Domingo Trigésimo Segundo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
1 Re 17, 10-16; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10;
Hb 9, 24-28; Mc 12, 38-44
El evangelio de hoy nos presenta dos elementos íntimamente relacionados para
que elaboremos nuestra reflexión. Si el domingo pasado hemos visto que el amor
cristiano es un amor total y absoluto, lo de hoy es un caso particular y una aplicación
de ese principio.
En su Ética a Nicómaco, Aristóteles define el hombre pródigo como aquel que se
arruina por su gusto, de forma que la prodigalidad viene a ser una especie de
destrucción de sí mismo, dado que sólo se vive con lo que se tiene. Quien da todo lo
que tiene corre el riesgo de morir.
La viuda del evangelio de este domingo es, según esta definición, una viuda
pródiga porque echó en la alcancía del templo todo lo que tenía para vivir. San Marcos
dice que la pobre viuda echó toda su subsistencia, dice también que dio toda su vida,
porque de las dos monedas dependía, en verdad, su vida entera. Con su limosna, la
viuda convirtió su pobreza en auténtico sacrificio e inmolación; como si hubiera
derramado su vida en libación sobre el altar o la hubiera quemado como incienso en la
presencia de Dios; y todo sin ser notada, como se hacen las cosas grandes: en secreto.
Descubierta sólo por la mirada de Cristo que, más allá de las apariencias, penetra en lo
interior.
Al descubrirla con la mirada de Cristo, san Marcos la sitúa en contrapunto de los
escribas que se pavonean con sus llamativos ropajes, reclamo de reverencias y
adulación de la gente. La falsa justicia que Cristo fustigó en el sermón del monte se
dramatiza en estos personajillos, hambrientos de vanidad y codicia, que recibirán la
sentencia rigurosa de Dios por haber adulterado la oración y extorsionado a las viudas.
También éstos son pródigos, como aquel hijo de la parábola que dilapidó todos sus
bienes y se destruyó a sí mismo, porque sólo se amó a sí mismo. Los escribas dilapidan
todo para ganarse la admiración de los hombres y ser tenidos por justos al margen de
Dios. La viuda, por el contrario, todo lo entrega, y conquista, sin ella saberlo, la
alabanza del Señor. Con dos monedas se perdió a sí misma y se ganó para Dios.
Esta escena ocupa, en el evangelio de Marcos, un lugar muy significativo. Es el
colofón a todos los dichos y hechos de Jesús. Viene a decir que, ante lo que Cristo dice
y hace, debemos evitar la actitud de los escribas -¡Cuídense de los escribas!- con su
hueca piedad e hipocresía. Debemos más bien observar a la viuda para descubrir en
ella el verdadero fundamento de la religión: ser pródigos en darnos a Dios, sin
reservas, con lo que somos y tenemos. Sólo así Dios será lo único importante de
nuestra vida al que serviremos pródigamente con lo necesario para vivir y no con lo
superfluo.
A la luz de un mensaje evangélico tan transparente, todos nos podemos analizar
hoy: ¿Qué significa para nosotros "dar"? ¿Cómo es nuestra entrega en la familia, en el
trabajo, en el barrio, en la comunidad parroquial? ¿En qué medida vivimos el espíritu de
aquella viuda, pobre, pero de un corazón inmensamente rico? ¿Cuáles son las excusas
que tenemos para dar solamente lo que nos sobra? Que la Eucaristía sea lo que fue
para Cristo: un darnos todo a todos...
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)