Domingo segundo de Cuaresma, Ciclo C
Gén 15,5-12. 17-18; Sal 26,1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14;
Fil 3,17-4,1; Lc 9,28b-36
Una visión anticipada del Reino: la transfiguración
A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios
vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y
sufrir... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21); Pedro
rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf.
Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la
transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8; 2 P l, 16-18), sobre una montaña, ante
tres testigos elegidos por El: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de
Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le “hablaba
de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén” (Lc 9, 31). Una nube los
cubrió y se oyó una voz desde el Cielo que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido;
escuchadlo” (Lc 9, 35) (C Ig C 554)
“Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el
Espíritu en la nube luminosa” (santo Tomás, s. Th. 3, 45, 4, ad 2).
Tú te has transfigurado en la montaña y, en la medida en que ellos eran
capaces, tus discípulos han contemplado tu gloria, oh Cristo Dios, a fin de que
cuando te vieran crucificado comprendiesen que tu pasión era voluntaria, y
anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre (Liturgia
bizantina, Kontakion de la fiesta de la transfiguración).
La transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de
Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso
como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que
pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22) (C
Ig C 556)
Canta también la liturgia oriental: «Luz inmutable de la luz del Padre, oh
Verbo, con tu brillante luz hoy hemos visto en el Tabor la luz que es el Padre y la
luz que es el Espíritu, luz que ilumina a toda criatura».
El Tabor representa a todos los montes que nos llevan a Dios, según una
imagen muy frecuente en los místicos. Otro texto de la Iglesia de Oriente nos invita
a esta ascensión hacia las alturas y hacia la luz: «Venid, pueblos, seguidme.
Subamos a la montaña santa y celestial; detengámonos espiritualmente en la
ciudad del Dios vivo y contemplemos en espíritu la divinidad del Padre y del Espíritu
que resplandece en el Hijo unigénito» (tropario, conclusión del Canon de san Juan
Damasceno).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)