Domingo Trigésimo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Jr 31, 07-09; Sal 125,1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6;
Hb 5, 1-6; Mc 10, 46-52
El milagro que nos narra Marcos viene a ser una confesión de fe: Jesús es el
Cristo, el Mesías. El modo literario de contarlo consiste en testificar que se están
cumpliendo las señales anunciadas por los profetas, entre las cuales está que los ciego
recobrarán la vista.
Pero, aunque éste sea el fin principal del autor, nada nos impide que leyendo
este pasaje con el Espíritu de Jesús, saquemos detalles que alimenten nuestra fe en
puntos más concretos.
Puede ser significativo que los hechos ocurran en el camino y en medio de un
barullo típicamente oriental. A pesar del tiempo pasado y de la lejanía geográfica y
cultural, este escenario guarda mucha semejanza con nuestro entorno de hoy. La
rapidez, la movilidad, la masificación y el constante ruido de la vida actual nos dificultan
el encuentro con “Aquello último que necesitamos”. Lo que pedía el ciego era limosna,
pero lo que realmente necesitaba era ver.
También nosotros tenemos multitud de necesidades materiales, pero, en el
fondo, lo que más precisamos es darle sentido a nuestra existencia.
Hemos de subrayar que Bartimeo era un ciego que no quería serlo. Aunque el
dato nos parezca obvio, es bueno tener en cuenta que -en el aspecto espiritual- son
frecuentes los ciegos voluntarios. La sabiduría popular dice que “no hay peor ciego que
quien no quiere ver”. Los escritores místicos suelen presentar al hombre como perdido
en un bosque y buscando salida. Pero, también es verdad que hay hombres perdidos en
ese bosque que no saben que están perdidos. Son ciegos que creen ver. En la
actualidad abunda, no ya la in-creencia ante lo religioso, sino una indiferencia que
prescinde, incluso, de la búsqueda del sentido. Lo posmoderno no es buscar, sino vivir.
Son muchos los que no perciben a Dios ni siquiera como problema. Sin embargo, no
faltan personas que, dejando a un lado las modas y el ambiente, sienten su “vacío
interior” y tratan de llenarlo. Tampoco el ciego hizo caso de aquellos que, regañándole,
impedían que buscara salida a su situación. En las bienaventuranzas se nos dice que,
para ver a Dios, hace falta tener el corazón limpio, despegado de todo. Hace falta tener
corazón de caminante considerando que sólo uno es el fin y lo demás son medios.
Pero, ¿qué significa “ver” en este contexto que comentamos? Ver es tener luz
para andar el camino. Ver es experimentar algo de Dios. Los escritos bíblicos nos dicen
que a Dios no se le puede ver, pero se le puede percibir. Ver el rostro sonriente de Dios
es el deseo de todo buen israelita. La primitiva comunidad cristiana nos da testimonio
de que Jesús es visibilización de Dios, de su Palabra. Escuchar al Maestro y adquirir su
Espíritu es por ello el camino y el medio más directo.
Los expertos nos suelen advertir sobre la inexactitud que supone el calificar a la
mística oriental como pasiva y a la occidental como profética o activa. Bastaría citar el
ejemplo de Ghandi. Encontrar a Dios proporciona una energía tan fuerte, serena y
constante para la acción que entonces se percibe, como nos dice Pablo, que uno es
débil y, sin embargo, fuerte.
¡No pasemos por alto tampoco otro detalle!: después de curado, el ex-ciego
siguió a Jesús por los caminos. También la fe nos empuja a “ver” en profundidad lo que
realmente está pasando en esta compleja sociedad en que vivimos. Sería lamentable
que, entontecidos por la buena voluntad y la desinformación, fuéramos ciegos a la
lógica mecánica e implacable del injusto sistema que rige nuestras vidas. Los
evangelios están llenos de personas que buscaban y encontraron. De gentes que no se
quedaron en lo superficial, sino que iban al fondo de las cosas. Los magos comprenden
el sentido que tiene la estrella, el viejo Simeón ve la salvación en un niño pequeño, la
samaritana se da cuenta de que está ante un profeta...
Claro que fueron muchos los que vieron la figura física de Jesús, pero no
captaron su significado. Algo tendremos que hacer para estar entre los primeros, entre
aquellos que sabían ver. ¡Señor, que vea!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)