Domingo Vigésimo Cuarto del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Is 5, 5-10; Sal 114,1-2. 3-4. 5-6. 8-9; St 2,14-18; Mc 8, 27-35
Las lecturas de este domingo parece como si nos trasladaran al tiempo de la
Pasión, por el canto del Siervo de Isaías. Pero se ha elegido esa lectura para
preparar la afirmación de Jesús en el evangelio sobre el estilo de su mesianismo.
En el evangelio de Marcos escuchamos, por boca de Pedro, la confesión de fe de
alguien que sí ha creído en él: “Tú eres el Mesías”. Una página decisiva en el
evangelio de Marcos, la confesión de Cesarea.
Es una pregunta clave también hoy: ¿quién es Jesús? Junto a los que le
rechazan o no creen en él, están los que le tienen sólo por un profeta, o por un
predicador admirable, o como un modelo de entrega por los demás. Los que están
presentes en la Eucaristía dominical seguramente tienen un concepto más profundo
sobre Jesús: es el Mesías, el Enviado de Dios; más aún: es el Hijo de Dios, el
hombre en quien habita la plenitud de la divinidad. Por eso creemos en él, le
amamos, le intentamos seguir en nuestra vida. Porque él es quien da sentido a
todo en nuestra existencia.
Nos podemos espejar en ese apóstol que se ha constituido en portavoz de los
demás, Pedro, que irá madurando poco a poco en su conocimiento de Jesús, porque
todavía es muy superficial su seguimiento y tendrá, en la Pasión, momentos incluso
de traición y negación. Luego, después de la Pascua y con la fuerza del Espíritu,
será un apóstol incansable y dará su propia vida como testimonio de su fe en
Cristo. Los que nos rodean irán interesándose en Cristo Jesús y su mensaje si a
nosotros, que nos decimos cristianos, nos ven con un estilo de vida que hace
creíble nuestro testimonio de fe.
Una cosa que Pedro y los demás no quisieron entender, al principio, es que el
mesianismo, tal como lo entiende Jesús, pasa por el sufrimiento y la muerte. Y eso
que ya lo había anunciado el profeta Isaías, en su canto del Siervo, cuando hablaba
de que este Siervo enviado por Dios recibiría golpes e insultos y salivazos, aunque
contando siempre con la ayuda y la fuerza de Dios. Por eso, la actitud que triunfará
en él es la confianza: “No quedaré avergonzado”.
Junto a la alabanza que merecía Pedro por su lapidaria profesión de fe, recibe
según el evangelio de hoy, una de las réplicas más duras de Jesús: “Apártate de
mí, Satanás”. Pedro y los demás no entienden que Jesús ha venido, no a ser
servido, sino a servir; a cumplir su misión con una solidaridad plena con la familia
humana, incluido el dolor y la muerte; y que va a salvar al mundo precisamente
con su muerte, con su entrega total. A Pedro -y la nosotros- le gustaban las
palabras suaves de Jesús, las consoladoras. Le gustaba el monte Tabor, el de la
transfiguración de Jesús. No quería entender el sentido del otro monte: el Calvario.
Tampoco a nosotros, quizá, no nos gustara mucho que Jesús nos haya dicho que
el que quiera ser su discípulo, debe tomar su cruz cada día y seguirle. Creer en
Jesús no sólo de palabra, sino viviendo según su estilo de vida -de nuevo parece
resonar el mensaje incisivo de Santiago- supone seguramente renunciar a criterios
más atrayentes de este mundo, elegir el camino más difícil, organizar nuestra vida
siguiendo el ejemplo de Jesús, sobre todo con la entrega por los demás. No basta
con que digamos que creemos en Jesús, sino tenemos que aceptarle por entero,
también en lo que tiene de exigencia y de cruz.
“Quien quiera venir en pos de mí... tome su cruz y sígame” (Mc 8,34). La
leyenda, que se ha entretejido en torno al hecho de la exaltación de la santa cruz,
presenta la exigencia de esta frase en una imagen extraordinariamente plástica. El
emperador Heraclio, que había logrado arrebatar de nuevo la cruz a los persas, la
lleva él mismo en procesión triunfal, adornado con las insignias del poder mundano,
hacia el monte Gólgota. Habiendo llegado a la puerta de la ciudad, de repente se ve
imposibilitado de dar un paso más. El obispo Zacarías de Jerusalén le explica por
qué no puede seguir, diciéndole: “advierte, oh emperador, que tú, con este ornato
triunfal, imitas muy poco, al llevar la cruz, la pobreza y la humillación de
Jesucristo”. Entonces el emperador se despoja de sus lujosos ropajes y, vestido con
ropas “plebeyas”, puede llevar la cruz hasta el final.
La verdad interior de la leyenda es bien clara: el que pretende seguir a Cristo
debe arrojar, de una u otra manera, el lastre, todo lo que no es Jesús. En efecto, él
nos dice: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí
y por el Evangelio la salvará”. Perder la vida para salvarla. Y ya desde aquí. No vivir
atrapados por el egoísmo. Vivir amando, haciendo el bien, como Jesús. Vivir en
plenitud, con solidaridad. Vivir para los demás. Jesús quiere ayudarnos a entender
todo esto y a vivirlo. Pidámosle que nos haga esta gracia.
