Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Is 62, 01-05; Sal 95,1-2a. 2b3. 7-8a. 9-10a y c;
1 Co 12, 04-11; Jn 02, 01-12
Difícilmente se puede encontrar otra metáfora mejor -y la encontramos repetida
tanto en el AT como en el NT- que la del amor esponsal y de las bodas para
expresar el amor que Dios nos tiene y que espera de nosotros. O bien, para resumir
expresivamente todo lo que hemos celebrado en la Navidad: la Encarnación del Hijo
de Dios en nuestra condición humana.
La primera lectura, con lenguaje poético, nos asegura y describe ese amor que
Dios tiene a su pueblo con la imagen de un esposo que encuentra alegría en su
esposa. La alegría se contagia también al salmo, que quiere cantar las maravillas
del Señor, su victoria y su gloria. Nada más salir de las fiestas de Navidad, somos
invitados de nuevo a darnos cuenta de lo que supone tener a Dios tan cerca y tan
bien dispuesto para con nosotros. Es una convicción que da sentido y color a
nuestra existencia. Dios nos ama como el esposo ama a su esposa.
Pero en el evangelio es donde mejor se ve toda la profundidad y la alegría de
esta Noticia: Cristo aparece como el Novio, o el Esposo. Hay otras claves para
acercarnos a Cristo: El es ciertamente el Maestro, el Profeta, el Médico, el Juez, el
Guía para nuestro camino. Pero a él mismo le gustaba compararse con el Novio.
El simbolismo de toda la escena, sobre todo conociendo la intención que suele
tener Juan en los relatos, apunta a que ha llegado ya la hora mesiánica, la hora del
Esposo que cumple todas las promesas del A. T. El signo milagroso de Cristo en
estas bodas es rico en intenciones: con su sola presencia da un sí al amor, a la
fiesta, a los mejores valores humanos, a la alegría de aquellas familias sencillas del
pueblo. Pero también quiere mostrar cómo el “vino bueno” ha llegado al final de los
tiempos de espera, que ya ha sonado la hora del Enviado de Dios. Y esto, dicho
bajo la clave del vino, con todo lo que significa de alegría, amistad, inspiración y
vida. El cristianismo, el Reino que Cristo nos ha venido a anunciar e inaugurar, es
un Reino de valores positivos y de fiesta. A lo largo del año, con su Palabra y su
Eucaristía, Cristo Jesús va a ser nuestro alimento e irá convirtiendo en fiesta y vino
bueno nuestra existencia.
La presencia entrañable de María, la Madre, con detalles de exquisita femineidad
y discreción, atenta y eficaz, es bueno subrayarla, aunque el centro sea Cristo
Jesús. Estas lecturas nos quieren convencer de que estamos envueltos en el Amor
de Dios, e invitados a su Fiesta, convocados a unas actitudes de amor, de visión
positiva de la vida, de solidaridad.
Y a partir de la segunda lectura, también de corresponsabilidad constructora en
la comunidad a la que pertenecemos. Es una de las mejores maneras de celebrar y
tomar en serio el amor que Dios nos tiene: darlo nosotros a los demás.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)