Décimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
1 Re 19, 16b. 19-21; Sal 15,1-2a y 5. 7-8. 9-10. 11;
Gal 05, 01. 13-18; Lc 9, 51-62
El evangelio de san Lucas ha comenzado así: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo
de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Y en dos ocasiones
hemos encontrado esta expresión: “de camino”. Durante estos domingos el
evangelio de san Lucas nos hablará de este largo camino de Jesús hacia Jerusalén,
hacia el lugar de su Pascua. Y es que san Lucas quiere ejemplificar, mediante esta
extensa narración del largo camino de Jesús hacia Jerusalén, lo que debe ser
nuestra vida cristiana: un seguir a Jesús, un caminar con El, también nosotros
hacia la Pascua.
Hoy en este evangelio nos pudiéramos encontrar con una dificultad: Jesús parece
mostrarse muy radical, muy exigente con tres hombres que quieren seguirle. Y ello
nos plantea a todos una pregunta: ¿es preciso ser un santo, para seguir a
Jesucristo? No importa saber que tan santos somos, lo cierto es que todos
queremos seguir a Jesús. Y si para ser cristiano (=seguidor de Jesucristo) es
necesario ser santos. No olvidemos que por el bautismo estamos unidos a Él, y él
quiere nuestra santidad, por tanto, no tengamos miedo, cada día emprendamos
nuestro camino con Jesús, en Jesús desde Jesús.
Las exigencias de Jesucristo son radicales. Pero también nos dice el evangelio que
quienes de hecho le seguían (los apóstoles, las mujeres que iban con El, los otros
discípulos...) no eran un ejemplo de perfección. Hoy mismo hemos leído que
Santiago y Juan querían que bajara fuego del cielo para acabar con la gente de un
pueblecito que no había querido recibirles.
Cuántas veces encontramos en los evangelios muestras de cobardía, de
incomprensión, de vanidad, de peleas entre los apóstoles... Y no por ello Jesucristo
les rechaza o niega que puedan ser discípulos suyos.
Nuestro caminar hacia la pascua, por una parte, implica, pues, una exigencia
radical de Jesús como condición para ir con El; pero por otra, nos anima el saber
que quienes de hecho le siguen sean hombres y mujeres con sus defectos y
pecados. Y es interesante notar que el evangelio de san Lucas es quizás el que
acentúa más uno y otro aspecto. Jesucristo es exigente y no pacta con la
mediocridad, pero no pide como condición previa la un alto grado de santidad, pero
sí la decisión querer serlo.
Posiblemente nos ayude a comprender todo esto el fijarnos dónde sitúa Jesucristo
su radicalidad, qué es lo que El exige como condición para seguirle. Y veremos que
Jesucristo no exige que Pedro o Juan o Santiago o María Magdalena o cualquiera de
quienes le siguen, se transformen en un momento en santos, en seres perfectos.
Comprende su cobardía, sus defectos, sus pecados, Pero lo que sí exige es que no
pongan condiciones para seguirle, que no se reserven nada. Es decir, que confíen
ilimitadamente en El, que estén dispuestos a dejarse transformar, que quieran
seguirle más y más.
Este es seguramente nuestro problema: hay zonas de nuestra vida que nos
reservamos para nosotros, en las que creemos que debemos comportarnos según
nuestros criterios y no según los de Jesús.
Estamos dispuestos a seguirle unas horas de nuestra vida, en unos aspectos. Pero
en otros, no. Ponemos condiciones a Jesucristo: en esto o en aquello, no te metas.
Más aún: pretendemos pactar con Jesucristo: yo haré esto o aquello, pero déjame
tranquilo en lo de más allá.
Entonces estas zonas de nuestra vida que nos reservamos -y que a menudo son
muy importantes para nosotros: nuestro modo de comportarnos cuando se trata de
ganar dinero, o de querer dominar y servirnos de los demás, nuestra relación
cotidiana hecha de dureza o de mal humor con los de casa, etc. Etc.-, estas zonas
se convierten en un cáncer de nuestra vida cristiana. Porque Jesucristo no pretende
que seamos héroes o santos, pero quiere que nos entreguemos sin reservas ni
condiciones a su Espíritu que puede transformarnos más y más.
El problema -en nuestra vida cristiana- no es que no tengamos una salud perfecta,
no es que consigamos librarnos de cualquier enfermedad; el problema es que por
una parte de nuestro cuerpo -de nuestra vida- no dejamos circular la sangre de
Jesucristo, la fuerza transformadora de su Espíritu. El problema es el cáncer que no
arrancamos y que se va apoderando de nosotros hasta matar nuestro dinamismo
de seguimiento de Jesucristo. Por eso Jesucristo es radical. Porque sabe que
reservándonos estos trozos de nuestra vida, nunca le podremos seguir. Por eso Él,
cada domingo, quiere que renovemos el memorial de su entrega total por nosotros.
Para que nos animemos a darnos también nosotros, sin condiciones. El no deja
nunca de esperarlo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)