Domingo Séptimo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Is 43, 18-19. 21-22. 24b-25; Sal 40,2-3. 4-5. 13-14;
2 Co 1, 18-22; Mc 2, 1-12
I
En la humanidad entera se respiran ansias de liberación, de arrojar lejos toda
opresión y cualquier forma de esclavitud. Hoy aparece Cristo en el Evangelio de la
Misa' como el único y verdadero libertador. Cuatro amigos conducen a un paralítico
deseoso de verse libre de la enfermedad que lo tiene postrado en la camilla.
Después de incontables esfuerzos para llevarle a donde está Jesús, oyen estas
palabras dirigidas a su amigo: Tus pecados te son perdonados. Es muy posible que
no fueran éstas las que esperaban oír al Maestro ante el enfermo, pero Cristo nos
indica que la peor de todas las opresiones, la más trágica de las esclavitudes que
puede sufrir un hombre, está ahí: el pecado, que no es uno más entre los males
que padecen las criaturas, sino el que reviste mayor gravedad, el único que lo es de
un modo absoluto.
Los amigos que llevaron al paralítico comprendieron que Jesús había
otorgado al amigo postrado el bien más grande: la liberación de sus pecados. Y
nosotros no podemos olvidar la gran cooperación al bien que significa poner todos
los medios para desterrar el pecado del mundo. En muchas ocasiones, el mayor
favor, el mayor beneficio que podemos otorgar a un amigo, al hermano, a los
padres, a los hijos, es ayudarles a que tengan en mucho el sacramento de la
misericordia divina. Es un bien para la familia, para la Iglesia, para la humanidad
entera, aunque aquí en la tierra apenas se enteren unas pocas personas, o
ninguna.
Cristo libera del pecado con su poder divino: ¿Quién puede perdonar los
pecados fuera de Dios? A esto vino a la tierra: Dios, que es rico en misericordia,
movido por el excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por
los pecados, nos dio vida juntamente en Cristo 2. Después de perdonar los pecados
al paralítico, el Señor le curó también de sus males físicos. Este hombre debió de
comprender en esos instantes que la gran suerte de aquel día fue la primera: sentir
su alma traspasada por la misericordia divina, y poder mirar a Jesús con un corazón
limpio.
El paralítico sanó de alma y de cuerpo. Y sus amigos son ejemplo hoy para
nosotros de cómo debemos estar dispuestos a prestar nuestra ayuda para el bien
de las almas -con un apostolado de amistad principalmente, colaborando en
iniciativas apostólicas...- y potenciando el bien humano de la sociedad con todos los
medios a nuestro alcance: en toda obra a favor del bien, de la vida, de la cultura...,
ofreciendo soluciones positivas ante el mal (desde el propio trabajo profesional
hasta el ámbito muchas veces pequeño en el que nos movemos: vecindad,
asociación de padres, parroquia...): cooperando positivamente siempre al bien y
evitando cooperar al mal.
II
“Voy a realizar algo nuevo”. Eso nos promete el Señor por boca del Profeta
Isaías en la Primera Lectura de este Domingo (Is. 43, 18-25). Se refiere a su obra
salvadora. Versículos antes se lee: “Yo soy Yahvé y Yo soy el único Salvador” (Is.
43, 11).
Ese “algo nuevo” lo realiza el Seor realizando su obra de salvacin en cada
uno de nosotros. Nos dice por boca del Profeta que ese “algo nuevo ya está
brotando. Y pregunta: “¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que
corran los ríos en tierra árida”. El desierto y la tierra árida somos nosotros mismos
que, sin Dios, sin aceptar su salvación, sin buscar su perdón por nuestras faltas,
somos así: como tierra reseca y árida, donde no pueden crecer los frutos de la
salvación que Cristo realizó con su vida, pasión, muerte y resurrección.
Cristo en el Evangelio de hoy aparece como el único y verdadero libertador.
Cuatro amigos conducen a un paralítico deseoso de verse libre de la enfermedad
que lo tiene postrado en la camilla. Después de incontables esfuerzos para llevarle
a donde está Jesús, oyen estas palabras dirigidas a su amigo: Tus pecados te son
perdonados. Es muy posible que no fueran éstas las que esperaban oír al Maestro
ante el enfermo, pero Cristo nos indica que la peor de todas las opresiones, la más
trágica de las esclavitudes que puede sufrir un hombre, está ahí: el pecado, que no
es uno más entre los males que padecen las criaturas, sino el que reviste mayor
gravedad, el único que lo es de un modo absoluto.
Ahora bien, la peor parálisis no es la parálisis física, como la del paralítico de
Cafarnaún, como la del jugador de voleibol. La peor es la parálisis espiritual. Por
eso el Señor comienza sanando al paralítico de sus pecados, ya que el pecado nos
hace paralíticos para andar por el camino de la salvación que nos lleva a la Vida
Eterna.
Cristo nos quiere perdonar. Slo nos pide el “sí” de que nos habla San Pablo
en la Segunda Lectura (2 Cor.1, 18-22). Cristo dio su “sí” incondicional y definitivo.
El espera que nosotros también le demos nuestro “sí”, nuestro “amén”, nuestro “así
sea”. Y, como nos recuerda San Pablo, que no estemos dando contramarchas: que
no sea primero “sí” y después “no”, sino que digamos sí y mantengamos nuestro
“sí”.
Esos “no” son nuestros pecados. Y el pecado nos hace paralíticos y nos
impide andar por el camino de la salvación que nos lleva a la Vida Eterna. Pero
Cristo nos quiere perdonar, nos quiere restablecer en el camino de la salvación. El
tiempo es muy propicio. Pronto viene la Cuaresma, esa época especial de
conversión, de arrepentimiento, de perdón, de confesión.
Aprovechemos las gracias o medios salvíficos que, como nos recuerda el
Papa, en la Iglesia Católica existen a plenitud. Entre éstos, la Confesión
Sacramental, que no existe en otras religiones.
¡Qué maravilloso regalo nos dejó el Señor con este Sacramento!
Arrepentirnos, dejar el peso de nuestros pecados en el confesionario… Y sabernos
genuinamente perdonados, cuando el Sacerdote levanta su mano para la
absolución. Igual que Jesús con el paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan
perdonados”.
¿Por qué seguir paralíticos, si Jesús nos espera en el confesionario, para
limpiarnos de pecado y ponernos a andar nuevamente por el camino de la
salvación?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)