Merece la pena saber qué nos pide el Señor. También él puede y quiere ayudar
a que actuemos en consecuencia. Esta Eucaristía que ahora celebramos nos dé la
fuerza que necesitamos para vivir con mayor intensidad la enseñanza de Jesús.
El tema de hoy es el misterio de la cruz y del sufrimiento humano :
misterio tan difícil de aceptar y de comprender... Las lecturas de hoy nos dan
mucha luz para entenderlo.
En efecto, la Primera Lectura (Is. 50, 5-9) nos presenta el anuncio profético
del Profeta Isaías de los sufrimientos de Cristo, descripciones tan reales que parece
como si el Profeta hubiera estado presente en el momento mismo que se sucedió
pasión y muerte del Señor.
Sabemos que Jesús aceptó el sufrimiento, el dolor , la tortura con
mansedumbre y abandono confiado en la voluntad del Padre: “Yo no he opuesto
resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y
salivazos”.
El abandono confiado de Jesús en Dios Padre se nota en esta frase: “Pero el
Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como
roca y sé que no quedaré avergonzado”. La confianza plena en el Padre le hace
sentir cierto alivio y le asegura el triunfo final , que se dará en el momento de
la resurrección y con el objetivo de su sufrimiento: la salvación de la humanidad.
Es fácil, entonces, sacar conclusiones aplicables para los momentos de
sufrimiento propio : mansedumbre ante el dolor, entrega confiadísima a Dios, con
la seguridad del alivio y del triunfo final.
Además, tener siempre en cuenta el objetivo del sufrimiento : la salvación
propia y de los demás. Como bien dice San Pablo: “completo en mi cuerpo lo que
falta a los sufrimientos de Cristo” (Col. 1, 24). Y es así: nuestros sufrimientos bien
aceptados, en imitación a Jesús sufriente y crucificado -y, por lo tanto, unidos al
sufrimiento de Cristo- los utiliza la providencia divina para la salvación de la
humanidad.
El Evangelio (Mc. 8, 27-35) vemos que Jesús camina con los Apóstoles en
una de sus largas jornadas, cuando Jesús decide preguntarles: ¿ quién dice la
gente que soy Yo ?
Las respuestas son equivocadas. Por eso les dice: ¿Y quién soy Yo para
ustedes? Y el impetuoso Pedro responde: “Tú eres el Mesías”, el esperado por el
pueblo de Israel para salvarlo.
Cabe decir que en esta época, por la presión romana, todos esperaban un
Mesías libertador y vencedor desde el punto de vista temporal, que los
libraría del dominio romano y establecería un reino, mediante el triunfo y el poder.
Como que se ponía poca atención a las clarísimas profecías de Isaías sobre el
Mesías, como el Siervo sufriente de Yahvé.
Por eso los apóstoles y Pedro, que pensaban también en ese Mesías
triunfador , cuando Jesús “se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del
hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer
día”; Simón llama a Jesús aparte para tratar de disuadirlo de lo que acababa
de anunciarles como un hecho, la respuesta del Señor resulta ¡impresionante!,
severa: “Jesús se volvió y, mirando a los discípulos, reprendió a Pedro”. Le dijo
sin ninguna suavidad: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios,
sino según los hombres”.
Ahora bien, tan severa respuesta tiene que tener algún motivo serio. San
Pedro estaba siendo tentado por el Demonio y a éste Jesús le responde igual
que cuando en el desierto quiso también tentarlo con el poder temporal.
Con esto vamos entendiendo que todo intento de rechazo de la cruz y del
sufrimiento , todo intento de buscarnos un cristianismo sin cruz y sufrimiento, es
una tentación y, como vemos, no va de acuerdo con lo que Jesús continúa
diciéndonos en este pasaje evangélico, para explicar un poco más el sentido del
sufrimiento suyo y el nuestro. “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. Más claro no podía ser: el
cristianismo implica renuncia y sufrimiento.
Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día , el
hacer diario la voluntad del Padre… Y para ahondar un poco más en el asunto,
agrega una explicación adicional: “El que quiera salvar su vida, la perderá”, o dicho
de otro modo, si no renuncias a lo suyo y me prefieres a mí y a lo mío, te perderás;
“pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”, es decir, para
tener vida eterna perdamos lo nuestro y hagamos de Jesús y lo suyo, nuestro
mejor y único tesoro.
Que encontrando el sentido al dolor y al sufrimiento en nuestra vida, que es
inevitable, desde la experiencia y la vida de Jesús, llevando este misterio unidos a
Él , brille la cruz del Verbo , luminosa, brille como la carne sacratísima de aquel
Jesús nacido de la Virgen, pues por ella el mundo ha obtenido la salvación . ¡Oh
Cruz de Cristo!, ¡oh cruz de cada uno de nosotros!, ¡tu eres nuestra victoria!, ¡oh
Cruz, tú nos salvarás!; ¡Oh Cristo, Salvador nuestro, sálvanos por la fuerza de esta
Cruz!, ¡ten piedad de nosotros y acoge con agrado nuestra cruz de cada día, pues
sabemos, que unidos a tu Cruz, tu triunfo es nuestro triunfo, tu victoria, nuestra
victoria, nuestro éxito total!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)