Domingo Vigésimo Quinto del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Sb 2, 17-20; Sal 53,3-4. 5. 6. 8; St 3,16-4, 3; Mc 9, 29-36
Los criterios de actuación, las "virtudes" que el evangelio de hoy nos propone,
son el servicio y la acogida. Y el problema es que son palabras muy sabidas y que,
por ello, se pueden convertir en muy superficiales.
Sería útil hacerse consciente del inmenso contraste que se da en la escena
evangélica. Jesús, como el domingo anterior, ha hablado a sus discípulos del
sentido de su misión, y de la dramática culminación que tendrá cuando morirá en la
cruz: la primera lectura de hoy ayuda a captar más profundamente este
dramatismo.
El domingo pasado, el anuncio de que la promesa de vida nueva del Mesías se
realizaría a través del fracaso de la cruz había suscitado la reacción contraria de
Pedro. Hoy, la reacción es mucho más lamentable y entristecedora: los discípulos ni
siquiera han escuchado, sus preocupaciones se dirigían hacia el éxito personal,
exactamente lo contrario de lo que Jesús intentaba explicarles. Y Jesús, pues, debe
volver a explicar y a insistir en el estilo que él propone: se trata de querer vivir
toda la vida como servicio; y se trata de saberlo reconocer a él no en los grandes y
prestigiosos, sino en los humildes y débiles.
El camino es la cruz. Hay que notar que se repite el tema del domingo pasado, y
decir que eso nos hace caer en la cuenta de que un cristiano no puede hacer como
si la entrega de Jesús hasta la muerte por amor fuera únicamente un hecho a
recordar. La cruz de Jesús es el único camino para el cristiano, la única manera de
llegar a la vida. La primera lectura nos recuerda, además, que la cruz es vejación,
burla, tortura, fracaso. Por eso, hoy Jesús nos invita al agradecimiento por el amor
que Él ha mostrado con su entrega, afirmar nuestra fe en que de la cruz de Jesús
brota vida inagotable, y reafirmar el convencimiento de que el camino de Jesús
tiene que ser también nuestro camino.
La propuesta de Jesús es un estilo que abraza toda la vida: por poner un
ejemplo muy evidente, no seguiría en absoluto a Jesús quien en su casa pegara a la
esposa y en cambio fuera muy solícito en ayudar a las ancianas a cruzar la calle: y
ocurre que esta manera de actuar, que parece caricaturesca, se da,
lamentablemente, más de lo que parece.
Parece como si el evangelista Marcos nos quisiera mostrar qué lentos eran los
apóstoles para entender lo que Jesús les quería comunicar. Después del anuncio de
Jesús, cuenta un episodio en el que muestran una actitud totalmente contraria a lo
que les está diciendo el Maestro y en la que quedan bastante malparados los
seguidores de Jesús: “Por el camino habían discutido quién era el más importante”.
Los apóstoles -y nosotros, tantas veces- se dejan guiar aquí según la mentalidad
humana. Este es el criterio del mundo: ser más que los demás, ser los primeros,
ocupar los mejores puestos, “salir en la foto”, prosperar nosotros, y
despreocuparnos de los demás. Y eso puede pasar en la política y en la vida social y
en la familia y en la comunidad eclesial. Mientras que Jesús nos enseña que
debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de los demás que de
nosotros mismos, servidores y no dueños. No es extraño que los oyentes de Jesús -
de entonces y de ahora- no entiendan y les “dé miedo” oír estas cosas.
A todos nos sirve la lección plástica de Jesús, cuando llamó a un niño y lo puso
en medio de ellos y dijo que el que acoge a un niño -que en la sociedad de
entonces era tenido en nada y que no podrá devolver los favores- acoge al mismo
Jesús. Se nos invita a ser generosos, humanitarios, dispuestos a hacer favores sin
pasar factura. O sea, a seguir el ejemplo de Jesús, que “no ha venido a ser servido
sino a servir”, que ayuda a todos y no pide nada, y que al final entrega su propia
vida por la vida de los demás.
En efecto, si los cristianos no realizamos el estilo de Cristo, ¿de quién somos
discípulos? Si la Iglesia como comunidad animada por el Espíritu de Jesús no
instaura ese estilo inconfundible del Señor hecho siervo, ¿no haría increíble el
Evangelio ya que proclamaría lo que no cumple y predicaría lo que no práctica?
¡Que no tengamos que callar cuando se nos pregunte de qué hablábamos por el
camino!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)