Domingo Décimo Cuarto del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Ez 2, 2-5; Sal 122, 1-2a, 2bcd, 3-4;
2 Co 12, 7-10; Mc 6, 1-6
I
A las gentes de Nazaret les pasó lo que a tantos: que lo de Jesús estaba bien, y
había que reconocer su doctrina y sus señales. Pero ¿cómo aceptar su mesianismo
si era un hombre como los demás? Escandaliza que Dios se encarne en Jesús -¡un
hombre de pueblo!- como escandaliza que Jesús se encarne en una Iglesia que, por
humana, ha de ser pecadora.
Esconde Dios su infinitud y oscurece su divinidad, y el hombre, en lugar de
exultar, rechaza la realidad mesiánica porque es un vecino del pueblo cuya
profesión y familia todos conocemos.
Su falta de fe hizo que en Nazaret no ocurrieran maravillas. "Sólo curó a algunos
enfermos" dice con aire resignado el relato. ¿Qué tesoros no hubiera Jesús
aportado a aquellas gentes que tanto amaba, si su razón orgullosa no hubiera
cerrado los corazones a la fe.
Seguro que nosotros actuamos de MODO PARECIDO A AQUELLA GENTE DE
NAZARET que acabamos de escuchar en el Evangelio. Resulta que ellos HABÍAN
CONOCIDO A JESÚS DESDE PEQUEÑO. Era el carpintero, el hijo de María, pariente
de otros vecinos del pueblo. Una persona normal, más o menos como ellos. He aquí
que ahora, después de estar un tiempo fuera, después de un tiempo en que sin
duda habían llegado voces al pueblo de lo que aquel vecino suyo hacía por Galilea,
Jesús regresa a Nazaret, y habla, y transmite su mensaje, y muestra la fuerza de la
misericordia de Dios curando enfermos y creando a su alrededor aquel clima de
vida y de esperanza que él era capaz de crear.
La gente de Nazaret lo ve. Se da cuenta de que por medio de Jesús Dios hace
algo verdaderamente nuevo, verdaderamente renovador.
Pero luego, en vez de llenarse de gozo porque tan cerca de ellos, por medio de
uno de entre ellos, aparece aquel mensaje capaz de cambiar sus vidas, reaccionan
diciendo que aquello no puede ser; que NO PUEDE SER QUE AQUEL A QUIEN HAN
CONOCIDO COMO CARPINTERO TENGA ALGO QUE DECIRLES A ELLOS. Y se pierde
todo lo que Jesús les podía aportar.
¿Por qué actúan así, aquella gente de Nazaret? Yo diría que por varios motivos.
Por ejemplo:
-Un primer motivo puede ser esa especie de sentimiento que todos llevamos
dentro, según el cual NOSOTROS YA SABEMOS TODO…, y nadie nos tiene que
enseñar nada. Cada uno ya tiene su propia manera de ver las cosas, y no tenemos
ningún deseo de hacer el esfuerzo de escuchar a otra gente, de estar atentos a
otras cosas con ganas de ver más claro, con ganas de cambiar las formas de ver y
de actuar, si es que nos damos cuenta que vale la pena hacer este cambio.
-Un segundo motivo puede ser el tener las personas muy clasificadas y tener
muy claro que SEGÚN QUIEN SEA, SEGURO QUE NADA NUEVO NI BUENO
PODREMOS APRENDER DE EL. La gente de Nazaret sabía que Jesús era el
carpintero, y que, por tanto, poco podía decirles. Incluso cuando ven que lo que
dice y hace vale la pena de verdad, piensan que no es posible... En vez de hacer lo
que sería razonable: escuchar lo que dice y lo que hace, y ver si merece la pena
hacerle caso, tanto si el que lo dice es el carpintero como si es el rey, o como si es
un joven.
-Y un tercer motivo podría ser que NO LES INTERESARA ESCUCHAR LO QUE
DECÍA JESÚS, porque su palabra les mostraba un estilo de vida que entrañaba
cambiar cosas en su vida que no tenían ganas de cambiar, y entonces todas las
excusas son buenas para ahorrarse este cambio. A menudo lo hacemos: cuando
vemos que una persona actúa de modo generoso y entregado, y que con esta
manera de actuar pone al descubierto nuestra pereza, rápidamente encontramos
mil motivos para demostrar que lo que aquella persona hace no lo hace de buena
fe, sino por vete a saber qué intenciones ocultas. De igual modo cuando oímos que
alguien dice cosas que son verdad, pero que nos calan y que nos obligaría a
cambiar, también rápidamente encontramos motivos para desacreditarlo a él y a lo
que dice.
Estos podrían ser los motivos de la gente de Nazaret para no hacer caso de
Jesús. Y estos son a menudo también nuestros motivos para poder cerrar
tranquilamente los ojos ante tantas LLAMADAS QUE TAMBIÉN A NOSOTROS NOS
LLEGAN CADA DÍA, POR TANTOS CAUCES, A TRAVÉS DE TANTAS PERSONAS.
