“al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener”
Lc 8, 16-18
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA ESCUCHA SINCERA DE SU PALABRA.
Hay una condición previa para poder entrar en un diálogo profundo con Dios y acoger su
plan de amor sobre nosotros, en especial cuando su voluntad nos pide que salgamos de
nosotros mismos, de nuestras certezas, y nos pongamos otra vez en camino hacia nuevas
metas. Esta condición es la escucha sincera de su Palabra. Contando con la fuerza y con el
apoyo del Espíritu que acompaña a la escucha dócil de la misma, podemos hacer frente a
situaciones difíciles y emprender nuevos recorridos, precisamente como el Señor pidió a los
exiliados judíos que, sostenidos por la gracia de Dios, dejaron sus prósperos intereses
consolidados en la región de Babilonia, para volver a Jerusalén y empezar con generosidad la
empresa de la reconstrucción del pueblo de Dios y de su ciudad.
Es preciso estar dispuestos a la pronta obediencia a Dios, porque slo a quien se pone “en
religiosa escucha” lo emplea el Seor para sus planes en beneficio de la humanidad. Esta
escucha requiere que no pongamos restricciones de ningún tipo. El Señor y su Palabra son, en
efecto, la única causa digna a la que podemos dedicar todo lo que somos: porque “al que
tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener”. Si escuchamos la
Palabra con las disposiciones requeridas (escucha integral, constante y obediente, anclada en
la existencia), experimentaremos la luz del Evangelio y llegaremos a ser sus testigos eficaces,
convincentes, porque éste no es una doctrina iniciática, sino la noticia del amor de Dios, que
llega fácilmente a los otros sólo cuando nosotros lo hemos experimentado en primera
persona.
ORACION
Señor, concédenos tu Santo Espíritu para que podamos entrar en un verdadero diálogo
contigo y acoger con generosidad tu plan de amor sobre cada uno de nosotros. Haznos
solícitos a tu Palabra, para que, mientras estemos a la escucha atenta y dócil de la misma, tú,
Señor, suscites en cada uno de nosotros el deseo ardiente de volver a ponernos en camino
contigo, abandonando el exilio de nuestras ilusorias seguridades. Ayúdanos a redescubrir,
como hiciste con los exiliados vueltos de Babilonia a la tierra de tu promesa, la alegría de
emprender de nuevo contigo el trabajo de la edificación de tu pueblo, la fatiga fecunda de ser
Iglesia.
Entonces experimentaremos también la liberación del miedo y seremos verdaderos y creíbles
testigos, conscientes de tu llamada para ser colocados en el lucernario que da luz a todos los
que están en la casa. Sólo así podremos convertirnos en un signo luminoso de esperanza para
este mundo nuestro.