IV Domingo Del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: 1Cor 7, 32-35
La mujer soltera se preocupa de las cosas del Señor
En estos domingos pasados hemos reflexionado un poco sobre la familia, y
sobre el año jubilar de san Pablo; para sintonizar con las grandes propuestas de
la Iglesia he pensado en al conveniencia de hablar sobre san Pablo, tomando el
tema de la segunda lectura.
San pablo, en su carta a los corintios, en el capítulo 7, aborda los distintos
estados de vida del cristiano: habla de los esposos, de los que no están casados
y, entre ellos, de las “vírgenes” y las viudas. Hoy Considera la situacin de los
célibes y de las viudas (vv. 39-40), que “… se preocupan de los asuntos del
Seor”; exhorta a optar por el celibato para servir a Dios “sin divisin”. Pero
quien no pueda contenerse que se case, pero quien no se casa obra mejor.
Lo primero que se nos puede venir a la mente es la vida celibataria de los
sacerdotes y personas consagradas con voto de virginidad; pero hoy sólo quiero
hacer referencia a los y las religiosas y sacerdotes, que han optado por la vida
célibe, sino también a tantos hombres y mujeres, que solemos llamar solteros y
solteras, viudos y viudas. A unos y a otros podemos aplicar lo que decía Juan
Pablo II: “¡Consideren el gran número de los santos que han crecido en este
género de vida! ¡Consideren el bien que han hecho al mundo, hoy como ayer,
quienes se han dedicado a Dios!”, sirviéndole en el prjimo…
La enseñanza de la Iglesia, habla de vocación al matrimonio, a la vida
consagrada o a la vida célibe; por tanto, aquellos que no se casan, por cualquier
causa, qué importante es que descubrieran su vocación a vivir la castidad por el
Reino de los cielos, en el apostolado y en el servicio, al estilo de los primeros
cristianos. Me parece que así se evitarían frustraciones e insatisfacción de la
vida. ¡Qué bello es redescubrir la propia identidad: la razón del ser y del hacer, el
para qué y el por qué de la vida, en las circunstancias concretas de cada quien…!
Y más aún, si estas personas fueran asesoradas, y como agrupadas, desde su
vida ordinaria, como verdaderos apóstoles de la Iglesia; estando en el mundo,
sin ser del mundo, sin dejar sus propias actividades, al estilo de los primeros
cristianos.
Sea cual sea el estado o situación de vida de cada uno de nosotros, todos
estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad” (LG 40). San Pedro escribía: “Que cada cual ponga al servicio de los
demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas
gracias de Dios” (1 P 4, 10).
“Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la
fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de
toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos
amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de
un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad
en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la
madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a
su Esposa y se entreg a sí mismo por ella” (LG 41).
Volviendo a las personas solteras, viudos o viudas, no olvidar que lo más
importante no es si se tiene o no marido, hijos o no, sino asumir desde su estado
la llamada divina a la santidad, realizada en forma de caridad: actuando en la
vida profesional ordinaria y en el trabajo cotidiano por el bien de sus hermanos y
el progreso de la sociedad, a imitación de Jesús, que vino a mar y a servir a
todos (LG 41).
Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer
lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf Lc 14,26; Mc
10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que
han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera
que vaya (cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de
agradarle (cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (cf Mt 25,6).
Son muchos, por consiguiente, los aspectos y las formas de la santidad
cristiana que están al alcance de los laicos, en sus diversas condiciones de vida,
en las que están llamados a imitar a Cristo, y pueden recibir de él la gracia
necesaria para cumplir su misión en el mundo. Todos estamos invitados por Dios
a recorrer el camino de la santidad y a atraer hacia este camino a sus
compañeros de vida y de trabajo en el mundo de las cosas temporales”.
Vivamos la castidad -cada uno en su estado: solteros, casados, viudos,
sacerdotes-, que hace a los hombres recios y señores de sí mismos, les da
optimismo, alegría y fortaleza; les acerca a Jesucristo, Nuestro Señor, y a
nuestra Madre, Nuestra Señora de la Soledad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)