Unas llamadas que son, al fin y al cabo, LLAMADAS DE DIOS. Porque Dios, que
se reveló de forma plena en Jesús, sigue manifestándosenos ahora. Y nos señala
caminos, y nos muestra nuevas posibilidades, y nos empuja hacia adelante a través
de esa o aquella persona, de este hecho que nos ha sucedido o de lo que hemos
sabido por el periódico. A nosotros se nos pide que no hagamos como aquella gente
de Nazaret. Que de entrada no cerramos las puertas a nada. Que sepamos valorarlo
todo, que sepamos escuchar todas las llamadas, y que miremos dónde nos habla
Dios. Y que luego sepamos apreciar su llamada y no despreciarla.
II
Esta sentencia que ya pertenece al léxico popular nos viene nada menos que de
Jesucristo. A El le sucedió exactamente eso: no fue aceptado en su tierra. Después
de haber predicado unas cuantas cosas en varios sitios y después de haber
realizado unos cuantos milagros por aquí y por allá en Galilea, Jesús decide volver a
Nazaret.
Nazaret era el pueblo de su Madre, donde El era bien conocido, el sitio donde
había crecido, donde había vivido y trabajado, en el cual tenía su casa, sus
parientes, etc. Y, como era su costumbre, nos dice el Evangelio (Mc. 6, 1-6), un
sábado entró en la Sinagoga y se puso a enseñar.
Pero la gente se preguntaban: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De
dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros?” Y “estaban
desconcertados”. Comentaban: “¿Pero no es éste el carpintero, el hijo de María, el
hermano de Santiago, José Judas y Simón? No les cabía en la cabeza que uno de
allí mismo pudiera saber tanto... ¡mucho menos que fuera el Mesías esperado!
Un paréntesis sobre la palabra “hermanos” y “hermanas”, término que
significaba no solamente hermanos como los entendemos nosotros en nuestro
lenguaje actual, sino que incluía también a primos y parientes…
Jesús responde a los desconcertados nazarenos: “Todos honran a un profeta,
menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Así es... y así fue también
para el Hijo de Dios, el Mesías prometido. Y nos dice el Evangelio que “no pudo
hacer allí ningún milagro”; “sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos,
a los pocos que tenían fe; y Jesús “estaba extrañado de la incredulidad de aquella
gente”.
Es justamente la incredulidad de los suyos lo que le impide obrar grandes
milagros como los que hizo en otras partes, porque Dios usa su omnipotencia en
favor de los que creen. “Tu fe te ha salvado”, solía decir a los que curaba. En
Nazaret, entonces, se limitó a ayudar a los pocos que tenían fe.
¿Por qué actuó así, aquella gente de Nazaret?:
-Un primer motivo puede ser esa especie de sentimiento que todos llevamos
dentro, según el cual nosotros ya sabemos todo …, y nadie nos tiene que enseñar
nada. Cada uno ya tiene su propia manera de ver las cosas, y no tenemos ningún
deseo de hacer el esfuerzo de escuchar a otra gente, de estar atentos a otras cosas
con ganas de ver más claro, con ganas de cambiar las formas de ver y de actuar.
-Un segundo motivo puede ser el tener las personas muy clasificadas y tener
muy claro que según quien sea, seguro que nada nuevo ni bueno podremos
aprender de el. La gente de Nazaret sabía que Jesús era el carpintero, y que, por
tanto, poco podía decirles.
-Y un tercer motivo podría ser que no les interesara escuchar lo que decía Jesús,
porque su palabra les mostraba un estilo de vida que entrañaba cambiar cosas en
su vida que no tenían ganas de cambiar, y entonces todas las excusas son buenas
para ahorrarse este cambio.
Aquí nos podemos ver reflejados nosotros algunas, o muchas veces: cuando
vemos que una persona actúa de modo generoso y entregado, y que con esta
manera de actuar pone al descubierto nuestra pereza, rápidamente encontramos
mil motivos para demostrar que lo que aquella persona hace no lo hace de buena
fe, sino por vete a saber qué intenciones ocultas. De igual modo cuando oímos que
alguien dice cosas que son verdad, pero que nos calan y que nos obligaría a
cambiar, también rápidamente encontramos motivos para desacreditarlo a él y a lo
que dice.
La exhortación es clara: aceptemos a Jesús en nuestra vida son condiciones, no
cerremos los ojos a las llamadas que nos llegan cada día…, a través de las
personas, que nos rodean; llamadas que pueden ser llamadas de Dios. Porque Dios,
que se reveló de forma plena en Jesús, sigue manifestándosenos ahora en medio
de nosotros. Y nos señala caminos, y nos muestra nuevas posibilidades, y nos
empuja hacia adelante a través de esa o aquella persona. Pero no olvidemos que el
Señor siempre está dispuesto a salvar a quienes se dejan salvar, a quienes lo
aceptan como Salvador. Jesús salva a las almas que aprovechan los beneficios y las
gracias de su Redención.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)