Noveno Domingo
Re 8,41-43; Sal 116,1. 2; Gál 1,1-2.6-10; Lc 7,1-10
La salvación de Cristo no es sólo para los judíos, sino que está abierta a todos. Al
narrarnos el episodio del centurión romano, san Lucas está adelantando en cierto
sentido lo que contará en el libro de los Hechos: la apertura de la Iglesia a los
paganos.
Si al nacer Jesús en Belén ya pone en boca de lo ángeles el canto de la “paz a los
hombres que ama el Seor” (2,14), y el anciano Simen llama a Jesús “luz para
iluminar a las naciones” (2,32), luego, a lo largo del evangelio, Lucas subraya
aquellos rasgos que presentan la universalidad de la salvación: la atención de Jesús
por los más marginados, o la alabanza al leproso samaritano que sí supo agradecer
su curación; y después en los Hechos, la admisión de la familia de Cornelio, otro
romano, a la fe y al bautismo: el largo relato termina con estas palabras: “también
a los gentiles les ha otorgado Dios la conversin que lleva a la vida” (Hch. 11,18).
Jesús cura aquí al criado del centurión romano. Por más apreciado que fuera por los
israelitas (“tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga”), no deja
de ser un extranjero, perteneciente además a las “fuerzas ocupadoras” romanas.
Sin embargo, Jesús escucha su petición y alaba su fe. Por tanto, Israel no tiene el
monopolio del favor de Dios.
Las lecturas nos hacen la invitación a alegrarnos de que la salvación que Dios nos
ofrece por medio de Cristo sea tan universal. No sólo a nosotros -por ejemplo, los
católicos- nos concede Dios su gracia. No tenemos la exclusiva de la verdad, de la
honradez y del amor. Dios es un Dios abierto, universal. Y Cristo se ha entregado
por todos.
Cristo alabó las cualidades del centurión, a pesar de que era un extranjero. San
Lucas lo describe con valores admirables: su humildad, su delicadeza en la petición,
su interés por la salud del criado, su actitud de ayuda a los judíos, su fe en la
palabra de Jesús. Muchas veces los “otros” nos pueden dar lecciones: saben acoger
mejor que nosotros el don de Dios. No tendrían que decidir nuestra conducta las
diferencias ideológicas, políticas, religiosas, o la situación social, o la cultura: si Dios
escucha también a los “extranjeros”, ¿quiénes somos nosotros para cerrarnos a
ellos?
A esta misma actitud de apertura nos invita cada Eucaristía:
a) en la misma composición de la asamblea, heterogénea, pero fraternal;
b) en la intercesión universal que elevamos a Dios en la oración de los fieles, por
todo el mundo;
c) en el gesto simbólico de paz que damos a los vecinos antes de comulgar.
Hoy podemos enlazar la escena evangélica con la invitación a la comunión:
precisamente imitamos los sentimientos de humildad y de confianza en Jesús que
mostró el centurión, cuando repetimos sus palabras: “Señor, no soy digno de que
entres en mi casa, pero di una sola palabra...”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)