Domingo Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Is 35,4-7ª; Sal 145,7. 8-9. 9bc-10;
St 2,1-5; Mc 7, 31-37
Como de costumbre, la primera lectura y el evangelio, apoyados por el salmo de
meditación, coinciden en el aspecto que la Palabra de Dios nos quiere transmitir
hoy. Esta vez, el poder curativo de Dios para con nuestros males.
El profeta Isaías consuela a su pueblo, en horas difíciles, y le asegura -con un
lenguaje al que estamos más acostumbrados en las semanas del Adviento- que
Dios va a infundir fuerza a los cobardes, y la vista a los ciegos, y el oído a los
sordos, y el-habla a los mudos, y aguas abundantes al desierto.
El salmo amplía todavía más el campo de esta salvación que nos concede Dios,
porque habla de los oprimidos y hambrientos, de los cautivos y peregrinos. Y nos
invita a elevar a Dios nuestra alabanza agradecida: "Alaba, alma mía, al Señor".
Estas palabras del profeta y del salmista nos preparan para escuchar cómo
Cristo, en un de esas escenas breves, plásticamente contadas por san Marcos, cura
a un sordomudo, y le devuelve el oído y el habla. ¡Cuántas veces aparece Jesús en
el evangelio atendiendo a los enfermos, dedicándoles tiempo y ánimos, y
curándoles milagrosamente! Con razón comentaba la gente: “Todo lo ha hecho
bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Los planes de Dios son planes de
salud y de vida. A la miseria humana responde su inmensa misericordia, que se nos
ha manifestado sobre todo en Cristo Jesús, que tiende su mano a toda persona que
sufre, para curarla y darle esperanza.
Jesús nos tendría que curar también a nosotros, porque a veces somos sordos y
mudos. No oímos lo que tendríamos que oír: la Palabra de Dios, o también las
palabras de nuestros hermanos. Y no hablamos lo que tendríamos que hablar: en la
alabanza a Dios y también en nuestras palabras de ayuda a los hermanos.
En el rito del Bautismo hay un gesto -libre, pero expresivo-, el del "effetá", o
"ábrete", en el que el ministro toca los labios y los oídos del bautizado, mientras
dice: “el Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a
su tiempo, escuchar su palabra y proclamar la fe...”. Un cristiano tiene que saber
escuchar y saber hablar a su tiempo…
Desde hace dos mil años la Iglesia, la comunidad de los seguidores de Jesús, no
sólo se goza en ser curada por su fuerza sanadora, que sigue eficazmente presente
en los sacramentos, sino que ha recibido el encargo de curar a los demás, de
transmitirles esa misma fuerza salvadora. Ahora no vemos a Jesús por nuestros
caminos. Pero la comunidad cristiana -cada cristiano- deberíamos ser sus signos
vivientes.
La comunidad cristiana, con la Palabra evangelizadora, con los Sacramentos,
tiene que ir comunicando esperanza y atendiendo a los pobres y a los que sufren.
Atendiendo a los muchos “sordos” y “mudos”, los que no se han enterado todavía
de la Buena Noticia del amor de Dios. A los que no encuentran voz para hacerse oír.
Ser seguidores de Jesús no sólo es saber y creer cosas sobre él, sino imitar su
estilo de actuación en la vida.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)