Domingo Décimo Séptimo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
2 Re 4, 42-44; Sal 144,10-11. 15-16. 17-18;
Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15
Un pan que nunca se termina, que alcanza a todos. Unos peces que pasan de
mano en mano, y todo el mundo toma cuanto quiere. ¡Qué historia más
sorprendente! Y al mismo tiempo, qué historia más sugerente, qué historia más
expresiva de LO QUE NOSOTROS DESEARÍAMOS QUE SIEMPRE SUCEDIERA: que
nosotros, y todo el mundo, pudiera tener siempre lo que necesita, y lo que anhela,
y lo que le hace feliz. La historia es muy sorprendente, y al mismo tiempo muy
importante.
Aquella multitud que seguía a Jesús, se sentían impresionados y tocados por él,
porque curaba enfermos y le daba un sentido nuevo a todo. Esperaban mucho de
él, y por eso no lo dejaban en ningún momento. Y Jesús, allí, en la montaña, se
dispone a hablarles como siempre hacía: a hacerles ver que todo lo que él hace,
esas actuaciones que tanto les atraen, son signo de que está llegando el Reino de
Dios, de modo que es necesario cambiar el corazón y la vida, y aprender a ser
como Dios espera que seamos los hombres. JESÚS SE DISPONE A HABLARLES,
PERO ANTES SE DA CUENTA DE QUE TODA AQUELLA GENTE NO HA COMIDO, y que
quizá lleva mucho tiempo sin comer. Y de ahí, de esa atención de Jesús para con la
gente, y de lo poco -cinco panes y un par de peces- que traía un muchacho, surge
una comida capaz de alcanzar para todos.
La primera preocupación de Jesús ha sido esta: que todo el mundo coma. Y HA
QUERIDO HACER PARTICIPAR A SUS DISCÍPULOS DE ESTA PREOCUPACIÓN, ha
querido que se preocuparan de buscar comida para la gente, para que se dieran
cuenta de la importancia que eso tenía. Porque sin duda es importantísimo: que
todos tengan lo necesario para vivir. Y del mismo modo que hizo que sus discípulos
se preocuparan por la comida de todos, quiere que nos preocupemos también
nosotros, sus discípulos del siglo XXI. A nosotros, Jesús nos dice: TODO EL MUNDO
DEBE TENER LO NECESARIO PARA VIVIR.
Aquella comida es un signo de todo lo que Jesús ofrece ¿Y que ocurrió entonces,
después de aquella comida? Todo el mundo quedó admirado, y decían: "Este sí que
es el Profeta que tenía que venir al mundo". Y así es: aquel pan inacabable es como
un signo. Lo primero es que todo el mundo pueda tener lo necesario para vivir.
Pero la misión de Jesús, lo que Jesús viene a decir y a hacer, no termina con esto.
EL PAN ES UN SIGNO DE UN BANQUETE MAS PLENO, más definitivo, más para
siempre. Así como para nosotros, por ejemplo, la cena de Nochebuena no es sólo
una comida que hacemos porque tenemos hambre, sino que es signo de fiesta, de
unión familiar, de alegría compartida, lo mismo ocurre con la comida que Jesús
dispuso para la multitud.
Aquella maravilla de pan y de pescado que en un lugar tan lejano se multiplica
sin fin y alcanza para todos, es UN SIGNO DE TODOS LOS ANHELOS, DE TODAS
LAS ESPERANZAS, DE TODOS LOS DESEOS DE LOS HOMBRES, QUE JESÚS, QUE
DIOS, VIENE A LLENAR. Está el anhelo del pan de cada día, y ése es el primero.
Pero luego está el anhelo de unas condiciones de vida dignas, de una cultura, del
respeto para todos. Y después los anhelos de paz, de justicia, de entendimiento
entre los hombres, de solidaridad. Y el anhelo de romper todo lo que nos estropea
por dentro: la envidia, el egoísmo, el afán de imponer siempre nuestros criterios, el
afán de poder y de prestigio. Y muchas cosas más. Y, más allá de todo, el anhelo
de una vida que nunca termine.
Aquel pan repartido llevaba en sí todas estas otras clases de pan. Y nosotros,
¿tenemos hambre, deseamos el alimento completo que aquel pan significaba?
¿Qué buscamos nosotros en Jesús? Porque resulta que, leyendo como termina el
evangelio que hemos escuchado, PARECE MAS BIEN QUE A LA MULTITUD QUE
SEGUÍA A JESÚS LE BASTARA CON EL PAN que Jesús había multiplicado, y no
desearan nada más.
Porque ya lo han oído: Jesús tiene que retirarse rápidamente, porque "iban a
llevárselo para proclamarlo rey". Querían que Jesús mandara, para poner orden y
asegurar que nunca faltase el pan, y listos. Porque claro, todos los demás anhelos,
los demás tipos de pan, no se arreglan con que un señor mande y ya está: son
anhelos que se viven y cultivan por dentro, y no mediante simples leyes y
mandamientos...
Por todo ello, hoy podríamos terminar nuestra reflexión preguntándonos: ¿qué
buscamos nosotros en Jesús? Preguntémonos SI NUESTRAS ÚNICAS
ASPIRACIONES SON LOGRAR QUE LA VIDA NOS FUNCIONE BIEN Y SIN
PROBLEMAS, o si esperamos de él algo más.
Para nosotros, cristianos, la clave de la solidaridad está en la eucaristía, el
misterio y milagro que celebramos ininterrumpidamente y que apenas si
comprendemos y valoramos. Ya no se trata de que Dios multiplique el pan para
darnos de comer, Dios mismo se hace pan en Jesús para ser el alimento que sacia
el hambre de pan y todas las hambres del hombre. La eucaristía es el misterio del
amor y de la solidaridad del Hijo de Dios con los hombres. Es también el signo de la
solidaridad de los hombres entre sí y de todos con Dios. Jesús vino al mundo para
que tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Por eso vino y comenzó por hacerse solidario de los pobres, de los que tiene
hambre y sed, de los que sufren, de los que luchan por la paz, de los que son
perseguidos y marginados. En Jesús, Dios se ha hecho el prójimo de todos los
hombres, para que ningún hombre quede al margen de la solidaridad. Un día
sentenciará que tuvo hambre y sed, y no le dimos pan ni agua. Y no lo hicimos con
Dios, porque no lo hacemos con el vecino, con cualquiera. El que no ama al
prójimo, al que ve, que no diga que ama a Dios, al que no ve.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)