El bautismo de Jesús
Is 42,1-4. 6-7; Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10;
Hech 10,34-38; Lc 3,15-16. 21-22
El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en
el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados
(cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf. Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32)
viene a hacerse bautizar por el. "Entonces aparece Jesús." El Bautista duda. Jesús
insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene
sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que El es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es
la manifestación ("epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
Hay dos detalles que resaltan en esta escena del bautismo de Jesús: la
presencia del pueblo y la oración de Jesús. Antes de sumergirse en el agua, se
sumerge en el pueblo. Se mezcla con la multitud, se identifica y comparte la
condición humana. Jesús pasa a través del pueblo, un pueblo pecador, para captar
ahí las demandas de un sentido para la vida, el deseo apremiante de un cambio, la
aspiración a algo radicalmente nuevo. Después de este "paso" entre la gente,
después de esa inmersión en el pueblo y, seguidamente, en el agua, Jesús se
sumerge en la oración. Como para abrir una brecha en dirección al cielo, y hacer
posible la intervención y la acción del Espíritu.
El bautismo de Jesús es el punto de partida de su misión. Simbólicamente el
Espíritu Santo desciende sobre él para enviarlo y guiarlo en sus trabajos por el
Reino. De la misma manera, nuestro propio bautismo es el punto de partida de
nuestra vida y misión cristiana. Por el bautismo nos hacemos realmente hijos de
Dios y partícipes de la vida y misión de Cristo.
Así como Jesús se mezcló con la gente, vivió como Hijo y pasó haciendo el bien,
así nosotros estamos llamados a vivir como hijos de un mismo Padre: en armonía,
paz, solidaridad. Eso es lo que complace a Dios.
El bautismo, comporta el vivir la vida de Cristo y el compromiso de ser
misioneros y soldado de Cristo. Nuestra vida de bautizados ha de ser su vida como
una milicia de Cristo.
Por el bautismo el cristiano ha de vivir los compromisos que comportan en
primer lugar la huida del pecado, la penitencia y obediencia a los mandamientos.
Por el bautismo hemos comenzado un nuevo nacimiento, que nos confiere la gracia
de los hijos de Dios.
Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa
en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de
rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para
subir con El, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo
amado del Padre y vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
Enterrémonos con Cristo por el bautismo, para resucitar con El; descendamos
con El para ser ascendidos con El; ascendamos con El para ser glorificados con El
(S. Gregorio Nacianceno, Or. 40, 9).
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el
Espíritu santo desciende sobre nosotros desde lo alto del Cielo y que, adoptados por
la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios (S. Hilario. Mat. 2).
En tu bautismo en el Jordán, oh Salvador nuestro, has santificado las olas,
aceptando la imposición de las manos de un siervo, y has curado las pasiones del
mundo. Grande es el misterio de tu obra salvadora. Gloria a ti. Ha aparecido la luz
verdadera y otorga a todos la iluminación. Cristo, que sobrepasa toda pureza, es
bautizado con nosotros e infunde santidad en el agua que se convierte en
purificación de nuestras almas. Lo que vemos es terrenal; lo que contemplamos es
más sublime que los cielos. Mediante la ablución viene la salvación; mediante el
agua, el Espíritu; mediante el descenso en el agua, nuestra ascensión hacia Dios.
Admirables son tus obras, oh Señor. Gloria a ti (Anthol. 1, 1405).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)