Domingo Décimo Sexto del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Jr 23, 1-6; Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6;
Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34
Los doce, de vuelta de su primer envío (de dos en dos) cuentan a Jesús lo que
han hecho. No se nos dice si prevalecían los éxitos o los fracasos. Pero es
interesante que revisen su primera experiencia de pastores junto a Cristo, y en
grupo. El que tiene la tarea pastoral o se dedica al servicio de los demás, necesita
el reposo de la oración, de la contemplación junto a Cristo: reponer fuerzas,
profundizar motivaciones, discernir sus actuaciones.
Y hay un gesto muy humano de Jesús: les invita a descansar, en la soledad. El
también sabe lo que es la fatiga y busca a veces la soledad (en el monte, en el
campo, o de noche). No es bueno el stress , aunque sea espiritual. “No tenían
tiempo ni para comer”. Todos los que trabajan, también por el Reino, necesitan una
cierta serenidad, y equilibrio mental y psíquico.
Otra cosa es que lo consiguieran. Fracasó este intento de retiro espiritual,
porque la gente les siguió agobiando con su presencia.
De nuevo, hoy, las lecturas se prestan a un examen de conciencia que empieza
precisamente por el que está predicando, porque el mensaje va para aquellos que
Cristo ha puesto como pastores en su comunidad. Pero la lección va también para
todos los que trabajan en equipo, con un grado mayor o menor de
corresponsabilidad, para bien del pueblo de Dios o como testigos evangélicos; en
definitiva, también un padre o madre son pastores, no solo como bautizados, sino
también como padres.
No creo que sea violentar la organización de las lecturas el aprovechar lo que
san Pablo afirma de Cristo y aplicarlo a todo aquél que quiere imitarle en su tarea
pastoral: que ha de ser lazo de unión, tender puentes, y facilitar el diálogo. Ser
persona de paz, de reconciliación. Precisamente porque estamos reconciliados por
Cristo, y porque El ha roto murallas y divisiones, debemos saber favorecer la
unidad en la comunidad. Los pastores malos “dispersan” (1. lectura). Los buenos
reúnen, ayudan a superar las muchas divisiones (algunas por motivos bien tontos)
que amenazan siempre a la comunidad eclesial, grande o pequeña.
Una cualidad esencial al buen pastor es su entrega total, su disponibilidad
desinteresada. En contraste con los malos pastores que se buscan a sí mismos,
aparecen hoy esos buenos "aprendices de pastor" que son todavía los apóstoles,
totalmente entregados a su misión, sin tiempo ni para comer: dedican el tiempo a
los demás. Y cuando se les ofrece tiempo para ellos mismos, en el descanso, saben
renunciar a él, siguiendo el ejemplo de Jesús: siguen atendiendo a la gente, con
calma, sin hacerse del rogar. En efecto, la llamada de Jesús para amar y servir en
la Iglesia supone renuncia a los propios planes y horarios. El buen pastor está al
servicio de los demás.
Todos somos un poco pastores al servicio de los demás. La homilía no sólo va
para los pastores, como ministros ordenados. Todos los cristianos, en mayor o
menor grado, y cada uno en su ambiente, tenemos la responsabilidad de ayudar a
los demás, con nuestro testimonio y con nuestra acción: unos padres que educan a
sus hijos en la fe, un joven que da testimonio ante sus amigos, los que forman
parte de los diversos grupos de animación de una parroquia (liturgia, equipo de
aseos...): todos somos misioneros y apóstoles. Las cualidades que aquí aparecían
como exigidas a los pastores, van para cada uno de nosotros. Incluyendo toda clase
de autoridad (también social, económica o política) que podamos tener, y que
debemos interpretar y vivir como servicio, y no como usufructo aprovechado.
El mundo de hoy sigue estando desorientado, "como ovejas sin pastor". Y Cristo
quiere que todos los cristianos ayuden a esta humanidad a encontrar los caminos
de verdad y felicidad, de paz y de verdadero progreso, que todos buscan, en medio
de la maraña de ideologías, promesas, movimientos religiosos y mesianismos que
nos interpelan.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)