Domingo Décimo Primero del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Las semillas del Reino
Jesús en su enseñanza, como se sabe, se servia frecuentemente de
parábolas para hacer comprensible a los hombres, generalmente sencillos y
habituados a pensar mediante imágenes, la verdad divina, que El anunciaba.
La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29) subraya que el
reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios que actúa en el
corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su realización definitiva en
la comunión eterna con el Señor
Así, hoy Jesús nos instruye a nosotros para decirnos que el reino de Dios, a
que todos estamos llamados a vivir en él y ser sus herederos, “se parece a un
hombre que sembró su semilla en la tierra” (Mc 4, 26).
En efecto, la tierra y el trabajo de quien la cultiva, se convierten en una
imagen particular de Dios y en la clave para entender su reino. Lo cual es además
una confirmación indirecta, pero muy profunda, de la dignidad del trabajo de la
tierra. Pensemos que para comprender el Evangelio, para comprender qué es el
reino de Dios y la vida eterna, qué es el mismo Cristo, es necesario conocer la
agricultura y el cuidado de los animales del campo. Es necesario saber lo que es la
semilla y la tierra cultivable. Lo que es el sembrador, el papel que tiene la tierra
fértil, el viento y la lluvia.
Esto forma parte del lenguaje y de las imágenes, forma parte de la
comprensión de la Revelación. “El reino de Dios es como un hombre que arroja la
semilla en la tierra, y ya duerma, ya vele, de noche y de día, la semilla germina y
crece, sin que él sepa cómo” (Mc 4, 26–27).
Tenemos ante nosotros a Cristo, el hombre Dios, que siembra su Palabra en
nuestros corazones, que son su tierra. Esta Palabra ha de ser acogida en nuestra
ser, en nuestra vida para que se establezca en nosotros y en nuestra familia el
Reino de Cristo: Él mismo es Luz, lluvia y fecundidad; es amor y paz…Felicidad,
plenitud y Vida eterna; Camino, Verdad, Principio y fin de todo.
Pero El misterio del reino para crezca y produzca sus frutos, no sólo necesita
del trabajo del Sembrador, de la gracia de Cristo, sino también de nuestra
cooperación, de nuestra disponibilidad…Además, la Semilla nos necesita a todos:
sacerdotes y cristianos, para que se desarrolle y crezca en los corazones de
nuestros hermanos.
Jesús es nuestro sembrador y nosotros somos su tierra. Hagamos cuanto
está en nuestro poder para coger la semilla y para presentarla con la mayor
eficiencia posible, con nuestra vida y testimonio a nuestros hermanos; crezcamos
en el poder de la misma Palabra y no nos desanimemos nunca; porque el Evangelio
nos asegura que la semilla crece: “Dios da el crecimiento” (1Cor 3, 7). Pero no
olvidemos que somos “cooperadores de Dios” (v.8).
Hoy es tiempo de sembrar en nosotros y en nuestros hermanos la semilla del
Reino; También es tiempo de crecer en la fe, la esperanza y el amor, es tiempo de
crecer en la gracia y la virtud; mañana será el tiempo de la ciega , al final de la
vida: necesitamos tener frutos para cuando el Señor venga a recoger los frutos, al
final de la vida.
Por tanto, demos la importancia que tiene en nuestra vida el Reino de Cristo
Jesús, pues este en nuestro destino: heredar el reino de Dios, pero comencemos a
vivir en él, de la mano de nuestra Madre de la Soledad, viviendo y caminando,
creciendo en la Semilla, en la Palabra, meditándola, como ella en nuestro corazón,
como un preludio del Reino eterno. Así, pues por María nuestra Reina, digamos con
el corazón, con nuestra voluntad y nuestros labios, con nuestra oración al Padre
“venga tu reino” (Mt 6, 10).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)