Domingo vigésimo tercero del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Sb 9, 13-19; Sal 89,3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17; Flm 9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33
Preferir a Jesús por encima de todo
El evangelio de este domingo nos plantea la necesidad de la renuncia a toda
posesión para poder seguir a Jesús: “Cualquiera de ustedes que no renuncie a
todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Lucas sitúa estas palabras del Señor
en un contexto en que “caminaba con Jesús una gran muchedumbre”. Se trata,
pues, de una enseñanza de Jesús sobre lo que supone hacer camino con él. Habla
de renuncia a la propia familia, a los bienes, “a sí mismo” y de llevar la cruz.
Precisemos una cosa: el Evangelio es exigente, pero nunca es contradictorio.
Jesús exige con fuerza el deber de honrar al padre y a la madre (cfr. Lucas 18, 20)
y, a propósito del marido y de la mujer, señala que ambos deben ser una sola carne
y que el hombre no tiene derecho de separar lo que Dios ha unido. Para entender el
odia a tu padre y a tu madre, a la mujer, a los hijos y a los hermanos, hay qué
saber que la lengua hebrea no posee el comparativo de superioridad o de
inferioridad (amar una cosa más que otra o menos que otra); lo simplifica y lo
reduce todo a amar u odiar. La frase: “Si alguno se viene conmigo y no me prefiere
a su padre y a su madre... hay, pues, que entenderlo en este sentido: preferir a
Jesús más que al padre y a la madre...”.
Pero tampoco se puede negar la verdad suavizar el evangelio, sería una
traición; nunca la palabra humanan podrá suplir la Palabra divina… Jesús pide que
el amor por él pase por encima de todos los demás amores, bien sea el de las
personas queridas (padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas), bien el de
los propios bienes o de sí mismo. San Benito, que lo había entendido, propone “no
anteponer absolutamente nada al amor por Cristo”. El cristianismo no se puede
tomar a la ligera. Jesús nos pone en guardia contra el intento de amansarlo todo y
de hacer de la religión y de Dios mismo uno de tantos ingredientes en el gran cock-
tail de la vida.
En definitiva, el amor por Cristo no excluye los otros amores –familia, bienes,
sí mismo- sino que los ordena. Solamente en Él cada genuino amor encuentra su
fundamento y su apoyo y la gracia necesaria para ser vivido hasta el fondo. Por
ejemplo, los esposos, en su amor, estarán subordinados y guiados por el amor que
Cristo ha tenido hacia su esposa, la Iglesia.
Jesús no ilusiona a nadie sino que ni siquiera desilusiona a nadie; lo pide
todo porque quiere darlo todo, porque es Dios; es más, ya lo ha dado todo: “Cristo
nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”
(Efesios 5, 2). Un día la Beata Ángela de Foligno, joven, bella, acomodada y viuda,
meditaba sobre la pasión del Salvador en una iglesia, cuando, de improviso, sintió
resonar en su mente con gran fuerza estas palabras: “¡No te he amado de broma!”
Empezó a llorar porque de golpe se dio cuenta que su amor para con Jesús no
había sido, hasta entonces, precisamente, más que “una broma”, en comparación
con el de Cristo para con ella.
Prueba de que amamos a Jesús es cargar con su cruz. Cargar la propia cruz
no significa ir en busca de sufrimientos. Ni siquiera Jesús ha ido a buscarse su cruz;
ha tomado sobre sí, en obediencia a la voluntad del Padre, la que los hombres le
pusieron sobre sus espaldas y la ha transformado con su amor obediente de
instrumento de suplicio en signo de redención y de gloria. Jesús no ha venido a
agrandar las cruces humanas sino, más bien, a darles un sentido a ellas. Tomás de
Kempis ha dicho que “quien busca a Jesús sin la cruz, encontrará la cruz si Jesús”;
esto es, sin la fuerza para llevarla. “Si llevas voluntariamente la cruz, ella te llevará
a ti y te conducirá al deseado fin, donde el sufrimiento tendrá fin. Si la llevas a la
fuerza, te creas un peso que te pesará siempre cada vez más. Si echas fuera una
cruz, seguramente, encontrarás otra y posiblemente más pesada... Cargar la cruz
es amar a Dios sobre todo y hacer siempre su santa voluntad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)