EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario
Libro de Jonás 1,1-17.2,1.11.
La palabra del Señor se dirigió a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos:
"Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella, porque su
maldad ha llegado hasta mí".
Pero Jonás partió para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Bajó a Jope y
encontró allí un barco que zarpaba hacia Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó para
irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor.
Pero el Señor envió un fuerte viento sobre el mar, y se desencadenó una tempestad
tan grande que el barco estaba a punto de partirse.
Los marineros, aterrados, invocaron cada uno a su dios, y arrojaron el cargamento
al mar para aligerar la nave. Mientras tanto, Jonás había descendido al fondo del
barco, se había acostado y dormía profundamente.
El jefe de la tripulación se acercó a él y le preguntó: "¿Qué haces aquí dormido?
Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que no
perezcamos".
Luego se dijeron unos a otros: "Echemos suertes para saber por culpa de quién nos
viene este desgracia". Así lo hicieron, y la suerte recayó sobre Jonás.
Entonces le dijeron: "Explícanos por qué nos sobrevino esta desgracia. ¿Cuál es tu
oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿A qué pueblo perteneces?".
El les respondió: "Yo soy hebreo y venero al Señor, el Dios del cielo, el que hizo el
mar y la tierra".
Aquellos hombres sintieron un gran temor, y le dijeron: "¡Qué has hecho!", ya que
comprendieron, por lo que él les había contado, que huía de la presencia del Señor.
Y como el mar se agitaba cada vez más, le preguntaron: "¿Qué haremos contigo
para que el mar se nos calme?".
Jonás les respondió: "Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se les calmará. Yo
sé muy bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran tempestad".
Los hombres se pusieron a remar con fuerza, para alcanzar tierra firme; pero no lo
consiguieron, porque el mar se agitaba cada vez más contra ellos.
Entonces invocaron al Señor, diciendo: "¡Señor, que no perezcamos a causa de la
vida de este hombre! No nos hagas responsables de una sangre inocente, ya que
tú, Señor, has obrado conforme a tu voluntad".
Luego, levantaron a Jonás, lo arrojaron al mar, y en seguida se aplacó la furia del
mar.
Los hombres, llenos de un gran temor al Señor, le ofrecieron un sacrificio e hicieron
votos.
El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre
del pez tres días y tres noches.
Entonces el Señor dio una orden al pez, y este arrojó a Jonás sobre la tierra firme.
Libro de Jonás 2,2.3.4.5.8.
Entonces Jonás oró al Señor, su Dios, desde el vientre del pez,
diciendo: "Desde mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió; desde el seno
del Abismo, pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz.
Tú me arrojaste a lo más profundo, al medio del mar: la corriente me envolvía,
¡todos tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí!
Entonces dije: He sido arrojado lejos de tus ojos, pero yo seguiré mirando hacia tu
santo Templo.
Cuando mi alma desfallecía, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta
tu santo Templo.
Evangelio según San Lucas 10,25-37.
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:
"Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y
quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y
se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo
puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole:
'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los
ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y
procede tú de la misma manera".
Leer el comentario del Evangelio por
San Efrén (v. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Comentario al Diatésaron, cap.16, 9/23; SC 121
Cristo viene en ayuda de la humanidad herida
«¿Cuál es el grande y primer mandamiento de la Ley?» Jesús le responde:
«Amarás al Señor tu Dios, y a tu próximo como ti mismo» (Mt 22,36-39). El amor
de Dios nos libera de la muerte, y el amor del hombre del pecado, ya que nadie
peca contra el que ama. Pero ¿qué corazón puede poseer en plenitud el amor a su
prójimo? ¿Qué alma puede hacer fructificar en ella, con respeto a todo el mundo, el
amor sembrado en ella por este precepto: «Ama a tu próximo como ti mismo»?
Nosotros somos incapaces por sí solos, somos los instrumentos de esta voluntad
rápida y rica de Dios: es suficiente el fruto de la caridad sembrado por Dios mismo.
Dios puede, debido a su naturaleza, realizar todo lo que Él quiere; ahora bien,
quiere dar la vida a los hombres. Los ángeles, los reyes y profetas... pasaron, pero
los hombres no han sido salvados, hasta que desciende de los cielos el que nos
tiene cogidos de la mano y nos resucita.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”