Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Sea varón
No son las palabras, sino el testimonio personal lo que vale y convence. Si de algo estamos
necesitados es de auténticos líderes que guíen a la humanidad con rectitud y coherencia de
vida. La demagogia, las quejas y las críticas que abarrotan los medios informativos nos
tienen cansados. Se parecen a las interminables tertulias sobre temas políticos, que pueden
consumir horas enteras y al final todos vuelven a su casa y allí no pasó nada. Verba movent,
exempla trahunt . (Las palabras mueven, el ejemplo arrastra).
El evangelio de hoy hace referencia a un padre de familia que mandó a sus hijos a trabajar
al campo. El primero dijo que sí iba, pero no fue ‒lo cual nos resulta bastante familiar‒. El
segundo dijo que no, pero luego recapacitó y finalmente fue (Mt 21,28). ¿Cuál de los dos
cumplió la voluntad del padre? O dicho de otro modo, ¿cuál de los dos honró su palabra?
Por desgracia predominan las palabras banales y superficiales como los chismes, la
charlatanería ociosa y la monserga que no dejan nada útil y bueno, sino que resultan
siempre ficticias y fastidiosas. Estas ¡no valen nada! Están las mentirosas, las de aquellos
que prometen cosas que jamás cumplirán, como las del lisonjero que habla seductor al oído
de una chica que mañana cambiará por otra; las del adulador, que compra con halagos los
favores del necio vanidoso. Estas palabras ¡tampoco valen nada! Están las que valen oro,
como las del caballero que sabe respetar el honor de su palabra porque vale tanto como su
propia vida. Estas palabras tienen el peso semejante al de un juramento, al de una alianza
que sólo se rompe con la muerte, como las que pronuncian los enamorados ante el altar de
Dios o las del que se lo juega todo en una apuesta. Las hay también poderosas, como las
del jefe de Estado que declara la guerra, o celestiales, como las del sacerdote que
transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, las que son capaces de
perdonar los pecados o de arrancar del cielo bendiciones. Aquí las tenemos todas, unas de
hojalata, otras mortales, unas de oro y otras celestiales.
Actualmente todo se pide firmado y por escrito porque la palabra de honor se ha
depreciado. Como las palabras todo lo soportan y la lengua no tiene hueso, por esta razón la
confianza se basa más en la coherencia de la persona, en los principios y valores que la
avalan. Se podría decir que vivimos en tiempo de mártires, es decir, de testigos, sobre todo
en aquellos que ocupan un puesto público, ya se trate de deportistas, políticos, artistas o
formadores. twitter.com/jmotaolaurruchi