Domingo Décimo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Gén 3, 9-15; Sal 129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8;
2 Cor 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35
Trataremos de profundizar en lo que dijo Jesús en el Evangelio, cuando
extendió la mano sobre sus discípulos: éstos son mi madre y mis hermanos. El que
cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y
hermana, y mi madre . La que mejor cumplió la voluntad del Padre fue la Virgen
María, ella dio fe al mensaje divino, concibió por su fe, fue elegida para que de ella
naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, y fue creada por
Cristo antes que Cristo fuera creado en ella.
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre,
y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre
de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo.
Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo
llevó en su seno.
Miren si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y
realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor,
para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden
material, respondió: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y
la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente
la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de
María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y
es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno.
María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la
misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia,
un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un
miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el
cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el
Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos?
Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por
cabeza.
Por tanto, hermanos hermanas, atendamos a nosotros mismos: también
nosotros somos miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de
manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo
seremos madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del
cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que
significa aquí el calificativo que nos da Cristo de “hermanos” y “hermanas”: la
herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar
solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos. (San Agustín
Sermón 25, 7-8: PL 46, 937-938).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)