien amo y quien espero.
Quizá no podemos tener un gran discurso sobre este misterio, pero sí está al
alcance de todos nosotros tener, desde la fe, la experiencia de acercarnos al Padre,
como el hijo se acerca a su padre de la tierra; vivir la amistad de amigos y
hermano con Jesús, y descubrir la voz del Espíritu que nos habla en el corazn…
Mientras vivimos aquí en la tierra dejémonos guiar por el Espíritu de Dios, pues
somos hijos de Dios... Y si somos hijos de Dios también somos herederos de Dios y
coherederos con Cristo” (Rm. 8, 14-17). La clave está en dejarnos guiar por el
Espíritu Santo; es decir, en ser perceptivos, dóciles y obedientes a sus
inspiraciones, que siempre nos llevan a buscar y cumplir la Voluntad de Dios. El nos
irá haciendo semejantes al Hijo. El Hijo nos dará a conocer al Padre y así seremos
herederos con El, “para ser glorificados junto con El”.
Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios
y de nosotros entre sí, tal como el Hijo rogó al Padre antes de su Pasión y Muerte:
“Que sean uno como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y
alcanzarán la perfeccin de esta unidad” (Jn. 17, 21-23).
Que al meditar la profundidad del Misterio Trinitario, podamos vivir lo que
repetimos al comienzo de cada Misa: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor
del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros, y podamos
también comenzar a vivir la unión de nosotros con la Santísima Trinidad y de
nosotros entre sí.
Al respecto, san agustín, nos alecciona qué hacer ante el misterio trinitario: Fijé
mi atención en esta regla de fe; te he buscado según mis fuerzas y en la medida en
que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe,…Seor
y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje
de buscarte; que busque siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la
búsqueda, tú que hiciste que te encontrara… Ante ti está mi firmeza y mi debilidad;
sana ésta, conserva aquélla. Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres,
recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de ti, te
comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones...
Hermanos, cuando arribemos a su presencia, cesarán estas muchas cosas que
ahora hablamos sin entenderlas, y Dios uno y Trino permanecerá todo en todos, y
entonces modularemos un cántico eterno, alabándole a un tiempo todos unidos en
Él (Cfr. La Trinidad XV, 28, 51).
II
La Santísima Trinidad es el misterio de un sólo Dios en Tres Personas. El hombre
debe inclinarse con respeto ante ese misterio sublime y creerlo sin procurar
profundizarlo, porque se halla por encima de la luz de su razón.
La Santísima Trinidad es el misterio fundamental de nuestra religión. En su
nombre hemos sido bautizados. La señal de la cruz nos la recuerda, y el sacerdote,
en el altar, la invoca para iniciar y terminar todas sus oraciones. En su nombre
somos absueltos en el tribunal de la penitencia, y en su nombre, se renueva todos
los días, en nuestros altares, el sacrificio del Calvario.
La Santísima Trinidad es, además, prenda de nuestra felicidad eterna: Dios
mismo será nuestra recompensa si hemos guardado su ley.
Dios es el tres veces santo: Santo, Santo, Santo, es el Señor, Dios de los
ejércitos. Llenos están los cielos y la tierra de su gloria. Este Dios tres veces santo,
es el Padre, que nos ha creado, el Hijo que nos ha redimido, el Espíritu Santo, que
nos ha santificado con las gracias que nos concede todos los días. Respuesta del
creyente es luchar incansablemente por guardar en el alma su semejanza o
imagen, a fin de que, un día, nos reconozca y reinemos con Él en la eternidad.
Nuestra profesin de fe comienza por Dios, porque Dios es “el Primero y el
Ultimo” (Is 44, 6), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre,
porque el Padre es la Primera Persona divina de la Santísima Trinidad; nuestro
símbolo se inicia con la creación del Cielo y de la Tierra, ya que la Creación es el
comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios1.
Por otra parte, los cristianos somos bautizados en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo, y no en los nombres de éstos, pues no hay mas que un
solo Dios, el Padre todopoderoso, y su Hijo Único, y el Espíritu Santo: la Santísima
Trinidad2.
Por esto, el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de
la vida cristiana. El misterio de la Trinidad es la fuente de todos los otros misterios
de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en
el orden de las verdades de fe3.
1 CIgC 198
2 CIgC 233
3 Cfr. CIgC 234
El Misterio trinitario exige que los fieles crean en Él, lo celebren y vivan de él en
una relación viviente y personal con el Dios vivo y verdadero. Esta relación es la
oración4, “un impulso del corazn, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un
grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba como desde
dentro de la alegría”5. En realidad, la oración cristiana es una relación de Alianza
entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu
Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad
humana del Hijo de Dios hecho hombre6.
La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la
justificación que:
- lo hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las
virtudes teologales;
- le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo, mediante
los dones del divino Espíritu;
- le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales7.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el
santo bautismo.
La misión de Cristo y del Espíritu Santo se continúa en el corazón que ora. Por
esto, los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración
litúrgica, que es trinitaria, siempre es oración de la Iglesia, comunión con la
Santísima Trinidad8.
La oración supone la fe en un Dios vivo personal y presente. La oración no es
solo una idea o concepto, es encuentro con una persona; la oración es relación con
el misterio de Cristo; es relación con las Personas divinas.
La oración nos introduce en el misterio de Dios personalmente; a través de
Jesucristo nos introducimos en el mismo misterio de Dios, en el diálogo que tienen
las Tres Personas divinas. Santa Isabel de la Trinidad, al respecto dice:
desaparezcamos en la Trinidad Santa, dejemos trasladarnos al misterio de Dios, el
nos comunicará sus secretos.
Que las presentes oraciones sean un medio para introducirnos en el Misterio
trinitario; sin duda que lo haremos con fe, y desde aquí, Jesús nos comunicará e
introducirá en el Misterio, pues, por Él podemos entrar en Dios y conocer el Misterio
de Dios, Uno y Trino.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)
4 Cfr. CIgC 2558
5 SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, ms. autob. C 25 r
6 Cfr. CIgC 2564
7 Cfr. CIgC 1266
8 Cfr. CIgC 2655