Octavo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Si 27, 05-08; Sal 91,2-3.13-14.15-16;
1 Co 15, 54-58; Lc 06, 39-45
Acaba hoy la primera parte del tiempo ordinario, porque el próximo miércoles
iniciamos ya la Cuaresma. Además, tanto en la segunda lectura como en el
evangelio, concluimos la lectura de los textos que íbamos leyendo a los largo de las
últimas semanas; así acabamos la lectura continuada de la primera carta de san
Pablo a los cristianos de Corinto, y también el resumen del mensaje de Jesús que el
evangelista Lucas ha recogido en el capítulo 6, y del que hoy leemos el tercer y
último fragmento.
Por tanto, toda la liturgia de hoy nos invita a cerrar un período, una etapa del año
litúrgico, durante la cual hemos ido siguiendo los inicios del ministerio de Jesús,
para iniciar otra la próxima semana: la Cuaresma, un tiempo fuerte, con todo lo
que comporta.
Estilo sapiencial
La primera lectura de hoy está tomada del libro del Eclesiástico y es el típico texto
de la literatura sapiencial con sabor poético. A partir de varias imágenes (la criba,
el horno, el fruto del árbol) se nos dice que la bondad del hombre se manifiesta
auténticamente después de haber sido probada, después de haber sido examinada.
Tan sólo entonces se constata si es algo sólo superficial o si es algo que mana de lo
hondo del corazón: “No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la
prueba del hombre”.
El evangelio de hoy usa este estilo, con una serie de máximas e imágenes del
mismo tipo de las que hemos visto en la primera lectura, algunas incluso calcadas:
el ciego y el hoyo, el discípulo y su maestro, la mota y la viga en el ojo, el árbol y
sus frutos, el corazón y la boca.
El valor de lo interior
También el mensaje de este fragmento de Lucas empalma con el de la 1ª lectura.
El núcleo de este mensaje de hoy consiste en valorar lo interior. Jesús invita a la
profundidad y a la sinceridad de corazón; a no quedarse con la imagen exterior,
que sólo es al fin y al cabo un reflejo de la interioridad de la persona.
El evangelio tiene dos partes: la primera consiste en una llamada a la humildad, a
la sencillez, a la hora de valorarnos a nosotros y a los demás. A partir de las
imágenes del ciego que no puede ser guía de otro ciego, y del discípulo que no está
tan instruido como su maestro, Jesús hace una llamada a ser conscientes de la
propia limitación, a la capacidad de autocrítica. Este pensamiento culmina con el
ejemplo de la viga en el propio ojo y la mota en el del vecino: “¿Por qué te fijas en
la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el
tuyo?”.
Y a partir de la falsa situación del que pretende enseñar siendo ciego o un simple
discípulo, y del que pretende corregir a los demás cuando él está aún más cargado
de faltas, Jesús invita, en la segunda parte del texto de hoy, a descubrir al hombre
en su propia realidad. Una realidad que halla su aspecto más auténtico en lo que
hay en el fondo del corazón. Lo que vale en cada persona no es lo que dice, ni lo
que hace, sino lo que hay en su corazón. Y lo que hay en el fondo del corazón se
expresará después en sus palabras y en sus obras.
Con todo esto Jesús nos invita a cultivar la dimensión interior de la persona, aquello
que constituye la parte más profunda y auténtica de su ser. Una dimensión interior
que Jesús ve en positivo, al decir que "El que es bueno, de la bondad que atesora
en su corazón saca el bien". Pero este tesoro de bondad que cada cual guarda en su
corazón se ha de cultivar para que dé su fruto. Por eso es tan importante trabajar
la vida interior de las personas, su capacidad de reflexión, de escucha, de
meditación, de silencio.
La vida interior del cristiano
Y en concreto, el cristiano ha de ir modelando su corazón según Dios y siguiendo el
estilo de Jesús. El mensaje del evangelio, que hemos ido recordando estas últimas
semanas, pide interiorización, exige poder arraigar en el corazón del cristiano para
poder vivirlo de verdad.
El salmo de hoy nos recuerda precisamente que, cuando las raíces son hondas y
están agarradas en el Señor, "El justo crecerá como una palmera, se alzará como
un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor. En la vejez seguirá dando
fruto... ".
Y en la segunda lectura san Pablo nos recuerda dónde se encuentra el fundamento
de nuestra esperanza: la victoria de Cristo que ha engullido la muerte. Si
arraigamos profundamente nuestro corazón en esta convicción, nuestra vida será
un auténtico testimonio de la fe que profesamos. “¡Demos gracias a Dios, que nos
da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!. Así, pues, hermanos míos queridos,
manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reservas,
convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga”.
Se trata, en definitiva, de buscar la renovación del corazón. Los cristianos la
encontraremos en la lectura del evangelio, bien fundamentados en Cristo muerto y
resucitado. La ya inmediata Cuaresma nos ayudará todavía más a avanzar en esta
línea de interiorización y de renovación.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)