Domingo Vigésimo Primero del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b; Sal 33,2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23; Ef 5, 21-32;
Jn 6, 61-70
Hoy concluimos la lectura del capítulo VI de Juan tratando de hacer nuestras las
palabras del apóstol Pedro: “¿A quién iremos?, Tú tienes palabras de vida eterna”.
Es fácil alabar a Pedro y a los once, pero debe cuestionarnos la actitud de
aquellos que renunciaron al Señor para tratar así de ubicarnos en el texto y
determinar a qué grupo pertenecemos y qué actitud asumimos. La actitud negativa,
“Este modo de hablar es duro, ¿Quién puede hacer caso?”. La actitud positiva, “...
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
La reflexión de ambos grupos confirma lo dicho por Jesús, “... nadie puede venir
a mí, si el Padre no se lo concede”, y el cambio de la fe sólo es asumido por el
grupo de los doce en cuyo nombre habla Pedro.
En nuestra vida de creyentes, hay momentos en que nos encontramos ante una
situación y pregunta semejantes a la que nos plantea el evangelio: ¿continuamos
con Jesús?, ¿lo abandonamos?
Cuando nos cansamos de seguir haciendo el bien y buscando la verdad, de
promover el amor y la justicia, cuando dejamos de ir a misa o nos resulta
insoportable tal o cual persona, cuando nos pesa la fidelidad matrimonial o la
familia, cuando confrontamos la enseñanza del evangelio con nuestra manera de
pensar y descubrimos que tenemos miedo a comprometernos y a seguir a Cristo
incondicionalmente, estamos dejando de lado al Señor.
El dilema es inevitable, frente a Dios aparecen muchos ídolos, el dinero y el
poder, el placer y el sexo, la soberbia y el egoísmo, la superstición y la brujería
entre otros, pero nada de esto puede ofrecernos garantías ni tiene palabras de Vida
Eterna.
Tarde o temprano caemos en la cuenta, si nos abrimos a la acción de Dios, de
que solamente hay una persona que de verdad salva: Jesucristo, el enviado de Dios
Padre, El y sólo El es la respuesta. Si queremos la vida en plenitud tenemos que
repetir muchas veces con Pedro: “¿Señor a quién iremos? Tú tienes palabras de
vida eterna”.
Nosotros hemos decidido, como Pedro, seguir fieles a Cristo Jesús. Porque
intuimos que en él está la verdadera salvación y la felicidad auténtica. Aunque
tampoco nosotros entendamos siempre todo, ni dejemos de tener dificultades en
nuestro camino de fe.
Se trata de seguir creyendo en Jesús, no sólo porque siempre lo hemos hecho
así, o así nos lo han enseñado, sino por convicción y decisión personal. Por eso
somos fieles a la Eucaristía dominical: para no perder contacto con nuestro
Maestro, para seguirnos alimentando de su vida, para renovar nuestras raíces
cristianas y eclesiales y refrescar los criterios cristianos de vida, en medio de la
ventolera que tal vez experimentamos en el mundo de hoy.
Que sepamos seguir el ejemplo de los Doce, con Pedro a la cabeza: ellos creen
que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el Mesías o “Santo de Dios” por
otra parte, como dice muy bien Pedro, la cuestión no es sólo seguir o dejar a Jesús,
sino encontrar a otro que tenga como él palabras capaces de dar vida eterna, ¡sólo
Jesús es todo!, ¡sólo él salva!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)