Domingo primero de Cuaresma, Ciclo C
Deut 26.4-10; Sal 90, 1-2.10-11.12-13. 14-15;
Rom 10,8-13; Lc 4,1-13
Fue tentado por el diablo
Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto
inmediatamente después de su bautismo. Jesús rechaza estos ataques que
recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto. (C
Ig C 538)
Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad
divina. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la
victoria de la pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre. (C Ig C 539)
La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al
misterio de Jesús en el desierto (C Ig C 540).
El Evangelio de las tentaciones de Jesús nos ayuda a no ver tanto en mal en la
casa del vecino, sino hacia dentro de nosotros mismos.
La tentación es la experiencia común de todos. Pero ¿Qué es la tentación? En
la acepción ordinaria, es la atracción ejercida sobre nosotros de lo que percibimos
como mal o también la instigación y el impulso a cometerlo, que nos viene del
demonio, de nuestras concupiscencias o del mundo que nos rodea.
Es necesario distinguir de inmediato la tentación de lo que es pecado. Los
antiguos Padres, que fueron especialistas en la lucha contra las tentaciones, nos
dicen: « Dos son los modos con los que actúa la tentación : el primero engendra
placer , el otro dolor ; uno lo aprobamos, el otro lo rechazamos. El primero -el
placer- nos conduce al pecado y es lo que pretendemos cuando decimos: "No nos
dejes caer en la tentación" (Mateo 6,13); el otro es –dolor-expiación por el pecado
y a él se refiere la palabra: "Considerad como un gran gozo, hermanos míos,
cuando estéis rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada
de vuestra fe produce paciencia": (Santiago 1,2-3» (san Máximo Confesor).
Para que se tenga una verdadera tentación es esencial que ella sea percibida
como tal, esto es, como un empuje hacia el mal. Diferentemente, se tratará de
ilusiones, de errores de valoración moral (que pueden ser otro tanto dañosas y
culpables), pero no de tentación. Ésta consiste en el saber, al menos vagamente,
que una determinada cosa está errada, que su éxito final será negativo y, a pesar
de ello, la escogemos por la satisfacción inmediata que nos promete. Es preferir lo
inmediato a lo justo.
Jesús no nos ha dejado sólo un ejemplo de cómo se debe luchar; nos ha
merecido la gracia de vencer . En él, que es nuestra cabeza, éramos también
nosotros quienes combatíamos y vencíamos al enemigo, como en Adán habíamos
estado vencidos por él. En las tentaciones, la primera cosa a hacer es valerse de
este derecho, apropiándonos en la fe de la victoria de Cristo e invocando sobre
nosotros al mismo Espíritu , que «llevó» a Jesús al desierto y le ayudó a vencer al
tentador.
El arma mejor contra las tentaciones es la usada por Jesús: la palabra de
Dios , que Pablo llama «la espada del Espíritu» (Efesios 6, 11). Consiste en repetir
mentalmente una palabra de la Escritura contraria a la tentación. Por ejemplo:
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5, 8), si somos
tentados contra la pureza, o «la ira del hombre no realiza la justicia de Dios»
(Santiago 1,20), si estamos tentados por la cólera. Preferiblemente, usemos
siempre la misma palabra.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)